El hombre que dibuja las letras
Escribe de pie, como Hemingway; y su máquina de escribir no está tan lejos de aquellas máquinas que utilizaba el autor de El viejo y el mar. Su estudio (el de Alemania y el de Dinamarca) es el lugar de trabajo de un artista total, de un orfebre y de un fumador en pipa. Esta última característica no es accidental en la vida cotidiana de Günter Grass (Danzig, actual Gdansk, 1927; premio Nobel de Literatura 1999), pues la pipa es como el diapasón de su pensamiento, el elemento que precisa para que su timidez de adolescente asustado oculte un rato su ansiedad o su silencio. Se despierta muy temprano en su casa de Lübeck, Alemania, se enfunda su ropa marrón, de colores diluidos, se pone sus zapatones de andar por el bosque, desayuna y atraviesa como un forzado el paseo verde que divide su lugar de sueño, asueto y cocina, y se instala en este estudio en el que siempre ha habido un aguafuerte de Goya mirándole escribir. Escribe en cuadernos enormes, y con una letra ilegible que recuerda algunos manuscritos de la era de Goethe, como si dibujara las letras, como si en ellas pusiera el empeño de un niño superdotado que ha aprendido a escribir pintando. Es un perfeccionista incluso escribiendo su diario, que tiene abierto por la última página, como si el día ya escrito le diera el tono del día siguiente. Su pasión es escribir manchando, es decir, creando geografías escritas o dibujadas, pero siempre sintiendo el latido de un cuadro como inspiración de lo que hace. Escribe escenas como si las dibujara; es algo así como un viejo director de cine que tuviera en la cabeza todo lo que ha de suceder en un filme, y así hace las novelas, dibujándolas, y muchas se leen como dibujos; es más, a algunos de sus libros les ha añadido sus dibujos, que hace aquí también, o sobre todo, bajo la advocación de su amigo Francisco de Goya. Por decirlo así, es un artesano que, cuando toma en la mano un lápiz, una pluma o un pincel, tiene en la memoria un suceso, un árbol, un pez o un pájaro, y aunque luego la historia sea tan dramática como su propia vida de protagonista de la peor historia de su país, siempre hay en su escritura o en sus dibujos la voluntad de perpetuarse, de dejar fijas sus señales. Esta sala en la que escribe es contigua a otra mucho más luminosa en la que están los libros que más consulta o que más quiere; ahí tiene un saloncito donde recibe a los periodistas cuando vamos a interrumpir su relación con las imágenes que le animan la vida. Con las gafas cortadas y caídas, ahí dentro se puede ver a Grass luchando contra el tiempo con las armas de la escritura, el dibujo y el silencio.
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