Le Pen traspasa el liderazgo de la ultraderecha francesa a su hija Marine
El fundador del Frente Nacional llama a rescatar a Francia de "la decadencia"
Primero sonó El Bolero de Ravel. Luego el Va, Pensiero de Verdi. Luego salió al escenario del Palacio de Congresos de Tours con los brazos en alto, como un boxeador. Después lo dijo, nada más comenzar a hablar: "Este es mi último discurso como presidente". A sus 83 años, Jean Marie Le Pen, el político que en 1972 se inventó a su imagen y semejanza esta formación de ultraderecha francesa, traspasaba así el liderazgo del partido, sin mencionarla, a su hija Marine, de 42 años, que le miraba expectante desde la primera fila y que hoy, en la última jornada del XIV Congreso Nacional, se convertirá en nueva presidenta.
A continuación, Le Pen, fiel a su personaje hasta el final, dibujó un panorama apocalíptico y decadente de la Francia de hoy en día y del mundo en general, asumió toda la polémica historia de su partido y regaló a una audiencia entregada alguna de sus perlas racistas, como cuando aseguró, al criticar la doble nacionalidad de la que gozan muchos ciudadanos franceses: "Siempre que hay un delincuente es francoalgo: francoperuano, francoargelino..."
El líder octogenario regaló a su audiencia alguna de sus perlas racistas
El país, dijo, se ha vuelto corrupto, clientelista y "criado de EE UU"
Criticó en primer lugar la educación en las escuelas francesas, la falta de asignaturas de letras en los programas, la desaparición de la lectura de poesías en las aulas y atribuyó la falta de nivel, entre otros factores, a "esos niños salidos de esa inmigración cada vez mayor cuyos padres no hablan francés y que repercuten pesadamente en la calidad de la enseñanza". También mencionó que el programa de historia en bachillerato ha sustituido el estudio de Napoleón y Luis XIV "por el de los imperios africanos de los siglos XVI y XVII". El público abucheó de forma patente al oír hablar de estos imperios africanos.
Constantemente comparó la Francia de hace más de cuarenta años (segura, justa, equitativa y próspera, entre otros adjetivos saludables que le dedicó) con la de ahora, en la que prima, según él, "el clientelismo", en la que las "élites se reproducen en el poder" y donde "a los delincuentes se les trata más como víctimas que como culpables". Habló de corrupción generalizada, calificó a Francia de "criado de Estados Unidos, un imperio ya desfalleciente", jugó al papel de víctima al acusar a la prensa y a la clase política, de "diabolizar" al Frente Nacional, de sacar de contexto muchas de sus frases y de luchar a contracorriente por la ley electoral.
Compaginó la nostalgia de una remota Francia poderosa con el populismo del que denuncia un país actual que se hunde, tanto económica como socialmente. Se desmarcó de toda la clase política, tanto de derecha como de izquierda: "Basta elaborar un retrato de nuestra decadencia para constatar las horas más sombrías de nuestra historia y sus políticos cobardes o mediocres".
Definió el islam como una religión conquistadora, criticó la masiva construcción de mezquitas ("cuando ya hay 2.000"), cierta tendencia a la "tolerancia masoquista" que existe en Francia, según él, en materia de religión, la posibilidad de que existan ciertos comedores infantiles en que se haga un menú adaptado al islam (abucheos del público a la palabra "islam"), y hasta la televisión "el principal órgano de publicidad de la ideología dominante".
Hijo de un pescador normando que murió al explotar una mina en la Segunda Guerra Mundial y de una costurera, paracaidista en la Guerra de Indochina y de Argelia, donde fue acusado de torturas, nombrado el diputado más joven de la Asamblea Nacional en 1956, Le Pen, que aseguró en su tiempo que las cámaras de gas no eran "sino un detalle puntual" de la historia, frase por la que fue condenado, sabiéndose ayer ante un discurso determinante y final, se dejó llevar por los sentimientos, según él mismo confesó, y narró ciertos episodios de su infancia: "Tuve la suerte de ser un huérfano que conoció, durante la guerra, el hambre, el frío y el miedo. Una Navidad tuve que volver a pie desde el Barrio Latino hasta mi casa porque no tenía ni para el metro. Trabajé como minero y como marino y nunca he olvidado lo que es la miseria y la adversidad".
También se refirió a la formación del partido y a su futuro, y aquí se olvidó del sentimentalismo para atacar de frente: "El Frente Nacional es la única fuerza subversiva que puede servir para sacar a Francia de lo que se ha convertido: ¡Una república bananera!. Preparaos para la batalla decisiva de las elecciones de 2012"
Después, La Marsellesa terminó con el discurso y apartó para siempre a Jean Marie Le Pen del primer puesto de su partido. Hoy será su hija, Marine Le Pen, con un tirón popular creciente, que se ha impuesto a su oponente Bruno Gollnisch en una votación llevada a cabo por los militantes, la que se proclame nueva presidenta y la que hable desde el escenario con su padre mirándola desde la primera fila.
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