Raúl y Hugo
¿Qué ha pasado en Cuba? ¿Transición política o mera sucesión presidencial? Transición sería si, establecida la sucesión constitucional de un Castro por otro, Raúl por Fidel, se entendiera que el mandato que el hermano menor -de 76 años- asume es para aplicar una perestroika, quizás con elementos de glásnost, de forma que el país reconociera que el mercado existe, como ocurre con el llamado comunismo chino de mercado, junto a la recuperación de alguna capacidad crítica, que ya existió en los primeros años del castrismo de montaña. Y sucesión, en cambio, se daría con la aparente semirretirada de Fidel y el enroque de Machado Ventura, vieja guardia de la revolución, para garantizar que Raúl gestionara más que dirigiese. Las apariencias, con el patriarca del nacionalismo radical latinoamericano convertido en Tribunal Constitucional de apelación de un solo miembro, deberían apuntar a esta última posibilidad. Pero hay que valorar la existencia de factores impensables sólo hace unos años, que pueden modificar el escenario.
Cuba ya no está sola, como le ocurría en la guerra fría
El primero de ellos se llama Hugo Chávez; y el segundo, corolario del primero, es que el antiguo esquema de la guerra fría, la división del mundo en zonas de influencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética, lo que se conoció como bipolaridad, se está reproduciendo hoy en el continente iberoamericano. A diferencia de los izquierdismos dictatoriales y militaroides que aparecían y desaparecían sin ni siquiera tiempo de hacer causa común entre sí, el presidente venezolano ha armado en lo que va de siglo una apreciable tropa de seguidores y facilitado con ello el surgimiento de un bloque de semialineados frente a lo que le resta a Washington de apoyo irrestricto en la zona. Al lado del líder bolivariano milita con estrépito el presidente nicaragüense, Daniel Ortega, y con cazurrería campesina, el líder boliviano Evo Morales, quien debería, sin embargo, preguntarse qué hizo por él Simón Bolívar, libertador indiscutible pero tan sólo de los criollos; el presidente ecuatoriano Rafael Correa, por su parte, aunque no rechaza el apelativo, sería más bien un bolivariano independiente; en el extrarradio de una América Latina de geometría variable, pero dispuestos a cooperar con Chávez mientras el petróleo sufrague, se hallan el Brasil de Lula y la Argentina de la segunda Kirchner; y, por fin, aparece una amalgama en la que destacan los pronorteamericanos México, Colombia y gran parte de América Central, lo que queda de lo que fue patio trasero de Estados Unidos.
La novedad es que, aún con sólo medio Fidel en activo, Cuba ya no está sola en América, como le ocurría durante la guerra fría. Y el apoyo que le preste Venezuela en esa coyuntura puede llegar a ser precioso. Con el crudo suministrado a la isla a precios preferenciales o trocado por azúcar, y los salarios que devengan los 20.000 médicos y personal auxiliar de la isla antillana que constituyen la primera sanidad pública que conoce y gustosa sufraga Venezuela, Chávez adquiere un principalísimo papel en la supervivencia del régimen cubano. La transfusión de recursos podría convertir al presidente en lord protector de la isla, lo que quedaba algo difuminado mientras tenía que rendirle pleitesía a Fidel, en tanto que a Raúl le mira desde la horizontal o aún desde arriba. Y si todo ello redunda en alguna relajación de la áspera disciplina represora de La Habana, hasta podrá el bolivariano acreditarse como primer democratizador de un régimen tutelado.
Y, finalmente, la relación con Estados Unidos tampoco habrá de ser, por fuerza, la de los últimos 10 presidentes y de los atentados contra su vida a los que ha trascendido el dictador cubano. En enero, cuando deberían cumplirse 50 años de la revolución, habrá un nuevo ocupante de la Casa Blanca, posiblemente demócrata, pero en cualquier caso ajeno a las patologías de George Bush II, que tendrá la oportunidad de ver la isla con otros ojos. Más de un centenar de miembros, republicanos y demócratas, de la Cámara de Representantes escribieron recientemente a la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, para pedirle la revisión de las sanciones, ahora que Fidel ya no preside Cuba, puesto que "ya es hora de pensar y actuar de otra manera". La nueva bipolaridad latinoamericana; el respaldo económico de Caracas, y el cambio presidencial en Washington constituyen todo un bloque de razones para aventurar que lo que haya podido comenzar con Raúl Castro como puro sucesor regimentado, acabe convirtiéndose un día en una transición política hacia alguna parte.
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