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Reportaje:El recuerdo de la represión franquista

Cuando Ana miró dentro de la fosa

Dos mujeres recuerdan cómo marcó su niñez el fusilamiento en la Guerra Civil de sus familiares, exhumados ahora

Javier Lafuente

San Valentín es desde hace 70 años una fecha de infausto recuerdo en Villanueva del Rosario (Málaga). La madrugada del 14 de febrero de 1937, en una cuneta, un hombre llamado José, o Lucas, tal vez Antonio, recibió al menos cuatro impactos de bala. Uno le fracturó el fémur; otro la tibia. Dos se quedaron alojados en la espalda. Su cuerpo rodó desde una altura de tres metros hasta que cayó en una fosa. Apenas había espacio para tres personas, pero los verdugos depositaron allí 11 cadáveres. La exhumación de sus restos, que se inició el pasado día 15 y se ha completado este fin de semana, ha mostrado el ensañamiento de aquellos falangistas que ametrallaron a diez militantes de UGT y al dueño de una cooperativa del pueblo vecino.

"Vi un montón de piedras de las que sobresalían brazos, piernas...", recuerda Ana

La aparición de huesos en posiciones imposibles hizo pensar a los arqueólogos, a mitad de la semana pasada, que había más de 11 cuerpos. "Creemos que después de que cayesen los empujaron hasta que cupiesen todos en la fosa; hay huesos con síntomas de haber sido aplastados", explica uno de los arqueólogos del equipo de la Federación Estatal de Foros por la Memoria, que ha trabajado en la exhumación. Todos coinciden en que de la exhumación se puede deducir la actitud de desprecio hacia aquellas personas: "Lo importante era meterlos, daba igual cómo".

Imaginar esta sangrienta escena es duro. Pero más lo es recordarla. Ana González, de 78 años, pasó a la mañana siguiente por el camino que separa su pueblo de la localidad de Villanueva del Trabuco. Sabía que algo malo se iba a encontrar pues había oído cómo su madre advertía a su abuela: "Ni se te ocurra llevar por el puente a la niña". Pero algo le decía a la anciana que en aquella fosa estaba su hijo Francisco, que, como los otros diez muertos, llevaban una semana encerrados en el Ayuntamiento a la espera de un supuesto juicio.

Cuando llegaron al viejo puente, la abuela se quedó parada. Necesitaba la confirmación de su presagio pero tenía miedo a que alguien del pueblo la viese husmeando. Así que se vio obligada a echar mano de su nieta.

-"Anda, hija, acércate y mira a ver qué hay ahí".

-"No quiero, tengo miedo", recuerda Ana que le respondió.

La abuela le prometió que al llegar al Trabuco le compraría unas alpargatas. Lo que para muchos puede ser un detalle insignificante para Ana fue un estímulo. "Iba a ser mi primer calzado", rememora con una sonrisa entrañable de oreja a oreja. Su gesto cambia cuando se le pregunta por lo que vio al asomarse a la cuneta. Agacha la cabeza y con voz baja, relata: "Un montón de piedras puestas de cualquier manera de la que sobresalían brazos, piernas, un cinturón..., algo terrible para cualquier persona, pero más para una niña".

Ana, aturdida por la escena, se apartó y empezó a vomitar. "Vente, vente que nos vamos", recuerda que le gritó su abuela. Al volver, por la tarde, a Villanueva del Rosario, la abuela llevó a Ana a distintas casas para que contase lo que había visto. "Con el tiempo me he dado cuenta de que me utilizó para que confirmase los peores presagios porque ella tenía miedo; no la guardo rencor, ella sabía que a una niña no la iban a hacer nada".

Ana repitió la cantinela en unas cuantas casas hasta que en una dio en el clavo. "¿Dices que has visto una camisa azul? Ay, tiene que ser la de mi hijo José". Es lo único que le pudo decir aquella vecina antes de romper a llorar.

Aquella señora a la que Ana había desvelado la fatal noticia era la abuela de Josefa Ortiz, una mujer que rebosa energía a sus 73 años. Su padre, el hombre de la camisa azul, y su tío, yacen en la fosa de Villanueva del Rosario. Josefa sólo tenía dos años cuando empezó a palpar el dolor en su casa. Habían pasado pocos días del fusilamiento cuando empezó una triste rutina nocturna: "Le pedía a mi familia que no cerrasen la puerta de la casa ni del corral porque mi padre tenía que volver y yo quería verlo". La confusión le acompañó toda su niñez, especialmente aquel año 1937. Su padre no volvía y a ella le cambiaban los hábitos. Los vestidos floridos, que tanto le gustaban a su padre, se los tiñeron de negro. Hasta que cayó enferma y el médico exigió que volviesen a su colorido original.

Como si fuese posible orillar la muerte por un tiempo, a Josefa le cuesta asimilar que su padre, al que apenas llegó a conocer, falleció hace 70 años. "Hasta que no me entreguen sus huesos, hasta que no pueda enterrarlo en un lugar a donde pueda llevarle flores no me haré a la idea por completo". Hay otro elemento además que mantiene viva esa utopía. Hace sólo tres años que Josefa aprendió a leer y a escribir. Desde entonces, cuenta con lágrimas en los ojos, no para de mandar cartas a su padre, "cartas al aire".

No contenta con eso, pretende escribir un libro sobre su niñez en la posguerra para regalárselo a sus nietos. Lo tiene bastante avanzado. Uno de sus profesores al leer alguno de los relatos, le regaló un piropo: "Nunca me imaginaba los sentimientos que un niño podía tener dentro".

El pasado sábado, por primera vez, Josefa y Ana no pudieron acudir a la supervisión de los trabajos desde que empezó la exhumación. Había llovido intensamente durante la madrugada y el terreno donde está la fosa era un auténtico barrizal. Sentadas en el porche del hostal donde se aloja Josefa, charlaban, aunque se notaba que les faltaba algo. Cuando alguna de las dos trataba de hablar de un tema que no tuviese relación con la fosa, la otra rápidamente le cortaba con una anécdota.

En una de estas historias, Ana explicaba cómo iba por el pueblo pidiendo algo de comer y dependiendo de con quién se topara, recibía una respuesta: "Eso que te lo den los fascistas; eso que te lo den los rojos". Ella volvía siempre a casa con la misma pregunta: "¿Qué son los fascistas? ¿Qué son los rojos?". Nadie se lo explicaba. "¿Pero no se daban cuenta de que un niño era incapaz de entender lo que estaba pasando?", se pregunta Ana, 70 años después.

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Sobre la firma

Javier Lafuente
Es subdirector de América. Desde 2015 trabaja en la región, donde ha sido corresponsal en Colombia, cubriendo el proceso de paz; Venezuela y la Región Andina y, posteriormente, en México y Centroamérica. Previamente trabajó en las secciones de Deportes y Cierre del diario.

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