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Columna
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Cogida

Montero Glez

En la pintura de Barceló hay una vitalidad salvaje que sólo se consigue con los ojos bien abiertos. Sirva como ejemplo la obra que lleva por título Cogida y donde el pintor, en pocos trazos y la intensidad de un hombre primitivo, marca con tinta el momento preciso, el vértice del terrible juego, ahí donde toro y torero se cruzan y la mayoría de los presentes cierra los ojos ante lo que Hemingway denominó: la realidad desnuda.

En casos así, lo de cerrar los ojos es un acto de defensa, facultad de los sentidos y algo tan natural como seguir viviendo. Se necesita un carácter firme, una voluntad pura que obligue a los ojos a captar la mala fortuna del momento. Por todo ello, el dibujo de Barceló es pieza de valor pues no hubiera sido posible si el pintor hubiera cerrado los ojos ante la realidad desnuda. La violencia de la acometida, el trapo por los aires, el movimiento conseguido en pocos trazos y mucha maña, el ruido, la fiebre y toda la suma de detalles habidos y por haber nos revelan que Barceló mantuvo los ojos abiertos en el instante preciso del suceso, en el momento exacto de la acometida. Es lo que tiene la pintura, que puede captar la intensidad de un momento extremo y plasmarlo con todo su brío, cosa que no se puede conseguir nunca escribiendo. No existe escritura que pueda captar la riqueza y la miseria de un acontecimiento extremo, como tampoco existe un solo escritor que no la persiga sin cesar.

Sin duda alguna, el que más empeño puso en el asunto fue Hemingway. El escritor americano lo cuenta en Muerte en la tarde. Dando muchas claves sobre el camino a seguir, Hemingway nos descubre cómo la muerte violenta es más compleja de plasmar que la muerte por enfermedad, llamada natural. Porque el testigo de la muerte violenta tiende a no implicarse, a cerrar los ojos ante ella, nos dice el escritor. Hemingway pone el ejemplo terminal de un niño al que no podemos socorrer en el momento de ser aplastado por un tren. Es entonces cuando cerramos los ojos ante la realidad desnuda. En el caso de plasmar esta muerte violenta en la narración, el escritor no se pierde nada con haber cerrado los ojos pues el niño, en el momento antes de ser atropellado, es vértice del terrible acontecimiento, límite y fin de la narración.

Al igual que pasa con Barceló, donde tan importante es el trazo que el pintor evita como el trazo con el que embiste, en la literatura de Hemingway es tan importante lo que no se dice con palabras como lo que se dice con ellas, lo que se muestra como lo que se oculta. Sin duda alguna, las obras de ambos están hechas con la misma disposición ante el vértice terrible del juego, con la misma voluntad para no cerrar los ojos y poder desvelar así los misterios de la realidad desnuda.

Montero Glez (Madrid, 1965) es autor, entre otros libros, de Pistola y cuchillo (El Aleph) y Pólvora negra (Planeta). http://gentedigital.es/comunidad/monteroglez. webmonteroglez.wordpress.com.

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Sobre la firma

Montero Glez
Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.

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