Vidas rotas en Stalingrado
Cuantos disfrutaron con esa inmensa novela que es Vida y destino -"la Guerra y paz del siglo XX"-, del escritor ruso de origen judío Vasili Grossman (1905-1964), tendrán que leer Por una causa justa, la "primera parte" de la anterior, una primicia en castellano de idéntica magia narrativa. El célebre reportero de guerra que fue Grossman vivió en persona las más heroicas y amargas experiencias en el frente germano-soviético. Nada escapaba a su mirada, ni las tétricas escenas de devastación ni las calladas hazañas anónimas. Tanto en el frente como en la retaguardia se devoraban sus crónicas con fruición. Este gran periodista desarrollaba también una obra literaria privada, iniciada antes de la guerra y que continuó a su término, de ella forma parte Por una causa justa. A Grossman lo han comparado a Tolstói y Chéjov por su maestría psicológica y su profunda humanidad. Esto es lo que llama la atención en esta novela, publicada en 1952 en la Unión Soviética, un año antes de la muerte de Stalin. Grossman no era todavía el disidente político que llegaría a ser poco después, cuando cobró conciencia de su singularidad judía tras el Holocausto en Ucrania y el antisemitismo demostrado también por los soviéticos. Y aunque la guerra había transformado sus creencias comunistas, Por una causa justa todavía no era tan crítica con el régimen soviético como más adelante lo será Vida y destino, aunque fuera subversiva de manera indirecta, de ahí sus dificultades con la censura. Según los burócratas comunistas el autor no destacaba la importancia del partido ni el liderazgo de Stalin en la dirección de la lucha contra Alemania; lejos de ello, centraba su objetivo literario en la narración de los avatares de un vasto elenco de personas concretas, gente corriente como los miembros de la familia Sháposhnikov, a la que pertenece el físico Strum, y multitud de personajes secundarios, desde mineros y operarios industriales hasta generales, algunos de los cuales aparecerán en Vida y destino. Y es que para Grossman son los hombres y las mujeres reales, sus almas y sus acciones -casi siempre bondadosas-, quienes merecen la mayor relevancia: ellos encarnan "el pueblo ruso", con nombres y apellidos. Y son sus dignas vidas, pisoteadas y rotas por las fuerzas del mal -Hitler y sus asesinos- las que Grossman salva de entre las cenizas de la historia en sus magníficas novelas. Por una causa justa iba a titularse Stalingrado, puesto que sus personajes sufren los primeros días de aquel encarnizado asedio, pero un censor amigo de Grossman le recomendó el cambio de título por el actual, un lema del ministro Molótov tras el repentino ataque alemán a la URSS el 22 de junio de 1941. Esta fecha aciaga convulsionó los destinos de millones de personas, y a sus vidas trató de acercarse Grossman. ¿Qué mayor subversión que este sentimiento por parte de Grossman cuando el despiadado Stalin, al igual que Hitler, se creía comandante de anónimos rebaños humanos destinados al matadero como carne de cañón?
Por una causa justa
Vasili Grossman
Traducción de Andréi Kozonets
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores
Madrid, 2011. 1.088 páginas. 26 euros
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