Rituales contraliterarios
Narrativa. Lo sabemos nada más comenzar la novela. Ésta es la historia de un joven señalado como pirómano. Hizo arder (de manera accidental) la mansión de Emily Dickinson y, como en ella murieron dos personas, ese desastre tiene como consecuencia que el protagonista permanezca encerrado una década y al abandonar la prisión se entregue al estudio (se matrícula en ciencias del envasado después de un tiempo en filología inglesa) y busque el anonimato. En el entretanto ha ido recibiendo cartas de personas que, por una razón u otra, le piden que entregue a las llamas las casas museo de determinados escritores. Mark Twain, Edith Wharton o Nathaniel Hawthorne son algunos de los autores elegidos. Y así, desde el inicio, El club de los pirómanos... ya anticipa que el autor va a combinar humor e intriga y cierto surrealismo. Con esa mezcla y un ambiente familiar más que enrevesado la novela transcurre relatando las peripecias de Sam Pulsifer, un pirómano accidental convertido en detective proclive al fracaso. Brock Clarke (Nueva York) nos sumerge en un delirante y excéntrico mundo de amantes y detractores de la literatura. Está el odio, la indiferencia o la pasión que despiertan los libros con sus enseñanzas, la veracidad de su ficción o la falsa presunción de inocencia que contienen sus páginas. El lector caminará junto a personajes desnortados, una visión demoledora de la sociedad y razonamientos excéntricos sobre la usurpación y el plagio. La novela ofrece, junto a momentos estelares y una fortaleza extravagante de los vínculos familiares, algún extravío en situaciones que se demoran en su resolución. Delirante y curiosa.
El club de los pirómanos para incendiar casas de escritores
Brock Clarke
Traducción de Juanjo Estrella
Duomo ediciones. Barcelona, 2009
344 páginas. 19 euros
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