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El argumento más trágico para el control de las armas

El debate sobre el derecho constitucional a poseer armas de fuego resurge cada cierto tiempo en EE UU por incidentes como el de ayer

Antonio Caño

El horror irracional de la Universidad Politécnica de Virginia, donde 32 personas murieron ayer a manos de un solo individuo armado, mueve inmediatamente a esta sociedad -a cualquiera-, a preguntarse sobre sus principios y sus leyes, sus metas y sus fracasos. ¿Qué hemos hecho mal para que una persona, uno de nosotros, sea capaz de cometer una salvajada de tales proporciones? En Estados Unidos, esa pregunta -que, desgraciadamente, surge cada cierto tiempo por culpa de sucesos similares, aunque de menores proporciones al de ayer- conduce inexorablemente a un debate sobre el derecho constitucional a poseer armas de fuego.

Es tan fácil de entender que, sin pistolas o fusiles, la matanza de ayer hubiera sido mucho más difícil de consumar, que a veces cuesta trabajo explicar cómo es posible que las armas sigan siendo legales en la mayor y más poderosa democracia del mundo.

Casi la mitad de las familias estadounidenses tienen rifles o pistolas para protegerse
Los grupos de presión contribuyen con millones de dólares a las campañas políticas

Se puede esgrimir que una persona con voluntad de matar puede encontrar otros instrumentos, legal o ilegalmente, para cumplir su propósito. Pero es innegable que el fácil acceso a las armas de fuego facilita enormemente esa siniestra tarea. Con armas de fuego se cometió una de las últimas matanzas que estremecieron a los norteamericanos, los 14 muertos del instituto de Colombine en 1999. Con armas de fuego se cometió la última gran matanza en una universidad, los 15 muertos de la Universidad de Tejas en 1966. Con armas de fuego se producen casi todos los días actos de venganza o de castigo en el puesto de trabajo o en el hogar. Y con armas de fuego mueren al año más de 10.000 personas en Estados Unidos, según las últimas cifras oficiales disponibles.

Casi la mitad de las familias estadounidenses guardan en algún armario uno o varios rifles o pistolas con los que protegerse de posibles agresores. Uno de cada tres estadounidenses mayores de edad posee legalmente un arma.

Todos los intentos de algunos políticos y de algunos activistas sociales de poner fin a esa práctica y eliminar o reducir la venta de armas se han estrellado con otros políticos y activistas más poderosos y mejor apoyados que lo han impedido.

La posesión de armas de fuego está amparada por la Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos: "Una milicia bien regulada es necesaria para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a guardar y poseer armas no puede ser violado". Muchos ven en esa frase una referencia a las necesidades de la lucha por la independencia, sin ánimo de extenderse intemporalmente. Pero el Tribunal Supremo no ha amparado nunca esta interpretación y sigue siendo, por tanto, la base sobre la que actúan los grupos que defienden el derecho a la posesión de armas.

El principal y más famoso de ellos es la Asociación Nacional del Rifle (NRA, en sus siglas en inglés), uno de los más influyentes grupos de presión del país. La NRA ha contribuido en los últimos 15 años con 14 millones de dólares (10,3 millones de euros) a las campañas políticas y ha gastado más de 22 millones de dólares en campañas de comunicación y publicidad. Un 85% de esas cantidades han sido para candidatos del Partido Republicano. En ese mismo periodo, el principal grupo a favor del control de armas, la Campaña Brady para la Prevención de la Violencia de las Armas, gastó algo más de tres millones de dólares, de los cuales un 94% fue a favor del Partido Demócrata.

La NRA gasta unos 11 millones cada cinco años -así es el periodo en que se calcula- en las gestiones de influencia política sobre los legisladores que se conocen como lobby en Washington. Otro grupo similar, Gun Owners of America, dedica 18 millones a esa misma labor. La Campaña Brady emplea 580.000 dólares.

Ello explica en parte que la última ley contra las armas fuese aprobada por el Congreso en tiempos de Bill Clinton, en 1994, y que se limitase a la prohibición de 19 modelos específicos de armas de guerra.

El resto de la explicación a la resistencia a la prohibición de las armas hay que buscarla en la tradición estadounidense, en eso que se conoce genéricamente como "cultura de las armas", y que remite al pasado de un pueblo que se forjó en la supervivencia por medio de la caza y en la defensa de sus familias por sus propias manos, sin esperar la asistencia de un Estado lejano.

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