Como en un 'pequeño Bagdad'
Los médicos piden a los heridos menos graves que desalojen los hospitales de la franja de Gaza - Las comisarías atacadas estaban abarrotadas de público
Hay muchos muertos y heridos. A cada momento se añade otra víctima en la lista de fallecidos, y en el depósito no queda más sitio. Los familiares buscan entre los cadáveres y los heridos para enterrar a los muertos. Una madre cuyos tres hijos pequeños han perdido la vida y se encuentran amontonados uno sobre otro en el depósito, grita y llora, vuelve a gritar y luego cae en silencio.
Mustafá Ibrahim observó todo esto el sábado a la una de la tarde en el hospital Shifa de Gaza. Es investigador de campo de una organización de derechos humanos y, como tal, se creía vacunado, pero nada le había preparado para lo que vio. A los heridos menos graves se les pidió que dejaran el hospital para liberar camas.
El doctor Haidar Eid es profesor de Estudios Culturales en la Universidad Al Aqsa. También vio los muertos y los heridos. Y a los niños amputados. "Escoger una hora así, las 11.30, para bombardear el corazón de las ciudades es terrible. Es una decisión que pretendía causar la mayor matanza posible", resume.
Abu Muhammad estaba a 200 metros del hospital cuando oyó un ruido espantoso: tres grandes comisarías de policía próximas al hospital habían sido bombardeadas. "En unos segundos, esto se convirtió en un pequeño Bagdad, bombas por todas partes, humo, fuego, gente que no sabía dónde esconderse. Miedo, rabia y odio", dice. Se dirigió corriendo a la escuela de sus hijas, como decenas de miles de padres. Entre las 11.25 y las 11.30, mientras unos 50 aviones bombardeaban sus objetivos, cientos de miles de niños estaban en la calle. Unos salían del primer turno de clase; otros entraban en el segundo. "En el patio del colegio vi a 500 niñas aterradas, llorando. No me conocían, pero se aferraron a mí", relata Abu Muhammad.
Sólo en el barrio de Sheij Raduan hubo 43 víctimas. Se levantó una tienda de duelo para todas ellas. Eran, sobre todo, jóvenes policías que se habían incorporado a las fuerzas civiles y que murieron durante la entrega de diplomas del curso.
Los campos de entrenamiento de Ezzedin al Qassam (brazo armado de Hamás) y los centros de detención e interrogatorio estaban vacíos cuando cayeron sobre ellos las bombas. Pero las comisarías de policía, que prestan un servicio a los ciudadanos, estaban abarrotadas. Nadie pensaba que podían bombardearlas. Por la tarde seguían buscando cuerpos entre los escombros. Jalil Sahin corrió a una en el centro de la franja. "Era un edificio gigantesco y estaba todo por tierra", dice. Allí murieron unas treinta personas. Entre ellas, un sobrino suyo, un civil que había ido a la comisaría a aclarar un asunto.
La profesora Umm Salah creyó al principio que la explosión era que alguien había roto la barrera del sonido. Todo el edificio sufrió una sacudida. Pero el humo, el polvo y las sirenas de las ambulancias dejaron claro que había sucedido algo mucho más horrible. Los cristales hirieron a varios alumnos. Algunos lloraban, otros se quedaron callados.
Salah encontró a su hijo en el caos de la calle. Acababa de terminar un examen de matemáticas cuando empezaron a caer las bombas. Volvieron a casa juntos y allí encontraron al hijo pequeño y a la abuela, de 70 años. La abuela trató de ocultar el miedo que sentía para cuidar de sus nietos. "Llevamos casi toda la semana sin luz, ni gas, ni harina, ni pan", explica Umm Salah. "Y de pronto, la luz volvió. Puse la televisión, vi las imágenes, la apagué y mandé a los niños a hacer los deberes".
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © Haaretz.
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