La herencia del asesino de Oklahoma
Mucho antes de hacerse mundialmente famoso gracias a la trilogía de Millennium, el escritor Stieg Larsson trabajó como periodista para desentrañar las tramas de la extrema derecha en el norte de Europa. A través de reportajes publicados entre 1995 y 2004 dejó claro que la ultraderecha nórdica, inspirada en la mentalidad y los méritos del extremismo violento norteamericano, no iba a parar hasta lograr una tragedia de grandes proporciones.
"En Estocolmo también pueden producirse atentados terroristas", era el título de uno de sus artículos publicados en 1995 (editados en español por Destino, bajo el título La voz y la furia). Partía de los 168 muertos y 400 heridos provocados por el atentado de Oklahoma (Estados Unidos), al que negaba el carácter de locura aislada y lo consideraba "un asesinato en masa meticulosamente planeado y conscientemente llevado a cabo". Colocaba en el centro de las sospechas a la nebulosa constituida por la agrupación nazi Aryan Nations (las Naciones Arias), creada a principios de los años ochenta bajo la pantalla de una iglesia cristiana en Idaho, y dedicada a denunciar la ocupación de EE UU por el ZOG (abreviatura inglesa de gobierno sionista de ocupación), al que atribuían el objetivo de hacer desaparecer la raza aria incitando a la mezcla racial y a restringir la posesión de armas.
Para los ultras, los verdaderos malos no son los inmigrantes, sino las élites del poder
Agrupaciones similares existen en Escandinavia. La creación de mitos sobre el comportamiento, las opiniones, la forma de vida y la fiabilidad de los musulmanes "ha sustituido a los judíos como el principal blanco de la propaganda del odio", suavizando el antisemitismo original, ha dejado escrito Larsson. La amenaza representada por la inmigración, la absoluta convicción de que "nuestra cultura" es superior a "su cultura", la descripción de los inmigrantes como una chusma preparada para violar a las mujeres escandinavas, eran a su juicio los ejes de ese extremismo. Pero, para ellos, los verdaderos malos de la película no son los inmigrantes, sino la élite del poder, que sacrifica a su país en el altar del "multiculturalismo". ¿Cómo no ver similitudes entre las ya antiguas denuncias de Larsson y las huellas dejadas en la Red por Anders Breivik, el presunto asesino de Oslo, que las autoridades y el público descubren cuando las matanzas ya son irremediables?
"Sin anticiparse al desenlace de la trama se puede hacer una predicción: al final, una masacre como la de Oklahoma ocurrirá también en Suecia. Disponemos de todos los ingredientes: odio, fanatismo, glorificación de la violencia y mentalidad sectaria", escribió Larsson en 1995. No acertó con el lugar exacto, pero sí en cuanto a la zona geográfica y cultural donde iba a producirse. Dieciséis años después ha aparecido un noruego "de pura cepa", autor aparentemente solitario de un doble atentado con el resultado de casi un centenar de muertos. Son personas que actúan sin líderes, pero que forman parte, si no de un grupo jerarquizado, sí de una mentalidad sectaria orientada al terrorismo político. Como decía Larsson, cuando el fanatismo proclama reiteradamente su odio contra la democracia, alguien, tarde o temprano, va a hacer algo extremadamente estúpido.
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