El arte o el morbo
El estilo de José Tomás pasea por la borrosa línea entre la genialidad y el riesgo exagerado
El paso de José Tomás por Las Ventas ha provocado un auténtico revuelo nacional y ha encendido un debate caliente entre quienes hablan de morbo -el público que quiere sangre, el torero que exhibe el desprecio a la vida- y quienes hablan de arte, del hombre que está reescribiendo las normas.
Y no es el debate entre antitaurinos y pro, no. Esta vez desborda el marco habitual y es entre aficionados. Y entre los demás. Entre todos. "La culpa la tiene el público, que le incita a jugarse la vida de forma extrema", advierte Ramón Valencia, empresario taurino. "Me defraudó porque un torero no puede dejarse morir de manera irracional", dice el presidente de la Unión de Abonados. Un filósofo les contradice: "Logró ser visto como promesa de libertad".
El debate desborda el clásico choque entre pro y antitaurinos
Sacude las columnas del templo llevando el riesgo a su máxima expresión
"Se empeña en que lo coja el toro, quizá para emocionar más", dice un crítico
"La culpa la tiene el público, que le incita a jugarse la vida", dice un empresario
Vamos a ello.
Siete orejas, tres volteretas y tres cornadas en dos corridas es un balance conmocionante. El torero -el genio, artista y sublime del primer día, que elevó el toreo a las más altas cumbres de la belleza- dio paso al hombre valiente -el héroe, temerario, quizá, que pisó terrenos imposibles, llevó la angustia a los tendidos y acabó victorioso, aunque también herido, ensangrentado-.
Mientras el torero cruzaba la plaza con las dos orejas de su último toro, camino de la enfermería, Juan, un veterano aficionado, emocionado hasta la médula, de pie, con las manos unidas como en una suerte de éxtasis religioso, musitaba: "Ésta es la verdad; ésta es la verdad". A su lado, con el ceño fruncido, Eduardo, que ha echado los dientes en la fila ocho del tendido 10, movía la cabeza en señal de clara desaprobación, y sólo acertaba a decir: "No".
Pero la inmensa mayoría de los más de 24.000 espectadores que abarrotaban Las Ventas el domingo parecía tener el convencimiento de que acababa de ser testigo de una gesta histórica. Si el 5 de junio el torero subió a los cielos y se convirtió en leyenda por la profundidad de su tauromaquia, 10 días más tarde consiguió acongojar y encoger los corazones por su aparente desprecio a la vida y su extraño compromiso con el triunfo.
¿Es José Tomás un artista en plenitud o un visionario, un loco, un gladiador? La polémica ha saltado a la opinión pública, y el torero se ha convertido en un permanente objeto de deseo, acrecentado por la burbuja misteriosa que rodea a toda su vida. No habla, no se le ve ni se le oye. Se sabe que vive en Estepona, pero se oculta de todo y de todos. Mientras él guarda silencio y se recupera de las heridas, la controversia crece.
Pero, aunque lo parezca, esta historia no es nueva. La tauromaquia es una película de aspirantes a héroes en la que sólo los más valientes han gozado de la gloria. La lucha a muerte entre un animal salvaje, retador y poderoso, frente a un ser humano indefenso y oculto tras el débil escudo protector de un paño está en el origen mismo de esta fiesta violenta que ha derivado en arte. Porque el sentimiento artista sólo surge cuando se modifica el comportamiento del toro y el público se humaniza. Hoy, afortunadamente, sería impensable asistir a las diarias carnicerías de los caballos de picar, habituales hasta principios del siglo XX. Pero no se puede ocultar que el morbo de la sangre ha sido un ingrediente fundamental de la fiesta. Y han sido muchos los toreros que se han dejado la vida en las astas de toros fieros ante un público enfervorizado.
Pero los comportamientos sociales evolucionan. El toro ya no es el mismo. Su fiereza se ha tornado en nobleza, cuando no en penosa dulzura. "Toros artistas" los llaman los más osados. El toreo ha dejado de ser una lucha para convertirse en la expresión de un sentimiento, en el moderno baile de un burlador de pastueñas embestidas. Y el torero sueña con ser artista antes que lidiador. El riesgo sigue existiendo en la plaza, pero han desaparecido el morbo y la violencia. El protagonista histórico, el toro, ha pasado a un segundo plano. El toreo ha dejado de ser una lucha encarnizada. Y ha perdido emoción, qué duda cabe. El aficionado de hoy necesita palpar el riesgo, pero aborrece la tragedia. Prefiere el temple, la cadencia, el empaque, el embrujo, el señorío, la torería... Se dice, y es verdad, que hoy se torea mejor que nunca, pero al toro más bobo de la historia. No corren buenos tiempos para los héroes.
Y llega José Tomás; y combina el toreo hondo con el riesgo llevado a su máxima expresión. Sacude las columnas del templo, pone en entredicho toda una concepción moderna del toreo, y conmociona. A unos, porque han descubierto a un héroe que parece extraído de un cómic; a otros, porque ha devuelto la emoción a una fiesta que se había convertido en un juego floral; y a la mayoría, porque es un público ávido de emociones fuertes.
José Tomás es un gran torero; discutido por su genialidad, y porque ha recuperado la esencia de la fiesta. Un torero antiguo, heroico, que atropella, a veces, la razón en función del triunfo. Pero le ha devuelto la vida a los toros. Por eso, todos hablan de él; todos quieren verlo en la plaza y las opiniones se dividen. Tampoco los expertos se ponen de acuerdo. Todos reconocen su valor y su calidad como torero, pero...
"A mí lo que me extraña es que se elogie a un torero porque lo coja el toro, cuando creo que la gracia consiste en lo contrario; es verdad que dicen que José Tomás se coloca en un sitio imposible, y hay que reconocer que su reaparición ha tenido un efecto revitalizador para la fiesta, pero a mí me gustaban Antonio Ordóñez y Curro Romero, y no los legionarios". Así de contundente se expresa el filósofo Fernando Savater, que, a pesar de ser aficionado, hace 10 años que no acude a una plaza.
El cirujano jefe de Las Ventas, el doctor Máximo García Padrós, reconoce que "todo torero tiene algo de artista y de gladiador, aunque en unos se nota más que en otros". Asegura que su concepción del toreo dista de tener el corazón en vilo, reconoce que Tomás es un representante del arte clásico, "se queda quieto, no rectifica y sufre lesiones con mayor o menor suerte". "Es un torero", concluye, "muy comprometido delante del toro". Considera el cirujano taurino que la histeria colectiva que se crea en la plaza perjudica a los demás toreros, y ofrece algunos "secretos" de la enfermería: "Tomás demuestra una gran frialdad; parece como si considerara normal las heridas y se comporta con una sorprendente estoicidad. Llegó a la camilla con 70 pulsaciones, como si tal cosa, y aseguró que no le dolía nada. ¿Miedo? No lo sé, pero no lo manifiesta. Está deseando volver al toro. Y la verdad es que te deja pasmado. Todos los toreros están hechos de otra pasta, pero éste se lleva la palma".
Entonces, es un loco que no conoce el miedo. Un temerario que pretende inmolarse para ofrecer carnaza a una muchedumbre que lo sigue para verlo morir, aunque no sea ésa su intención. Eso es lo que opinan muchos. Pero no es ése el diagnóstico de Jaime Rodríguez Sacristán, catedrático de Psiquiatría Infantil. "Creo que se le está tratando de forma poco respetuosa. Me molesta como profesional que se diga que es un suicida, que no tiene apego a la vida, que se va a morir pronto... Mi opinión, con los escasos datos que poseo, es que se trata de un hombre con una vida afectiva normal y muy celoso de su intimidad, lo cual me parece muy bien. No veo en él ningún rasgo de anomalía. ¿Que es valiente? Si discutimos la valentía en el toreo ponemos en cuestión el toreo mismo, porque es indisociable a éste. José Tomás no da muestra alguna de locura, de inconsciencia o temeridad patológica; más bien, creo que es su manera de entender el toreo. Y seguro que tiene miedo, porque esa forma de angustia como reacción a una amenaza es consustancial al ser humano".
Quien parece tenerlo claro es su actual apoderado, Salvador Boix, que rige su destino profesional desde que reapareciera en Barcelona hace ahora un año. Boix ha vivido con el torero la gloria y el drama; quizá, por eso, es tan contundente. "José es un torero, exclusivamente. Ni ha inventado arrimarse, ni la vergüenza torera. Lo que se vio en Las Ventas lleva sucediendo hace mucho tiempo y, desde luego, no lo ha descubierto Tomás. Por eso, la polémica me parece poco reflexiva. Lo que ocurre es que es un torero con mayúsculas, que se juega la vida para torear a todos los toros según sus condiciones. Los toros cogen cuando uno se arrima, y José no da un paso atrás porque tiene que darlo todo para responder a la expectación que despierta. Estoy convencido de que es un torero grandioso, el más honrado de la historia. ¿Que si pasa miedo? Pues, claro. Pasa mucho porque es de carne y hueso; pero practica un valor que puede llegar a molestar porque es fruto de un sentido de la ética. El respeto al toro y al público le hacen superar el miedo. José Tomás no sale a morir, sino a alcanzar la perfección. Ése, y no otro, es su gran mérito".
Las opiniones comienzan a dividirse cuando se les pregunta a respetables y prestigiosos aficionados a los toros. Algunos, como su biógrafo, Carlos Abella, lo tienen muy claro: "Como artista, está a la altura de los más grandes de la historia, y como valiente, es de los más arriesgados que he conocido". Aún parece durarle la emoción a Trinidad Jiménez, secretaria de Estado para Iberoamérica. A caballo entre Venezuela y Colombia, recuerda las emociones vividas: "José Tomás consigue la magia plena del toreo con arte y con valor. Ante toros imposibles, como a los que se enfrentó el día 15, con su vocación de repetir las gestas de los héroes, opta por jugarse la vida y conmociona al público, arrimándose hasta lo imposible. Quizá no fue toreo puro, ni fino, aunque José Tomás también es pureza y finura, como demostró el día 5 de junio".
Más crítico es Andrés Amorós, catedrático de Literatura Española y reconocido escritor taurino: "Sabe torear, pero se ha convertido en un mito, y eso dificulta el análisis sereno. No le hacen ningún favor los elogios desmesurados que de él se están escribiendo. Tampoco es bueno para su toreo la permanente fijación como modelo en Manolete. Su gran valor merece todo el respeto; más discutible es su técnica: todos los grandes toreros de la historia han podido sufrir más de una cornada a lo largo de la temporada, pero ninguno de ellos -salvo en su etapa de aprendizaje- sufría revolcones cada tarde".
Juan Manuel Albendea, crítico, estudioso taurino y diputado del PP, cree que "José Tomás es uno de los grandes toreros de la historia y no tiene necesidad de actuar como un tremendista. Sabe torear divinamente, pero se empeña en que lo coja el toro, quizá porque a la masa le emociona más la cercanía que el arte del toreo". Más duro, si cabe, se muestra José Luis Moreno-Manzanaro, presidente de la Unión de Abonados Taurinos de España: "Le aplaudí el día 5 y me sentí muy defraudado el 15. Un torero no puede dejarse morir de manera irracional, a trompicones y a zambombazos. Esto no es la legión". Y Ramón Valencia, empresario de la Real Maestranza de Sevilla, añade: "La culpa la tiene el público, que le incita a jugarse la vida de forma extrema".
"El ser humano tiene objetivos no siempre determinados por el imperativo de la subsistencia. Venciéndose a sí mismo, José Tomás no sólo conquista su libertad, sino que consigue ser visto por los demás como promesa de libertad propia", dice, a modo de conclusión, Víctor Gómez Pin, catedrático de Filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona.
¿Un artista? ¿Un loco? José Tomás es un torero que ha convulsionado el mundo de los toros y ha conseguido interesar a todos, a aficionados y detractores. Sin duda, provoca controversia, en la misma medida que su figura desprende una personalidad tan intensa que no deja indiferente a nadie. Quién sabe si, al final, no ha hecho más que recuperar la esencia misma de la tauromaquia. Quizá, es que sólo es un torero. Ni más ni menos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.