Valance y la libertad de prensa
Aseguran los agoreros con causa que corren tiempos de crepúsculo para el ancestral, cotidiano y ritual gesto de comprar el periódico, que la inmensa mayoría de la gente joven encuentra arcaico y vano pagar por unas páginas impresas para enterarse del estado de las cosas cuando esa información te llega presta y gratis a través de Internet. Ante esa amenaza de jubilación o de forzoso reciclaje es normal la exaltación de los miembros de la antigua tribu al escuchar una frase rotunda y laudatoria sobre la grandeza del oficio que se escucha en la película La sombra del poder. Una bloguera definida por la editora del periódico como "joven, ambiciosa, rápida, eficaz y barata", que ha descubierto finalmente la necesaria profesionalidad, el rigor y la autenticidad de un mítico sabueso de la vieja escuela cuyo trabajo se distingue por ser "caro, lento, tenaz y contrastado", asegura en el desenlace de la tortuosa intriga: "Esta noticia justifica que mañana los lectores se manchen los dedos de tinta".
Edmond O'Brien sabe que el látigo de Liberty Valance le va a desollar cuando vea sus felonías impresas en papel
Hay más cantos de cisne en los últimos tiempos alrededor de labor tan épica y acorralada. El más penetrante, lúcido y corrosivo ha sido concebido para la pequeña pantalla, en la quinta y lamentablemente última temporada de la maravillosa serie de televisión The wire. En ella, late la atmósfera de que el pescado ya ha sido vendido. El honesto y escéptico redactor jefe de local que intuye que son un fraude consciente los triunfantes reportajes sobre un asesino de mendigos que está publicando un trepa impuesto por la dirección del periódico, sabe que no puede parar esa infame movida, que las batallas que ganaba aquel modelo ético que representaba Lou Grant son impensables en la actualidad. George Clooney es más optimista en su oda en blanco y negro a la vieja y amenazada libertad de expresión en Buenas noches y buena suerte (muletilla simbólica que me empieza a causar un poco de cansancio y un mucho de náusea al constatar cómo pretenden identificarse con ella diversos y cualificados chacales del periodismo nativo), reivindicando el coraje, el sentido moral y la indomable personalidad del nicotínico y televisivo Edward R. Murrow en su guerra contra los poderosos, salvajes, farisaicos e impunes cazadores de brujas.
Hago agradecida memoria y descubro con enorme respeto que cuatro de los más sublimes creadores de la historia del cine encontraron alguna vez inspiración en el mundo del periodismo para contar sus historias. No es el protagonista de esa desolada obra maestra de John Ford titulada El hombre que mató a Liberty Valance, esa dolorosa elegía que prefiere la agreste flor de cactus a las civilizadas rosas, el individualismo trágico al necesario Estado de derecho, pero aunque ocupe un lugar secundario, es el retrato más insigne que ha hecho el cine de algo tan utópico como la obligación periodística de contar objetivamente la verdad. El que se empeña en hacerlo es un acojonado borracho con madera de héroe, inmejorablemente interpretado por Edmond O'Brien, que sabe que el látigo de Liberty Valance le va a desollar cuando vea sus felonías impresas en papel, que en estado agónico por la paliza con la que le ha castigado el poder de la fuerza susurra algo aún más épico que surrealista: "Le he hablado a Liberty Valance de la libertad de prensa".
Ben Hecht, aquel guionista tan productivo y brillante que odiaba trabajar, escribió una descreída y corrosiva obra de teatro en la que derramaba sarcasmo sobre la cívica misión de informar de la realidad. El argumento desarrollaba la absoluta falta de escrúpulos, y el sensacionalismo del periodismo encargado de cubrir la ejecución de un pobre hombre le sirvió a Howard Hawks para hacer una comedia de ritmo endiablado y gracia inmarchitable titulada Luna nueva. También a Billy Wilder en Primera plana para consumar la sátira más desaforada de los supuestos defensores de la verdad, para hacer el retrato de un director de periódico capaz de vender a su madre por ganar una exclusiva, manipulador y despiadado, cínico y pragmático, intrigante y mezquino, alguien tan monstruoso y excesivo que llega a caerte simpático y con el que Walter Matthau nos regala una creación memorable. ¿Exagera Wilder, hace una caricatura de la realidad con ese brillante canalla? Mi experiencia me asegura que, a lo peor, se queda corto. Pero no existe ninguna vocación de hacer esperpento ni farsa por parte del mordaz vienés en la pavorosa El gran carnaval al describir a un especialista en vender periódicos alimentando el morbo de los lectores, convirtiendo en espectáculo de feria la tragedia de un hombre atrapado por el derrumbamiento de una mina.
Orson Welles también metió su estética y tenebrosa mirada en la llaga. Nunca estará claro lo que significaba Rosebud para el atormentado ciudadano Kane pero no hay duda de que conocía modélicamente la capacidad del cuarto poder para transformar las mentiras en verdades, para manejar a la opinión pública, para deformar, para inventarse inexistentes héroes y convenientes villanos.
Descubro que me queda poco espacio para recordar a los periodistas ejemplares que nos ha dado el cine. No puede ser casual que sólo tenga privilegiada memoria de los cabrones legendarios. Por ejemplo: recuerdo levemente al íntegro Bogart que se enfrenta a un mafioso y a las presiones internas y externas que sufre su denuncia desde la jefatura de un periódico en la exaltante El cuarto poder, firmada por mi algunas veces amado Richard Brooks, el conductor de las inmarchitables Los profesionales, A sangre fría y Muerde la bala. Sólo me acuerdo del turbador enano y se me ha difuminado la historia de amor entre Mel Gibson y Sigourney Weaver en la convulsionada Indonesia de El año que vivimos peligrosamente. Tampoco aguanta bien en mi retina la salvajada de Camboya en Los gritos del silencio. He vuelto a ver la bienintencionada y sandinista Bajo el fuego y me ha decepcionado. Superman también hacía periodismo, pero no me lo puedo tomar en serio en esa faceta, sólo me lo creo volando. Reconozco la importancia de los hombres que defenestraron al Presidente y a todos sus hombres, pero tampoco me han dejado imborrable huella Redford y Hoffman dinamitando el poder. Mis fijaciones más perdurables entre los periodistas que me ha dado el cine son el alcohólico tragicómico y el rey de los sinvergüenzas que parieron Ford y Wilder. O sea, los más grandes describiendo las apasionantes o temibles variedades de la naturaleza humana. Incluidos los periodistas. -
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