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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Chad necesita negociadores, no soldados

¿Quieren o necesitan fuerzas de paz españolas en Chad?

España se ha ganado el respeto con su dedicación a las labores de paz en lugares como Líbano y Afganistán. Su decisión de proveer aviones y 100 soldados a las fuerzas de la UE en Chad es igualmente loable. Otros miembros de la Unión con la capacidad militar necesaria no han asumido ese compromiso. No obstante, existen riesgos importantes, que quedaron patentes el pasado sábado, cuando las tropas irlandesas allí estacionadas se vieron en la línea de fuego de los rebeldes que atacaron un campo de refugiados procedentes de Darfur. Todavía no está claro del todo lo que sucedió. El mandato de la fuerza de la UE consiste, sobre todo, en ayudar a proteger a unos 250.000 refugiados de Darfur y a la policía de la ONU y los cooperantes en el este de Chad. Pero los irlandeses no pudieron impedir la incursión. El presidente del país, Idriss Déby, apareció en televisión para acusarles de dejar que se quemaran provisiones humanitarias y que murieran civiles.

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Déby es un déspota al que le gustaría disparar a sus enemigos sin preguntar. Sin embargo, las autoridades europeas y de la ONU siempre han tenido miedo de que las fuerzas de la UE se vean sujetas a una crisis de credibilidad.

La fuerza de la UE tiene que actuar a lo largo de la frontera de Chad con Darfur y en una esquina de la República Centroafricana, al sur. Pero, con 3.000 soldados, tiene una capacidad limitada. Aunque los analistas independientes afirman que la misión tendría que ser tres veces superior, los estrategas de la ONU habían calculado que harían falta unos 6.000 soldados para controlar la frontera.

En la actualidad, la zona fronteriza -con una larga historia de conflictos- se encuentra en estado de anarquía. La guerra de Darfur comenzó como una batalla entre el Estado sudanés y unos rebeldes semicoherentes. Pero las facciones antigubernamentales se han dividido y han luchado entre sí, hasta acabar descendiendo al bandolerismo. Los grupos armados circulan entre Chad y Darfur sin ningún obstáculo. La UE no puede detenerles y la ONU no ha desplegado todavía una fuerza de paz real en Darfur.

Es una situación conveniente para los Gobiernos de Chad y de Sudán, a los que se ha calificado de fuerte-débiles. Son fuertes porque cada uno de ellos está dispuesto a usar la fuerza en el interior y contra el vecino y patrocina ataques rebeldes en el territorio del otro. Pero son débiles porque carecen de legitimidad real en la zona de guerra. Si, por un milagro, llegase la paz a Chad y Darfur, ninguno de los dos Gobiernos estaría en condiciones de proveer servicios básicos. La guerra es más fácil.

Los negociadores internacionales han perdido casi la esperanza de lograr un acuerdo de paz en esta situación. En privado, reconocen que no hay una estrategia para obtener una resolución política.

Enviar tropas para proteger a los cooperantes no es más que una ayuda provisional. Muchos cooperantes preferirían que no hubiera ningún soldado, porque temen que su presencia convierta los campos de refugiados en objetivos.

Por tanto, aunque está bien que la UE intervenga en Chad, lo que hacen falta ahora son negociadores, tanto como soldados. Su estrategia de estabilidad tendrá que incluir la forma de cerrar las disputas entre las facciones armadas y la oferta de estímulos económicos para que Chad y Sudán escojan la paz en vez de la guerra. Para ello habrá que pactar con déspotas y asesinos. Ahora bien, sin esa estrategia, enviar soldados será, en el mejor de los casos, un placebo y, en el peor, un desastre militar.

Richard Gowan es especialista en política de la ONU en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores y director adjunto de Política en el Centro de Cooperación Internacional de la Universidad de Nueva York. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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