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CON GUANTES
Columna
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Santiago de Chile

Alguien, seguramente un argentino, me preguntó si había visto mucha miseria en Santiago de Chile. A algunos porteños les gusta soñar con un Santiago miserable y con un Buenos Aires que es París, pero lo cierto es que no he visto por las calles ningún pobre, sólo me he encontrado con un niño muy alegre que tenía un tambor atado a la espalda y que daba vueltas como una peonza y después pasaba el sombrero convencido de su triunfo. Había que ver al crío. Si la miseria es esto, entusiasmo, capacidad y ritmo exacto, no hay país que no la quiera para sí.

En Santiago de Chile no sólo crecen los niños, pobres y ricos, también crecen los centros comerciales y esos rascacielos de cristal que dicen ahora sin pensar en antes, como síntoma inequívoco de equivocado progreso, pero a pesar de los errores evidentes, la vida sigue en Santiago, como en todas partes. Se come, se cena, se baila, se vive. Cualquier país es al fin y al cabo la suma de su gente, y cuanto menos se envenena a los peces, más bonita resulta la pecera. Los peces de Chile me parecieron muy sensatos, muy tranquilos, nadando en general muy lejos del veneno. Hay gente en Santiago, muchos de ellos son escritores, que aún sueñan que España existe, pero yo que vengo de allí sé decirles que no, que España ya fue, y no pasa nada, porque se puede soñar con algo y con otra cosa distinta, sin dejar de soñar. El niño del tambor da vueltas y vueltas y me dice que es más fuerte que yo, que no le hago ninguna falta, que está más que preparado para prescindir de mi limosna. La fuerza es una razón que el conocimiento no siempre acaba de descifrar.

"La historia que nos ata no justifica nuestra presencia ni nuestras opiniones"

He vuelto de Santiago de Chile feliz de haber estado entre la gente que conocí hace mucho y que ya es otra. El vuelo es tan largo que casi sería mejor ir en barco, y hacer de esas horas meses y fumar en cubierta y ver el mar a tu lado. No es sensato cruzar el océano y el Mato Grosso y el Aconcagua sin ver casi nada, no es sensato viajar tan deprisa y tan ciego. Los aviones tienen ventanas pequeñas y se alejan demasiado de todas las cosas importantes. Viajar en avión debería estar prohibido.

Espero volver pronto a Chile, en barco, y entender un poco más a los chilenos, y espero embarcarme también para Buenos Aires y entender a otros argentinos, que no necesitan un Chile pobre para sacar la cabeza.

Santiago y Buenos Aires son hermanos que se miran de reojo, y ni mal ni bien, y me da que aún no saben mirarse. Pero quién soy yo para sacar de la maleta conclusiones de extranjero.

En todos los libros de viajes hay unos hombres que saben, los lugareños, y unos hombres que creen que saben, los escritores.

Lo que existe no tiene por qué ser contado con nuestras propias palabras.

Viajar a la América de habla hispana siempre genera confusión, es como llegar a un planeta desconocido donde por algún error de la historia los alienígenas hablan tu idioma. O tú el suyo, que viene a ser lo mismo. Nada tiene que ver un país con el otro, y en nada se parecen Buenos Aires, Bogotá o Santiago, pero la lengua hace algo, no sé si daño o cariño, o ambas cosas. Lo que sí sé es que América está muy lejos y que llegar hasta allí no significa exactamente haber estado. La historia que nos ata no justifica nuestra presencia, ni sujeta, por supuesto, ninguna de nuestras opiniones. Un español en América es un marciano. Lo era antes, lo es ahora. Pero cuidaron de nosotros, y hasta de Gombrovitz, durante cada uno de nuestros muchos exilios, así que cuesta mucho no estar eternamente agradecido.

Santiago se sujeta entre una política insensata, como la nuestra, y bajo unas montañas nevadas que aquí, en Madrid, nos faltan.

Es muy castellano esto de dar órdenes sin tener nada que decir, pregúntenle a un catalán y sabrán de lo que hablo. Es muy castellano inventar nombres para cosas que no tenemos, es muy fácil para un castellano decir España sin saber ni lo que significa.

En defensa de Castilla puedo decir que la gente sin mar se trastorna.

Vuelve uno de Santiago de Chile con la cabeza del revés, enamorado de Europas y Américas y Españas muy lejanas, siendo al mismo tiempo responsable de nada y culpable de todo.

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