Minifalda para una musulmana
Un ulema condena por "antiislámica" a la tenista india Sania Mirza
Cumple 18 años el próximo noviembre y ya es una de las grandes del tenis mundial. El éxito de Sania Mirza, la primera india en participar en un torneo abierto de Estados Unidos, ha cautivado a millones de aficionados en su país y en todo el mundo. Sin embargo, su buen hacer deportivo ha quedado eclipsado por la fetua (edicto religioso) de un ulema de Calcuta que ha tachado de "antiislámica" la minifalda con la que juega. Sania pertenece a la minoría musulmana de India y el edicto ha dado alas a algunos extremistas de su comunidad para amenazarla de muerte.
"No tengo nada que decir. Me considero una buena musulmana y no creo que por jugar al tenis con minifalda insulte a mi religión", respondió la tenista la semana pasada tras conocerse que había recibido varios anónimos.
Muchos se preguntan hasta qué punto la condena del clérigo representa la opinión de los 1.300 millones de musulmanes que hay en el mundo, o siquiera de los 120 millones que viven en India. Prueba de que no es así, y tal vez de una creciente desconexión entre los líderes religiosos y la realidad de nuestro tiempo, el caso de Sania ha desatado un debate sin precedentes en los medios de comunicación de países musulmanes.
"Representa a su país, no a una comunidad determinada, y en cuanto a su forma de vestir, está jugando a nivel internacional, así que tiene que seguir las normas y vestirse como el resto de las tenistas", defiende la joven Zuberia T. en un email enviado al diario Khaleej Times de los Emiratos Árabes Unidos. Pero otras lectoras no son tan indulgentes. "La forma de vestir es una elección personal, pero cuando un individuo sigue una religión determinada debe atenerse a sus principios", critica Yasmín Banu.
"Quienes atacan la ropa de Sania no sólo trivializan el islam, sino que traicionan su propia incapacidad para entender el verdadero espíritu de la fe", ha escrito por su parte Aijaz Zaka Syed, director adjunto del Khaleej Times. Sin embargo, no es la primera vez que una deportista musulmana se enfrenta a las recriminaciones de los líderes religiosos.
En 1992, la atleta argelina Hasiba Bulmerka tuvo incluso que abandonar su país después de que los clérigos condenaran que corriera en pantalones cortos. Bulmerka acababa de ganar el oro olímpico en 1.500 metros, pero ni siquiera ese éxito le protegió contra la ira de los iluminados.
La realidad es que la presencia de atletas musulmanas en el deporte de competición ha sido siempre escasa. Irán es el único país islámico que ha intentado levantar barreras, promocionando desde 1993 unos controvertidos Juegos Islámicos Femeninos, cuya cuarta edición se celebra estos días en Teherán.
Bajo el impulso de Faezeh Hachemí, hija del ex presidente Alí Akbar Hachemí Rafsanyani, esta cita cuatrianual permite a las musulmanas competir sin violar las normas de vestido del islam, es decir, aparecer sin hiyab ante los espectadores. El hiyab suele entenderse como el pañuelo con el que las musulmanas se cubren el pelo, pero se refiere también a que el resto del cuerpo esté tapado.
Así, los uniformes de atletas, jugadoras de baloncesto o golfistas se adaptan a las exigencias de los religiosos con camisetas de manga larga y pantalones hasta los tobillos, y en el caso de las nadadoras compiten en piscinas cubiertas ante jueces y público exclusivamente femeninos.
Estos juegos han logrado el respaldo del Comité Olímpico Internacional por considerar que ayudan a promocionar a las mujeres en el deporte. Sin embargo, sus críticos los ven como un apogeo de la segregación sexista.
Ni siquiera entre las participantes parece existir unanimidad. Las atletas senegalesas, cuyas actitudes relajadas y pañuelos minúsculos les han ganado alguna que otra reprimenda, no terminan de entender la exigencia del hiyab. "Cuando rezo, me cubro", ha explicado Yamina Thiam, jefa de la delegación, "pero el primer principio del islam es que la fe es libre. Yo no cogería un palo para correr detrás de mi hija y obligarla a rezar".
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