Los calzoncillos como pieza clave
Tonterías aparte, un ministerio de la igualdad, para la igualdad o por la igualdad sexual tendría que ocuparse (igualmente) de las diferencias, que asidua o circunstancialmente, disminuyen a los hombres.
No obstante, el caso es que a fuerza de levantar grandes banderas a favor de la mujer quedan enterradas los pocos banderines de los hombres o bien, a causa de realzar la injusticia histórica sobre la mujer se ha fundado una secreta injusticia hacia los hombres. No es necesario que esto lo entienda la ministra cuando ni siquiera entiende el cuento de Blancanieves.
Merece la pena, sin embargo, que a estas alturas de la Red, los estudios de sexos, genes, neuronas u hormonas, la atención se dirija también a la maltrecha figura del hombre, su confuso papel de padre, el maltrato femenino de la masculinidad y, en general, al paleto enaltecimiento de lo femenino como el índice contemporáneo por excelencia.
De hecho, nunca se llegó tan lejos, en aras de "la igualdad", a rebajar el ser de los hombres. Hombres borrados del lenguaje a través de lo políticamente correcto, difamados en el sistema familiar, desacreditados en sus formas de amar, lacerados en las sentencias de divorcio, envilecidos en la violencia de género, descartados, en fin, como portadores de algún don significante que convenga al futuro. Pocas campañas contra un grupo social fueron tan duras y generalizadas.
Hay presidentas de Gobierno y presidentes de Gobierno, pero estos necesitan legitimarse no sólo mediante los votos sino con operaciones maquilladoras que, en España, debido al enfermizo feminismo de su primer mandatario, eligen a Bibiana Aído. Un nombre apropiado, efectivamente, ideal para una nueva línea cosmética.
¿Qué se ofrece, entre tanto, "igualitariamente" a los hombres? Prácticamente nada. Todo el apoyo recibido últimamente por la masculinidad, estética o no, debe agradecerse casi en exclusiva al denuedo de algunos creadores homosexuales en cuya tarea, el nuevo diseño de los calzoncillos puede considerarse clave.
Hasta ahora mismo, las secciones de lencería femenina, en galerías o grandes almacenes, escenifican siempre un universo de ensueños, transparencias y gozos tal como si a la destinataria correspondiera un grado de divinidad al que, por contraste, jamás llegará un hombre.
Todavía la mayoría de los comercios disponen las prendas interiores masculinas sin tratamiento imaginario. Elementos necesarios, sin más. El cambio en la publicidad que empezó a registrarse hace poco a través de Calvin Klein, Hugo Boss, Armani o Alexander McQueen debe agradecerse, casi en su totalidad, a impulsos homosexuales.
Estos calzoncillos, estampados de plumas y arabescos, con flores o tortugas, muestran una exaltación del atractivo viril que la historia había desdeñado en los dos últimos siglos. Pero, en estos momentos, el nuevo presidente de la firma Alexander McQueen -tras el suicidio de su creador- declara que "el desarrollo de la división de hombre es una prioridad" (EL PAÍS, 9-4-2010).
Naturalmente: el mercado de la cosmética femenina se encuentra saturado desde hace más de un lustro, pero el de la joyería, la sastrería o la lencería, también. Ningún Instituto del Hombre protestó respecto al fondo de esta discriminación. Lo bello y admirable era el cuerpo de mujer mientras el hombre sólo miraba y deseaba. La diferencia provoca esta asimetría cruel. Pero ¿la proclamada igualdad a través de la línea Bibiana Aído resarcirá al hombre de los anteriores agravios? Claro que no. Ni siquiera es probable que entienda ella (ella y sus afines) el sentido común de este texto.
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