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Columna
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Europa medio despierta

Francisco G. Basterra

Cuando se cumple el cuarto aniversario de la Gran Recesión que está cambiando el mundo, nos adentramos en otro verano en el que vamos a vivir peligrosamente. Ya ocurrió en 1991 con la sorprendente implosión de la Unión Soviética, o hace dos estíos con la crisis de las hipotecas basura en Estados Unidos. Estos meses, además de para las bicicletas, son propicios para detenerse a reflexionar sobre lo que nos está pasando. Los grandes poderes, Estados Unidos y Europa, ven desvanecerse su influencia, mientras China, India y Brasil se disparan, el mundo árabe estalla, Washington pelea por no entrar en quiebra, la divisa europea está amenazada y la política democrática, la única herramienta de la que disponemos, la menos mala, parece impotente para conducir la situación. El Nobel estadounidense de Economía Paul Krugman acierta al escribir que estamos rayando la locura. Solo al borde del precipicio, el casi colapso de Italia, la tercera economía de la eurozona, demasiado grande para ser rescatada, junto con España, la siguiente ficha del dominó, los dirigentes europeos han despertado de su profundo sueño.

La crisis requiere del vigor de una nueva generación de políticos que sepan conectar con el ciudadano

En una reunión de siete horas en Berlín, Angela Merkel, la supuesta líder de una Europa de enanos; Sarkozy, crecientemente jibarizado en su presidencia de Francia, y Trichet, el fundamentalista gobernador del BCE, urdieron la marcha atrás y cambio de rumbo para defender el euro, el activo más relevante de la Unión, y atajar un pánico financiero global. Aceptaron el fracaso de las políticas de austeridad a cualquier coste que han impuesto durante un agónico año a Grecia, Irlanda, Portugal y España; admitieron lo que ya sabíamos, que Grecia está quebrada, asumiendo además la europeización de la deuda griega.

Esto significa que los contribuyentes europeos, sobre todo los alemanes, pagarán la factura de la defensa del euro. Los actores principales han hecho algo que no querían: Alemania, aceptar la herejía de las transferencias de los países más ricos a los más pobres, aunque logrando a cambio que los tenedores privados de deuda, bancos y fondos, cobren menos intereses y aplacen hasta 30 años la recuperación de sus bonos. El Banco Central Europeo se traga su línea roja y admite lo que eufemísticamente se ha dado en llamar una quiebra selectiva.

El volantazo no es menor. La UE acepta la necesidad de una estrategia de crecimiento reconociendo que el apretado de clavijas presupuestario hundiría aún más a los ahogados. Europa medio despierta. El temido fantasma del momento Lehman Brothers no se ha aparecido. No es exactamente un Plan Marshall, pero sí pretende convertir el Fondo de Estabilización en una suerte de Fondo Monetario europeo, capaz de comprar deuda en los mercados secundarios.

¿Rescate de Grecia o reestructuración de la deuda? ¿Cortafuegos suficiente o tirita más ancha? No eran los mercados, estúpido, no se trataba de un problema técnico, no era solo un asunto griego, era la política, más bien la falta de política europea, la irresponsabilidad de sus líderes, la inacción, lo que ha sembrado el pánico en los mercados. Siendo optimistas, podemos pensar que el corazón europeo vuelve a latir porque su miocardio, fundamentalmente Alemania y Francia, se han dado cuenta de que solo una mayor integración política, fiscal y económica, con nuevas pérdidas de soberanía nacionales, logrará salvar el proyecto europeo. Merkel, que carece de la pasión europea de antiguos cancilleres democristianos de su partido, como Adenauer o Kohl, deberá remar a contracorriente de su opinión pública y explicar a sus ciudadanos que el interés superior de Alemania pasa porque continúen pagando más Europa. La canciller ya no puede seguir dando carnaza populista al Bild Zeitung, le toca ser estadista. Debe colgar el uniforme de señora Thatcher y, con él, su visión contable de la Unión.

Europa, escribe Philip Stephens en el Financial Times, debe dejar de ser westfaliana, organizada de nuevo alrededor de la soberanía nacional. Voltear la renacionalización actual de las políticas no va a ser sin embargo suficiente. Europa necesita un nuevo relato. El proyecto de paz para evitar nuevas guerras intraeuropeas es ininteligible para las nuevas generaciones. El semanario Die Zeit estima que Europa nunca ha encontrado una justificación alternativa para la unión política. La solución a la crisis no va a encontrarse en la vieja Europa. Requerirá el vigor y el lenguaje de una nueva generación de políticos que sepan conectar con la ciudadanía. Los estamos esperando. Ha sido Obama quien llamó a Merkel instándole a actuar para detener el contagio de la deuda europea. El presidente norteamericano aún tiene que desactivar el juego de la ruleta rusa al que le obligan a jugar los fundamentalistas republicanos, que antes que subir impuestos prefieren el suicidio político. Parece que, también al borde del precipicio, conseguirá un acuerdo para elevar el techo de la deuda, evitando una bíblica y apocalíptica quiebra de EE UU.

fgbasterra@gmail.com

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