Esas fotografías que matan
El debate en México ha estallado: Qué deben y qué no deben publicar los medios sobre el narco
No siempre es clara, ni intencional la apología de la violencia. Pero cuando ya ni siquiera te indigna, seguro algo se quebró de manera definitiva.
Diciembre 2009, y México se manifiesta en sangre. Un imponente operativo de la Marina termina con la muerte de uno de los narcotraficantes más buscados, Arturo Beltrán Leyva. Horas de enfrentamiento, que sucedieron a trabajo de inteligencia para ubicar, acorralar y terminar con uno de los hombres más poderosos del crimen organizado en México. De todo esto, nos fuimos enterando por las redes sociales y los medios de comunicación que informaron, al aire y en sus portales electrónicos, primero del despliegue, luego del resultado del mismo. Sin duda, un golpe exitoso del gobierno mexicano en la lucha contra el crimen. Después vinieron las imágenes, y la publicación de las mismas incluso en medios de comunicación que gozan de prestigio por su calidad y compromiso. El cuerpo abatido de Beltrán Leyva, sangrante, con los pantalones a media pierna, y en unas con billetes y joyería sobre el pecho, en otras con objetos religiosos. Un trofeo, pues, que alguien montó, otro captó, y muchos más publicaron. Sangre, vísceras, y muerte humillada: eso se vio al día siguiente en las primeras planas de muchos de los medios de comunicación del país.
Años atrás, unas personas pidieron mi opinión para decidir si publicábamos un libro u organizábamos una retrospectiva en homenaje al fotógrafo de fuente policíaca, Enrique Metinides. Hombre de largo andar, nacido en la capital mexicana, Metinides había registrado con puntual mirada los cuerpos quebrados, las vidas desgarradas y las miradas incrustadas de cientos de personas. Recuerdo que mientras revisaba el material, extraordinario en calidad y oportunidad, hubo un momento en que me detuve, no podía más: sentí que si seguía viendo esas fotografías, habría un antes y un después. Definitiva, contundente y material como es la imagen, ésta solía descolocarnos; la sangre tenía su peso, y aun la muerte retenía un espacio de dignidad.
Publicadas y públicas las fotografías del cuerpo de Beltrán Leyva, se sucedieron como avalancha las críticas: unas en contra de los responsables del montaje, otras en contra de quienes las publicaron en las primeras planas de los medios de circulación nacional. Algunos periodistas salieron en su defensa, para argumentar que 'primero se publica, después se investiga', que 'se está errando el debate porque hay que acusar al que montó el "trofeo", no al que lo publicó', y la más socorrida: 'no acusen al mensajero'. El gobierno manifestó de inmediato su descontento por la existencia y divulgación de esas fotos; ellos, dijeron, no las habían tomado porque no es su forma de proceder. En algún momento, gobierno y medios, dieron a conocer el nombre del marino caído durante el operativo. Y sólo horas después de haberlo inhumado, unas personas ametrallaron la casa de ese marino, y asesinaron a su madre y a otros tres familiares. Todo parecería una comedia de equívocos si no fuese tan grave, si no corriera tanta sangre, y si no estuviera tanto en juego.
Markovic le sigue la pista a Faulques, hasta dar con él. Fotógrafo convertido en pintor, recluido, inmerso en el intento por crear el mural definitivo. Markovic le dice a Faulques que llegó para matarlo, porque Faulques le hizo a Markovic una foto, allá cuando era fotógrafo de la guerra yugoslava. La foto que le tomó Faulques a Markovic se volvió famosa, se publicó por doquier, le mereció premios. A Markovic, la foto que le tomó Faulques le significó ser identificado por sus enemigos, y la subsecuente masacre de su familia, y el destierro y la tragedia. Por eso vengo a matarte. Porque las fotos también matan. Así, o mucho mejor claro está, lo narra Pérez-Reverte en su novela "Pintor de batallas". Y sí, las fotos también matan.
Soy de las que sostengo que la publicación de las fotografías del cadáver de Beltrán Leyva, humillado, 'decorado', tal como se hizo, fue un gran error. Cierto, algunos medios trataron de matizar la publicación, comentando en algún lugar lo poco atinado de la Marina o quien resultase responsable del montaje en cuestión. Pero esa crítica en sí misma nunca tuvo la contundencia de la imagen misma: como diría el periodista Raymundo Riva Palacio, la publicación de esta fotografía fue ética y hasta estéticamente errada. Sin duda hay que cuestionar en primera instancia quién montó el cuerpo como lo hizo, quién colocó al gobierno en el mismo nivel de emisor de mensaje que al crimen organizado. Pero es hora ya de que los medios de comunicación reconozcan el papel que les toca jugar en la construcción de un México democrático y seguro. De entrada, quien escenificó el cuerpo de Beltrán Leyva, modificó el contexto con la finalidad que a sus intereses convenían. De salida, los medios de comunicación, al publicar las imágenes, hicieron de la sangre y del cuerpo humillado un espectáculo más propio de las cabezas empaladas de los Tudor, que de una muestra de la civilidad aspirada. En ambos lados falló el contexto y privó la desmesura, esa que convoca a la venganza y reparte culpas. En ambos ganó el fetichismo que anhela la captura del objeto, nunca la contextualización del mismo.
Ernesto Cortés, editor en jefe del diario El Tiempo, de Bogotá, dijo, en entrevista con el periodista Mario Campos: "importante es mostrar respeto por cualquier persona sea quien sea; ensañarse contra una vida que ya no existe, es una manifestación de odio. Cazamos a la presa y además nos burlamos de ella. Es innecesario." Y mientras esto escribo, en los portales de internet de algunos de los principales diarios de México, se publica la fotografía a detalle de una narco-manta (ésas que se cuelgan en las calles para enviar un mensaje a los aludidos). Los medios de comunicación convertidos en mensajeros, de un lado y del otro.
No, no se trata de no publicar, ni de ocultar la realidad. Y no, no son los medios los culpables de la violencia que vivimos. Pero sí, cuando la apología de la violencia, intencional o no, se instala en nuestro discurso, algo ya se rompió. Hay fotografías que matan: cuando provocan la desaparición de alguien, o cuando evidencian nuestra irreversible deshumanización.
Gabriela Warkentin es Directora del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México; Defensora del Televidente de Canal 22; conductora de radio y TV; articulista.
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