Enterrados 74 años después de muertos
Descendientes de 44 fusilados del franquismo recuerdan al recuperar sus restos la crueldad de los asesinos, que mataron a padres delante de sus hijos
Un hombre que bendijo y asistió al fusilamiento de sus dos hermanos. Una alianza de boda que se resistió a los asesinos y fue a la fosa común con su dueño, permitiendo su identificación entre una maraña de huesos de víctimas 70 años después. Un hijo que encarga letras de bronce para escribir por primera vez en una lápida el nombre de su padre, muerto en 1936. Son algunas de las historias que salieron a la luz ayer en un emocionante acto para entregar a 44 familias los restos de otras tantas víctimas del franquismo exhumadas en cuatro fosas comunes en La Andaya (Lerma, Burgos). Algunos de los familiares habían viajado desde Brasil o Francia.
"Mi padre hoy podría ser mi hijo. Lo mataron cuando tenía 36 años y yo tengo ahora 78. Estoy muy contento de haberlo recuperado, he cumplido un sueño". Ampelio Antón acababa de recibir un pequeño cofre con los restos de su padre, carpintero fusilado y enterrado en una fosa común con otras 28 personas en 1936. Durante toda su vida, Ampelio ha buscado un esqueleto con reloj. En 2006 cuando la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y la sociedad de ciencias Aranzadi abrieron la primera de las cuatro fosas que iban a aparecer en La Andaya, no lo encontró. Tampoco en las tres siguientes. Pero el análisis de ADN confirmó que uno de los 85 restos recuperados -40 no han sido aún identificados- era el de su padre. "Los forenses me han enseñado las balas que le mataron", contaba ayer, antes de llevar su cofre a la tumba que le ha preparado en su jardín, "con letras de bronce y una piedra especial que he encargado en Zamora".
Ampelio Antón llevaba toda su vida buscando un esqueleto con reloj
Algunos familiares conocen a los criminales, que ocuparon sus casas
El investigador José María Rojas va llamando a los familiares al escenario de la casa de la cultura de Aranda de Duero, ocupado ayer por 44 pequeños ataúdes. En el tiempo que transcurre entre que dice sus nombres y sus descendientes, la mayoría ancianos, llegan trabajosamente al escenario, Rojas recuerda las breves vidas de las víctimas: su edad -el más joven de 17 años-, los hijos que dejaron -muchos nacidos a los pocos meses de quedarse sin padre-, y la crueldad de los asesinos, que mataron a un hombre delante de su hijo de cinco años.
Muchos familiares miran con incredulidad los cofres. Todos lloran. Finalmente, se acerca al escenario Mariví Ramos, la mujer que hace cuatro años impulsó la apertura de estas cuatro fosas para recuperar los restos de su abuelo y poder llevárselos a su padre antes de que muriera. No ha tenido suerte. "Tengo el corazón roto. Por un lado me alegro mucho por los que estáis aquí. Por otro me da mucha envidia", confesó entre lágrimas.
El forense Francisco Etxeberria asegura que es imposible rescatar a todas las víctimas del franquismo que aún yacen en las cunetas, "pero cada uno de los que recuperamos es de todos". El presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, Emilio Silva, recuerda a Toru Arakawa, un japonés que cruzó el mundo dos veranos para ayudar a encontrar los restos entregados ayer y que falleció el año pasado. Silva lamenta que el trabajo de búsqueda de desaparecidos sigan haciéndolo "voluntarios y no funcionarios" y que el único juez que se atrevió a investigar los crímenes del franquismo "haya terminado exiliado en La Haya". Elogia el "sentido de Estado" de los familiares de las víctimas, que nunca intentaron la venganza pese a tener a los asesinos en la acera de enfrente, en algún caso, viviendo en la casa donde ellos habían nacido. Entre la multitud de familiares, forenses y arqueólogos hay una politóloga estadounidense, que colabora en un estudio del CSIC sobre una década de exhumaciones, Stephanie Golob. "Lo que me fascina del caso español es que son asociaciones de voluntarios y no las instituciones las que están haciendo todo esto. Y estamos atónitos con lo que le ha ocurrido a Garzón. En España hay un déficit de verdad por miedo", asegura.
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