Todos contra Hamás
"Nos darán duro, seguro. Y nadie nos ayudará". Jalil Nofal, uno de los principales espadas de Hamás en Gaza, lanzaba esta predicción en septiembre. Transcurría entonces una quebradiza tregua que se intuía sería sólo un paréntesis en la larga guerra contra el movimiento fundamentalista palestino, iniciada horas después de su triunfo en las elecciones legislativas, el 25 de enero de 2006. Una guerra en la que Israel, protagonista estelar, despliega su poderío para ejecutar un bloqueo económico atroz sobre Gaza acompañado de periódicos ataques militares en los que las vidas de los civiles son una consideración menor. Pero Israel no está solo. Ni mucho menos.
Si Estados Unidos ha justificado la agresión a la franja desatada el sábado y la Unión Europea no va más allá de los habituales llamamientos a la contención, la reacción de los países musulmanes es cuando menos tibia.
El régimen sirio ha suspendido las conversaciones indirectas con Israel, un brindis al sol porque no cabía esperar avance alguno antes de las elecciones que se celebrarán en Israel el 10 de febrero. El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, ha tildado de "crimen contra la humanidad" el asalto a Gaza, y han brotado manifestaciones en Ammán, El Cairo, Turquía... Pero las condenas de los dirigentes árabes suenan a gestos para la galería. Sobre todo en Egipto y Jordania, los países que firmaron acuerdos de paz con Israel y que siguen muy de cerca los avatares en Palestina. Un negociador de la OLP aseguraba recientemente a este diario que los militares jordanos eran partidarios desde hace ya tiempo de asestar un tremendo golpe a Hamás al precio que fuera.
El golpe ha llegado. En Egipto -país visitado por la ministra de Exteriores israelí, Tzipi Livni, en vísperas del ataque- y Jordania el temor a que Hamás pudiera cosechar algún éxito al frente del Gobierno suscita pavor. Los Hermanos Musulmanes son potentes en el país del Nilo y tampoco se les puede despreciar en Jordania. El efecto contagio de un Hamás triunfante es inaceptable para la monarquía hachemí y para el régimen de Hosni Mubarak, que vigila atento la frontera con Gaza, única vía de escape para la tensión que se acumula en la franja.
"No paran de bombardear", comentaba anoche un vecino del campo de refugiados de Yabalia. Y no es previsible que cesen los ataques en los próximos días, a tenor de las amenazas de Yoav Galant, el general a cargo de la operación: "Haremos que Gaza vuelva atrás décadas en cuanto a su capacidad militar consiguiendo el máximo número de bajas enemigas y sufriendo el mínimo número de bajas propias". Muy pocos, salvo los lugareños, pueden ser testigos hasta el momento del más grave ataque a Gaza desde su ocupación en 1967.
Porque el asedio a Gaza alcanzó en noviembre nuevas cotas. Los grandes medios de comunicación -Reuters, The New York Times, The Washington Post, France Presse, etc.- lamentaron el cierre de la frontera a los periodistas, diplomáticos y organizaciones no gubernamentales. "No nos gusta cómo se cuentan las cosas desde Gaza", afirmó un portavoz militar israelí. "Es para proteger su seguridad", añadían otros miembros del Gobierno, obviando que en tiempos más peligrosos -cuando Hamás y Al Fatah zanjaban sus disputas a tiro limpio por las calles no se puso impedimento alguno-. Un corresponsal de la BBC acreditado en Jerusalén comparó a Israel con regímenes despreciados en Occidente: "Sólo hay tres países en el mundo a los que no se permite el acceso a nuestros periodistas: Zimbabue, Corea del Norte y Myanmar". A Jalil Nofal no le sorprenderá: los palestinos de Gaza seguirán solos.
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