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Reportaje:LA CRISIS DE UN DIARIO

La infamia de Jayson Blair

Las mentiras, invenciones y plagios de un reportero colapsado por su ambición y el alcohol causan un enorme daño al 'Times'

Enric González

El nombre de Jayson Blair quedará para siempre en la memoria de los periodistas y los lectores de The New York Times. Blair ingresó en el diario a los 23 años, firmó en la primera página con 26 y a los 27, cuando se descubrió que construía sus informaciones a partir de plagios y de pura fantasía, infligió al medio de comunicación más respetado del mundo un daño quizá irreparable. Blair ya no está en el Times. Intenta rentabilizar el fraude y proyecta escribir un libro y el guión de una película, que de momento ninguna editorial ni productora le han comprado, sobre su breve y truculenta carrera. Atrás deja una redacción descabezada y desmoralizada y una cabecera mítica terriblemente deteriorada.

"Mientras escribía, sólo pensaba en una cosa: ¿cuánto tardarán en pillarme?", confesó Blair
El director dijo que veía en él a "un joven ávido", pese a las advertencias de los mandos medios
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Pero Jayson Blair, sin duda el principal responsable de la crisis, no es el único culpable de los males que afligen a la Vieja Dama de la prensa neoyorquina. El orgullo de la institución, la arrogancia de su director, la incomunicación entre los jefes y el ansia por competir con la inmediatez de CNN o Fox News contribuyeron a encumbrar al joven periodista y a encubrir, hasta que fue demasiado tarde, la falsedad de su trabajo.

Blair, natural de Washington, hijo único en una familia de clase media ilustrada y de raza negra, parecía destinado a un brillante futuro. Dirigió el diario de la Universidad de Maryland mientras estudiaba periodismo (una carrera que no terminó, aunque sus jefes en el Times creyeran que sí) y con sólo 21 años ingresó como becario en The Boston Globe, propiedad de The New York Times Company. Era irresistiblemente simpático. Otros becarios le tenían por pelota y trepador y, sin embargo, ejercía cierto liderazgo sobre ellos. Con sus superiores era encantador. Y escribía bien.

En el verano de 1998 obtuvo unas prácticas de 10 semanas en la redacción del Times, dentro de un programa de promoción de las minorías étnicas. Y asombró a sus superiores. En 200 días realizó 73 reportajes y cooperó en muchos más. El comité de contrataciones, dirigido por el hoy dimitido director adjunto, Gerald Boyd, también de raza negra, le ofreció incorporarse al año siguiente como reportero interino. En 1999 Blair, integrado en la sección de sucesos, volvió a demostrar una impresionante capacidad de trabajo y un talento especial para ganarse a la gente. En noviembre de ese mismo año ascendió a reportero intermedio, pese a las reticencias de algunos de sus jefes. Uno de ellos, Charles Strum, le recomendó que "dejara de alimentarse de whisky y cigarrillos" y que cuidara más sus textos, abundantes en errores.

En enero de 2001, Blair fue nombrado reportero de plena dedicación en un momento en que el editor del Times, Arthur Sulzberger Jr., y Howell Raines, jefe de opinión y director in pectore, impulsaban un "cambio cultural" en la casa. Había que competir en soportes inmediatos como la edición electrónica, había que escribir más y más deprisa y había que "acelerar el metabolismo" informativo, en palabras de Raines, para mantener la hegemonía en el siglo XXI. En esa situación de tránsito, con muchos periodistas descontentos por la pérdida de controles de calidad y el organigrama enflaquecido por el estilo despótico de Raines, Blair dispuso de todo el margen necesario para cometer sistemáticos abusos de confianza. Los testimonios de quienes le conocen reflejan en el reportero una personalidad maníaco-depresiva, con fases de exaltación y fases de postración extrema, combinada con ambición y un ego muy potente.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Times mantuvo su posición de referencia dentro del mundo periodístico y alcanzó un éxito extraordinario en los premios Pulitzer del año, con 7 de los 14 galardones. Blair apenas participó en el esfuerzo posterior al 11-S. Alegó, falsamente, que un familiar suyo había muerto en el Pentágono. Por entonces, el prometedor reportero se deslizaba ya por una pendiente de alcohol y cocaína. Una de sus informaciones de la época, sobre un concierto en beneficio de las víctimas, requirió una larguísima rectificación. "Estaba borracho", dijo Blair el mes pasado.

¿Por qué siguió escribiendo Blair si incluso en algo tan sencillo como informar de un concierto cometía decenas de errores? Ésa es una pregunta aún no contestada. Las señales de alarma eran claras. En enero de 2002, uno de sus jefes envió al director adjunto, Gerald Boyd, un correo electrónico en el que advertía del "gran problema" que constituía Blair. A principios de abril de 2002, el mismo jefe envió un nuevo mensaje a la dirección: "Hay que impedir que Jayson siga escribiendo para el Times". Jayson Blair recibió una reprimenda formal y se tomó una breve baja para acudir a una clínica de desintoxicación.

A su vuelta estalló el caso del francotirador de Washington y Raines dedicó al asunto seis reporteros. Asombrosamente, Blair era uno. Según el director adjunto, fue elegido porque había nacido en la zona y la conocía bien. El director dijo que veía en él a "un joven ávido", pese a las advertencias de los mandos intermedios. En poco tiempo, Jayson Blair pareció dar la razón a los directores consiguiendo una exclusiva de primera página: un conflicto entre los fiscales del Estado de Maryland y los fiscales federales había obligado a interrumpir el interrogatorio de uno de los dos sospechosos, John Muhamad, justo cuando éste empezaba a explicar las razones de los crímenes. Los fiscales de ambas jurisdicciones negaron con vehemencia esa información, basada en fuentes anónimas. Pero Raines envió una nota de felicitación al reportero. Unos días después, Blair consiguió otra noticia sensacional: los indicios forenses señalaban al supuesto cómplice de Muhamad, Lee Malvo, menor de edad, como autor material de los disparos. De nuevo las fuentes eran anónimas. Las dos grandes exclusivas fueron inventadas a partir de algunos datos reales.

Nadie sospechaba que Jayson Blair ni siquiera estaba en Washington. Buena parte de las informaciones sobre el francotirador fueron transmitidas desde su apartamento de Brooklyn.

Blair hizo un trabajo aparentemente espléndido en la guerra de Irak. Sus jefes le creían recorriendo Estados Unidos para hablar con padres de prisioneros, con esposas de soldados y con heridos de guerra. Firmaba cada día desde un lugar distinto, aunque, en realidad, no se movía de Nueva York.

Uno de los trucos del reportero consistía en entrar en el archivo fotográfico informatizado del periódico y crear sus vívidas descripciones a partir de imágenes. El pasado 27 de marzo, Blair envió desde Palestine, West Virginia, una entrevista con el padre de la soldado Jessica Lynch, capturada por los iraquíes y rescatada por una patrulla estadounidense. Escribió que el padre, Gregory Lynch, estaba en el porche de su casa, desde el que se veían "campos de tabaco y pastos de ganado". En realidad, la casa de los Lynch está en un barranco y desde el porche sólo se ven troncos y maleza. "Ésa fue mi favorita", dijo Blair ya despedido. En abril, Blair publicó una entrevista con la madre de una soldado desaparecida en combate. Blair nunca estuvo en casa de esa mujer. La entrevista contenía párrafos copiados literalmente del diario Express-News de San Antonio. El director del diario tejano se lo hizo notar al director del Times y The Washington Post, el gran competidor del Times, reveló la curiosa "coincidencia". "Mientras escribía aquello", confesó Blair el miércoles, "sólo pensaba en una cosa: ¿cuánto tardarán en pillarme?".

Tardaron cuatro días. Blair fue convocado por la dirección y, ante el cúmulo de pruebas, prefirió dimitir sin confesar su culpa. El 11 de mayo, el Times publicó una confesión de cuatro páginas, con los fraudes del reportero y la cadena de errores, incomunicación y omisiones que los hizo posibles. Fue una terrible autohumillación. El director, Raines, y su adjunto, Boyd, intentaron resistir en el puesto, pero resultó imposible.

Jayson Blair (a la izquierda) junto a una acompañante, en una calle de Nueva York el pasado 28 de mayo.
Jayson Blair (a la izquierda) junto a una acompañante, en una calle de Nueva York el pasado 28 de mayo.AFP

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