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Reportaje:

El estrés de dejar de trabajar

La pérdida de la cómoda rutina genera ansiedad y vacío en muchos trabajadores - El frenazo radical es difícil de asimilar - Y el vistazo permanente al correo electrónico sólo perjudica

Francesco Manetto

Una extraña sensación de vacío y desamparo. Algo parecido a la desorientación. De repente, no sabemos muy bien qué hacer. O, al contrario, tenemos demasiado claro cómo emplear nuestro tiempo y no paramos de darnos normas y plazos. ¿Estamos estresados? Es posible, porque acaban de empezar las vacaciones.

Hay que cuestionar todo lo que hemos planificado para las vacaciones
¿Debemos de verdad madrugar para visitar cinco museos?
También el sistema inmunológico se debilita y nos hace más vulnerables

Los expertos lo han bautizado "estrés vacacional" o "bajón veraniego", y es un síndrome cada vez más frecuente entre los trabajadores al acercarse el descanso estival. Acostumbrados a la filosofía del "tengo que hacer" y de la hiperactividad, los veraneantes se encuentran despojados de repente de una de sus seguridades más valiosas: la rutina. Pero, ¿tan necesarios son los hábitos laborales para nuestro bienestar? Y, ¿es posible prevenir este tipo de estrés?

Antes de nada, es fundamental conseguir que primen el equilibrio y el sentido común en la organización de las vacaciones. En opinión de la psicóloga Elisa Sánchez es muy importante prevenir este tipo de estrés, tanto para disfrutar de las vacaciones como para no caer en una depresión después del descanso veraniego. "Todo ocurre porque nuestro cuerpo se acostumbra, durante el año, a unos ritmos que disminuyen durante las vacaciones. Y después cuesta volver al ritmo normal. Por eso el parón de un mes puede ser excesivo, por lo que es más conveniente repartir las vacaciones en dos descansos de dos semanas", explica. Además, añade, es deseable tener unas expectativas adecuadas, que se puedan ajustar a unos ritmos realistas. Por ejemplo, la pretensión de visitar cuatro ciudades europeas en una semana no es viable ni recomendable. Sin embargo, cada vez hay más veraneantes que lo hacen porque sólo así están convencidos de disfrutar de su tiempo libre. "Esta actitud no hace más que multiplicar el estrés", dice Sánchez, que imparte cursos de control del estrés. "En los últimos tiempos he detectado que hay personas que no consiguen desconectar. Se pasan las vacaciones leyendo correos electrónicos y contestando llamadas". Y es que las nuevas tecnologías son decisivas, porque pueden atarnos al trabajo en lugar de agilizar nuestros ritmos. "A muchos jefes, además, les parece más razonable exigir que los empleados estén permanentemente conectados, cuando en realidad no puede ser así. En vacaciones hay que desconectar, en todos los sentidos", comenta.

Una encuesta de la empresa de trabajo temporal Randstad tiene algo que decir a este respecto: un 34 % de los empleados no está seguro de que el trabajo puede salir adelante sin su aportación. Además, más del 30% de los consultados afirma recibir correo electrónico o llamadas telefónicas profesionales durante las vacaciones, mientras que un 15% asegura haber empezado entre agobios su descanso por no haber preparado con tiempo este periodo. También hay un 8% que nunca se coge más de una semana de vacaciones por el temor a que en la oficina las cosas no vayan bien o se compliquen durante su ausencia.

Se trata de un problema cultural, según los expertos. Muchos piensan que su presencia en la oficina es imprescindible y que su trabajo no se puede remplazar. "Sin embargo, si una empresa está bien organizada, y los turnos de vacaciones se reparten con criterio, no se tienen que dar estos problemas", concluye Elisa Sánchez.

Pero la realidad es que demasiadas veces se estrenan los días de descanso estival con algunos inconvenientes anímicos y, en algunos casos, también de carácter estrictamente médico. Porque nuestro sistema inmunológico, al ralentizar el ritmo de vida, está más expuesto y vulnerable.

Algo parecido ocurre, desde hace algunos años, también con nuestras emociones. No es una casualidad que una tercera parte de los matrimonios que se separan en España lo haga durante la vuelta de las vacaciones. Acostumbrados a atender más a las obligaciones laborales que a la pareja, la familia, o los amigos, la abundancia de tiempo libre nos otorga una libertad a la que no estamos acostumbrados y que, de alguna manera, nos desconcierta. Esta realidad expresa, según ha destacado Iñaki Eguiluz, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital de Cruces (Barakaldo), una idea que subyace en el mundo de la psiquiatría: "Irse de vacaciones no es una decisión fácil de tomar", aseguró el mes pasado en el foro Encuentros con la salud.

Este experto entiende, por ejemplo, que "las vacaciones en ocasiones se idealizan, generando, en algunos casos, sentimientos de frustración. Además, la convivencia con familia y amigos es más intensa, lo que deriva bien en satisfacción o bien en un conflicto, según se desarrolle la misma. La oportunidad que ofrece el periodo vacacional de romper con la rutina en verano puede provocar en algunas personas estados de ansiedad, fobias y depresiones, puesto que han de decidir dónde ir, cómo y con quién".

Estas decisiones tienen que ver, en realidad, con una concepción de carácter cultural del ocio. Se trata de una idea que ha ido cambiando a lo largo de los años, y de la que depende nuestro estilo de vida. En otras épocas, por ejemplo, "el concepto de ocio iba ligado al de producción", en palabras de Eguiluz. "El descanso se percibía como un simple medio para recuperar fuerzas y seguir trabajando. Hoy el escenario ha cambiado: se trabaja para satisfacer necesidades elementales y para comprar tiempo libre que permita el disfrute y la realización de la persona como ser lúdico".

Ante esta situación, Eguiluz se plantea la cuestión: ¿qué se puede hacer para disfrutar plenamente de las vacaciones tan esperadas? "Hay que tener en cuenta que no es tan importante el tiempo que hay de vacaciones, como qué se va a hacer con ese tiempo del que se dispone. El principal objetivo de las vacaciones es el de ganar una oportunidad para cuidarse, disfrutar haciendo lo que a uno le gusta como vacuna para contrarrestar el estrés y romper con la monotonía en la que se vive día a día".

De todas formas, "durante ese periodo pueden emerger distintos estados de ansiedad". ¿Por qué? Por la rutina. "A lo largo del año, la rutina sirve como red de soporte, en el entorno familiar y en el trabajo". Por eso su rotura, en algunas personas vulnerables, puede implicar "desestabilizaciones emocionales".

Iñaki Eguiluz recuerda además que "muchos referentes sociofamiliares se modifican durante las vacaciones, las personas que necesitan ese apoyo y carecen del mismo pueden sentirse con miedo e inseguridad". El verano, así, puede convertirse en una temporada más exigente de lo habitual en cuanto a la convivencia se refiere. Precisamente por eso. Porque la vida durante las vacaciones no tiene nada que ver con la del resto del año.

Durante el periodo laboral, la vida gira en torno al trabajo y obligaciones. Los horarios, los plazos se adaptan a ellas hasta el punto en que establecemos nuestros ritmos en función del trabajo y no siempre en relación con la pareja o la familia. Por eso, irse de vacaciones es, emocionalmente, más complicado de lo que parece. "No siempre sabe uno adaptarse a las nuevas circunstancias que se presentan en vacaciones", destaca el psiquiatra.

En opinión de este experto, además, "existen dos momentos clave en el calendario: la Navidad (fin de año) y el regreso de las vacaciones. Ambos son momentos de reflexión para comenzar algo y/o terminar con lo que no satisface". Por esta razón es muy importante "observar un especial cuidado emocional durante estas fechas para evitar decisiones sin reflexión", lo que podría convertirse en una causa más de una depresión generada por las circunstancias vacacionales.

Cuando, a principios de la década, la clínica psiquiátrica austriaca Wagner-Jauregg, de Linz, empezó a tratar a algunos pacientes que padecían una extraña ansiedad, acuñó la expresión "depresión de la tumbona" para referirse a este tipo de síndrome. Para evitarlo, y para los casos más graves, los especialistas aconsejaron dos estrategias: irse muy lejos. Cambiar radicalmente de escenario y "desaparecer" en un país o lugar completamente alejado y desconectado de las preocupaciones del trabajo. Un lugar, por ejemplo, donde ni siquiera haya cobertura para teléfonos móviles. O también puede resultar eficaz la estrategia contraria: por ejemplo, quedarse en casa los primeros días de vacaciones para acostumbrarse a la nueva situación de descanso antes de salir de viaje.

En España, la mayoría de expertos coinciden en recomendar algunas pautas a seguir antes del, en muchos casos esperados, último día de trabajo. Según el estudio realizado por Randstad, casi un cuarto de los entrevistados, el 24%, tenía por ejemplo la impresión de no haber acabado su trabajo el último día antes de las vacaciones. A este respecto, habría que intentar acabar todo el trabajo antes de irse sin dejar nada pendiente. Y hacer todo lo posible para que el último día de trabajo nos resulte agradable. En cuanto a la hiperactividad, los expertos han elaborado un entrenamiento específico para los que la padecen. ¿En qué consiste? Hay que empezar durante el periodo laboral, y se trata de reflexionar durante los días festivos sobre cuánto se piensa en el trabajo y luego evaluar si este tiempo resulta rentable y beneficioso para el trabajo mismo, la empresa y nuestra familia. Tras varias de estas reflexiones, se debe tomar una decisión sobre cuánto queremos pensar en el trabajo durante las vacaciones, y seguirla a rajatabla. De este modo, seremos capaces de desconectar con mayor facilidad. Además, es deseable preguntarse si todas esas actividades que tenemos que hacer de forma obligatoria durante las vacaciones son realmente necesarias o no. ¿De verdad tenemos que madrugar para visitar cinco museos? Las elecciones también son cuestión de palabras. Los psicólogos recomiendan sustituir la expresión "tengo que hacer" con "me apetece o me gustaría hacer".

Las prisas y la precipitación en la elección de destino y la contratación de viaje, vuelo, u hotel, además, no son buenos consejeros. Tener que dejar todo preparado en el último momento puede convertirse en una de las mayores fuentes de estrés, que por otro lado está a menudo al acecho. Las vacaciones, sobre todo los viajes, suelen estar plagadas de imprevistos y situaciones incómodas como colas, cancelaciones... Tal vez la mejor forma de hacer frente a los efectos de estas circunstancias consiste en elegir el tipo de vacaciones más parecido al carácter de cada uno. Si alguien es más obsesivo y ordenado, probablemente pueda pasar una agradable semana de descanso en Copenhague o Estocolmo y alrededores. Si, en cambio, nos gusta más la aventura y buscamos nuevas experiencias, será más lógico ajustarnos a un plan más propio de un trotamundos.

Porque, de todas formas, es muy importante que nuestras expectativas puedan cumplirse. Y, al volver a casa, ya en el trabajo, consigamos disfrutar del llamado rosy view effect, que nos lleva a embellecer los recuerdos más agradables.

MARCOS BALFAGÓN

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Sobre la firma

Francesco Manetto
Es editor de EL PAÍS América. Empezó a trabajar en EL PAÍS en 2006 tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana.

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