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EN PORTADA | Entrevista

El fantasma de Philby

Guillermo Altares

Tregiffian es un lugar muy especial, sobre todo porque es un fiel reflejo de sus habitantes, David Cornwell y su esposa, Jane. Está compuesto por diferentes casas, que han ido creciendo como su familia a lo largo de los años; también por un jardín en diferentes planos y la plácida presencia del mar y del silencio. Es un lugar donde se puede escuchar dar la vuelta al viento.

Cornwell era un joven miembro del servicio secreto cuando comenzó a escribir novelas parapetado tras el seudónimo de John Le Carré. Las dos primeras, Llamada para un muerto y Un asesinato de calidad, pasaron inadvertidas. La tercera, El espía que surgió del frío, escrita al rebufo de la construcción del muro de Berlín, le convirtió en una celebridad mundial: fue un éxito inmediato, la gran novela de la guerra fría. Tuvo que dejar el servicio exterior y buscar un refugio. Acabó en este rincón de Cornualles. Cuando llegaron, explica Le Carré, había chamizos para campesinos abandonados, porque allí crecían antes que en otro lugar flores y verduras y se llevaban a Londres en el siglo XIX. Han pasado 21 novelas, cuatro hijos, nietos, ha acabado la guerra fría y muchos pensaron que se iba a acabar Le Carré, pero Cornwell se puso entonces a escribir sobre el mundo que surgió del frío, y se convirtió en el cronista de la globalización con obras como El peregrino secreto, Amigos absolutos o El jardinero fiel. También trató la figura de su padre, un estafador, en Un espía perfecto. Y con su vida y con su obra ha ido creciendo la casa, un lugar nada ostentoso en el que los cuadros, los recuerdos, los libros, el espacio para escribir han ido formando un lugar extremadamente agradable. En el cuarto de baño hay un pequeño muñeco de Bush y un cuadro de Thatcher. Su estudio, sin ordenador (escribe a mano), es un cuarto luminoso, con tres ventanas sobre el mar. Sobre una mesa, libros que tocan el tema sobre el que trabaja ahora (McMafia, una obra sobre los oligarcas, el último Orlando Figgis, Los que susurran, que en España acaba de publicar Edhasa). Enfrente, dos baldas llenas de libros de espionaje, obras sobre el MI-5, clásicos como Fitzroy McLean (un oficial británico que tuvo un papel muy importante en la II Guerra Mundial), Nigel West, Tim Weimer... Y muchas obras sobre Kim Philby, el más importante agente doble de todos los tiempos, el personaje que dio centenares de nombres a los soviéticos (se dice que entre ellos el de Cornwell), el topo por antonomasia junto a sus colegas del Círculo de Cambridge. Sin embargo, cuando tuvo la oportunidad de conocerlo, en Moscú, a finales de los años ochenta, Le Carré no quiso.

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PREGUNTA. ¿Se arrepiente de no haberse entrevistado con Philby?

RESPUESTA. Lo lamento desde el punto de vista de la curiosidad personal, humana. Pero volvería a hacer lo mismo. No podía soportar la idea de darle algún tipo de consuelo. Es muy fácil, en el mundo de los espías, racionalizar cualquier infidelidad, cualquier crimen. Lo que hizo Philby era realmente malvado, porque creció para lo mejor o lo peor en una sociedad libre. Si tenía una opinión sobre el comunismo, podía expresarla. Conocí poco antes de morir a Sajarov, en lo que todavía era Leningrado. Fue una conversación mágica para mí. Sajarov en una sociedad autocrática tuvo el valor de levantarse y decir no, no voy a hacer esto. Philby hizo exactamente lo contrario. En una sociedad abierta, se pasó al otro lado. Pero aprovechó todos sus beneficios y traicionó a mucha gente.

P. Se dice que incluso a usted.

R. Es una presunción. El nombre de todos los que pedían trabajo en el servicio secreto de aquellos tiempos, el SIS, circulaba dentro de la oficina. Siempre que le llegaba uno de esos nombres a Philby, lo filtraba, y tuve una relación con el SIS en esa época. Asumo que me traicionó, pero no lo sé seguro.

P. ¿Su rechazo de Philby, de la mentira, tiene algo que ver con su padre, con el hecho de que fuese un estafador, que viviese en la mentira?

R. Sí, claro. No sé cuánto de esto se ha llegado a contar. Rechacé ver a Philby y sé que después pidió a Philip Knightley, un periodista australiano afincado en Londres, que fuese a Moscú y escribiese el libro sobre él. Creo que pensaba que yo lo haría con él. Y le dijo a Knightley: "¿Qué pasa con Le Carré, por qué no le gusto, acaso sabe algo sobre mí?". Cuando Knightley volvió a Londres, me llamó y me transmitió la pregunta. Y creo que tiene que ver con el hecho de que los dos tuvimos padres criminales completamente locos. En la adolescencia estás tan enfadado ante esto, porque no hay ninguna lógica en la autoridad que en teoría tienes que obedecer. En mi caso, no tuve madre, el padre de Philby trataba fatal a las mujeres. Pasas por una de esas revoluciones de la adolescencia porque llegas a una encrucijada y es muy fácil acabar en el crimen. Muy fácil tratar de quitar a la sociedad lo que crees que ella te ha quitado. O vas por el otro camino y buscas una mejor disciplina, una mejor comprensión de la vida.Y creo que Philby decidió muy pronto llevar a cabo una cruzada contra la sociedad. Si le dejaras tu perro, te lo devolvería muerto o muy enfermo. El problema es que Philby consiguió ser muy admirado por los intelectuales de los años treinta, como alguien que escogió en secreto el camino de la izquierda, entre otras cosas a causa de la Guerra Civil española. Gente como Hugh Trevor Roper y Graham Greene, que vivieron los años treinta, pensaron en Philby como un intelectual, alguien que decidió a contracorriente, alguien que fue consecuente. Y Greene llegó a comparar a Philby con los sacerdotes católicos en la época de la Reforma, pero yo creo que fue un hombre malvado. -

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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