El rival del presidente afgano tira la toalla
La retirada de Abdulá siembra de dudas la segunda vuelta de las presidenciales.- EE UU cree que la presencia de Karzai como único candidato no le resta legitimidad
La segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Afganistán del día 7, la solución política arrancada con fórceps al presidente Hamid Karzai para dar credibilidad a un proceso herido, ha descarrilado. Su rival, Abdulá Abdulá, ha anunciado en Kabul su retirada "definitiva e inamovible" del proceso porque a su entender no se dan las condiciones mínimas de transparencia. "La maquinaria que permitió un fraude masivo en la primera vuelta sigue intacta y unas elecciones limpias no son posibles (...) No se puede jugar con el voto del pueblo", dijo ante sus fieles en la gigantesca tienda de la Loya Jirga (gran asamblea tradicional) que recibió la decisión con vítores.
La Comisión Electoral debe decidir el siguiente paso: si las elecciones se celebran este sábado con un solo candidato y unas papeletas (ya impresas) con dos nombres o se proclama vencedor al actual presidente, ahorrando vidas, ataques de los talibanes y dinero.
Todo el proceso ha costado 223 millones de dólares (151,25 millones de euros). La primera opción es la que manejan en la Comisión esgrimiendo textos legales y la misma Constitución; la segunda es la preferida de Kai Eide, enviado especial de Naciones Unidas. Para Abdulá lo que falle la Comisión Electoral Independiente (CEI) es irrelevante pues la culpa es el problema creado al validar en la primera vuelta cerca de un millón de votos falsos. Karzai deja elegantemente la decisión en las autoridades electorales que él nombró.
Desde fuera, los mensajes son claros. La secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, aseguró desde Abu Dabi que la celebración o no de los comicios es una decisión afgana y que el hecho de que haya un único candidato no reduce la legitimidad del vencedor. La traducción política del siempre correcto lenguaje diplomático es que EE UU no puede cambiar de caballo en medio de la guerra y que se mantiene, de momento, con el elegido hace ocho años para reemplazar a los talibanes, pese a su escasa popularidad interna y a que su Gobierno esté salpicado por numerosos casos de corrupción.
Washington ha llevado el peso de la presión sobre el presidente afgano. Tanto el enviado especial Richard Holbrooke como el senador demócrata John Kerry fueron los muñidores del acuerdo que tras semanas de reuniones y, al parecer, algún que otro grito, permitió doblegar la resistencia de Karzai y que éste aceptara una segunda vuelta pese a que negara autoridad alguna a la Comisión de Quejas Electorales, nombrada por la ONU. Tras el pacto, Karzai se quedó debajo del 50% de los votos frente al 27% de su rival.
El objetivo de esa segunda vuelta salvadora era encontrar la credibilidad perdida que todos, Karzai, Barack Obama y los soldados extranjeros, necesitan para sacar adelante la guerra contra los talibanes. El plan parece ser ahora seguir sin esa credibilidad en espera de nuevas ideas que nadie tiene para salir del embrollo.
Abdulá dejó claro que su retirada es una decisión "meditada y dolorosa" y que con ella busca lo mejor para Afganistán, "para que las futuras generaciones puedan vivir en un país democrático". El que fuera ministro de Exteriores en el primer Gobierno de Karzai subrayó que se trataba de una retirada y no es una llamada al boicoteo (que lo igualaría, al menos en la semántica, con los talibanes): "Cada votante sabrá decidir lo que que tiene que hacer". También dijo que éste era un Gobierno sin legitimidad pero que pedía a sus seguidores evitar cualquier acto de provocación y violencia.
Abdulá mimó los detalles presidenciales en sus dos comparecencias del día, ante su Loya Jirga de sus seguidores y ante la prensa extranjera convocada en el jardín de su casa. Siempre flanqueado por la bandera nacional, el atril repleto de micrófonos, el traje impoluto, la corbata y pañuelo verdes y los gestos pausados. Parece una estrategia, por el fondo y la forma, diseñada a no estropear sus relaciones con Occidente, sobre todo con EE UU, sabedor de que muchos de los países que mantienen tropas en el terreno se sienten muy defraudados con Karzai. Abdulá se ofreció para seguir en la brecha de la lucha por un mejor Afganistán: "En la historia de este país hay gente que lucha con las armas y después se sienta a negociar". Puntualizó que se trataba de una reflexión general y no de un ofrecimiento a Karzai. Ambos han rechazado la posibilidad de un Gobierno de unidad nacional. Pero la frase es tan abierta que podría incluir en el futuro a los talibanes.
Una de las estrategias a medio plazo que maneja la gente de Abdulá es conseguir unas nuevas elecciones presidenciales a mediados de 2010, que coincidan con las legislativas, y poder diseñar un nuevo escenario político sin señores de la guerra. Espera que el daño causado para la imgen de Karzai, dentro y fuera de Afganistán, obligue a la Casa Blanca a buscar cambios políticos para llevar adelante su estrategia militar.
Uno de los problemas con los que se enfrentaría una segunda vuelta con un candidato es la abstención. Aún no se sabe cuánta gente votó en la primera vuelta, pero los más optimistas la sitúan en un 40%. Algunos bromean que sin Abdulá alrededor, los hombres del presidente centrarán el fraude en la participación. No es sólo miedo a los ataques de los talibanes, que han declarado objetivo militar todo lo que tenga que ver con las urnas y los extranjeros, es, sobre todo, hartura después de 30 años de guerra.
Enfrente de donde se celebró la Loya Jirga, varios estudiantes peleaban con el tráfico y el polvo, los dos problemas más visibles de Kabul. "¿Es cierto que se retira?", preguntó Falez, en segundo de Psicología. "Esta gente está destruyendo el país. Sólo piensan en ellos y en sus juegos particulares. Los dos, Abdulá y Karzai, son lo mismo. Con lo que se han gastado en estas elecciones absurdas se podrían construir muchas escuelas".
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