Los escritores son vampiros
Diversos autores explican su relación con los maestros
Todos los escritores vampirizan a sus antepasados, o a sus contemporáneos; algunos aceptan que plagiaron, que es la forma extrema del vampirismo, pero otros aceptan que sin la influencia de los otros su literatura no sería nada. Y otros escribieron sus primeras letras copiando directamente de lo que leían. Muchos hicieron de las leyendas que les contaron sus madres el meollo de sus primeras inspiraciones. Todo eso, que forma parte de la norma general de la relación de los escritores con su pasado, o con su presente, se puso de manifiesto el sábado por la tarde en Úbeda, en un encuentro que el Club de Lectura de la Universidad Nacional a Distancia organizó en Úbeda, la tierra "del Renacimiento del Sur" y de la Mágina de Antonio Muñoz Molina.
El encuentro englobó otros temas y a otros autores, pero este en concreto, Nuestras lecturas, nuestros maestros fue especialmente suculento. Porque se trataba de vampiros. Intervinieron otro escritor ubetense, Jesús Maeso, contemporáneo de Muñoz Molina, el chileno Carlos Franz, la catalana Laura Freixas y el gaditano Eduardo Mendicutti. Nadie podía esperar, en semejante compañía, que también apareciera Juan Ramón Jiménez alentando las primeras escrituras de su paisano (andaluz) Eduardo Mendicutti. Todos hablaron de la influencia de las primeras lecturas, e incluso de las primeras palabras, y Mendicutti se lanzó a contar un vampirismo inesperado.
Los escritores suelen hablar de los clásicos o de los contemporáneos del canon, pero Mendicutti habló de una vecina, una prima de Rafael Alberti, Maria Merello, "que era estupenda leyendo en voz alta", y que le enseñó muchos cuentos de la tradición oral, "incluidas las vidas de santos". Le encantaba "la vida de san Tarsicio, en medio de los centuriones romanos". Aquella insistencia en las historias extraordinarias le hizo agarrar un día un fleje de papeles, los cosió con un hilo, e hizo su primer libro. Con las historias de María Merello. María nunca le pudo reprochar el vampirismo, porque la madre de Eduardo guardó ese incunable como oro en paño.
Pero ahí no acabó el vampirismo de Mendicutti, que el autor de El palomo cojo contó en medio del jolgorio de los asistentes convocados por la UNED. El escritor de Sanlúcar confesó que cuando nació su hermana pequeña, Lucía, utilizó un procedimiento parecido para completar su nuevo libro. En esta ocasión escribió algo así como: "Lucía es pequeña y suave...".
La sombra de Platero y yo latía sobre el texto, que de nuevo su madre se encargó de mantener en una estantería secreta. Hay influencias mucho más canónicas. Maeso contó que su primera influencia fue, en cierto modo, la luz de la Biblioteca Pública de Úbeda. "Mi padre me llevó a los siete años a la biblioteca; era la época gris de la idea única, y aquella luz fluorescente cambió mi vida y se convirtió en un santuario para mi". Allí nació su vocación; y después se consolidó con una lista de lecturas de las que Bomarzo, de Manuel Múgica Lainez parece el iceberg. Múgica Lainez, y Rubén Darío, y Alejo Carpentier. Como su colega Laura Freixas, no desdeñó la narrativa social que precedió, en la lectura española, "a la exuberancia latinoamericana del boom", ni el movimiento experimental que representó la irrupción de Julio Cortázar y Rayuela en los sesenta. Hasta llegar a Juan Benet, a Juan Marsé, a Caballero Bonald, a Miguel Delibes, a Jesús Fernández Santos, a Ana María Matute... Gente para una estantería, de la que, de nuevo, florece Bomarzo. ¿Bomarzo novela histórica? Pues él, al que le adjudican esa etiqueta de novelista histórico, cree que no lo es. "O toda novela es histórica o no hay novelas históricas. La novela pertenece al mundo de la fantasía; y la historia forma parte de las ciencias. Son conceptos que se repelen".
Las novelas son buenas o malas, dijo Maeso. Y su colega de mesa, y de profesión, Laura Freixas, estuvo de acuerdo. Ella se hizo lectora viendo que su madre siempre leía libros. En francés. "¡Yo quería ser libro para que me hiciera caso!" Y luego ella misma se formó con aquellos que le habían vampirizado su infancia: Gide, Proust, Duras... "Y en los años 70 descubrí una literatura en español que no habla de España, la literatura del boom".
Su proceso de vampirización fue un viaje continuo. Siguió en Inglaterra, donde fue lectora de español, y donde se sumió en la lectura de autores especialmente suculentos para un buen festín que deja poso: las hermanas Brontë, Jane Austen, Charles Dickens, Virginia Woolf... El amor por la Woolf en cierto modo ha transustanciado a la escritora de Al faro en su propia personalidad, pues es la traductora de sus diarios. Y otra mujer, la brasileña Clarice Lispector, es otro de sus alimentos literarios; Freixas escribe ahora su biografía, una manera de vampirizar, también, la vida.
Sedimentado todo eso, se dedica a releer. A santa Teresa, por ejemplo, que de manera tan estúpida se enseñó (¿se enseñó?) en los cursos de formación. Y la literatura francesa, "donde halló una profundización en la intimidad y en la vida interior que no existe en la literatura española, al menos hasta el momento...".
En realidad, quien ha vampirizado de manera más estricta, y más confesada, ha sido, de todos los participantes en el coloquio de Úbeda, el chileno Carlos Franz, autor de Almuerzo de vampiros. Pero sus primeros maestros, a los que vampirió primero, fueron sus padres, actores ambos, es decir, "histriones". La madre era actriz, pero dejó el oficio al casarse con su padre; pero siguió actuando en casa, recitando, declamando... Y el padre era un diplomático, "es decir un actor, alguien acostumbrado a simular todo el rato, capaz de la hipocresía más excelsa".
Pero quien de veras fue su maestro fue un profesor que había sido cura, y que fue readmitido en un colegio religioso de Valparaíso. Se llamaba (o se llama) Alejandro Bravo; "detectó en mi la angustia de un niño traumatizado por el fracaso familiar, y creyó que yo podía ser escritor". Esa relación es la que está en la base de aquel libro suyo, Almuerzo de vampiros. Y luego vampirizó a otros. A un novelista que tuvo muy mala suerte, Enrique Lafourcade, autor de una novela extraña, y vanguardista, sobre Salvador Allende y sus últimas horas, "él nos decía que había que volverse loco para ser escritor", y José Donoso, que en medio del ruido tremendo de la dictadura nos hablaba de Proust y de Henry James, y nos decía que hiciéramos lo que nos diera la gana". Pero en realidad donde se hizo fue en una biblioteca, "donde me di cuenta que toda formación ha de ser anárquica si uno quiere luego escribir". Vampirizar de todas partes, esa es la cuestión.
El encuentro de Úbeda tuvo otros temas y otros participantes. Se habló de ficción y realidad, de premios literarios, y de "la especificidad de la narrativa actual". Y se congregaron gentes como Paula Izquierdo, José Luis Martín Nogales, Vicente Molina Foix; Antonio Moreno, decano de Filología de la UNED, y Mercedes Boixareu, vicerrectora, fueron animadores de las distintas mesas. Y en la única en que los escritores aceptaron que son vampiros fue en esa de la que acabo de hacer crónica, vampirizada, por cierto.
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