En defensa de la Pedagogía
Nos preguntamos por qué últimamente son tan frecuentes en algunos medios las soflamas antipedagógicas, opiniones que atribuyen el deterioro del sistema educativo y hasta el fracaso escolar a una ley de educación y, más concretamente, a lo que denominan la pedagogización de la educación. Siguiendo la pendiente, claro está, acaban culpando a los pedagogos, como si la pedagogía fuese cometido sólo de éstos.
A esa cruzada anti se suman intelectuales, literatos y profesantes de los que cabría esperar análisis más finos y rigurosos. No entendemos que, ellos que saben de la irrelevancia social del intelecto en las sociedades actuales, consideren al gremio vilipendiado de los pedagogos tan capaces de pudrir al resto de las manzanas del cesto; y tan incapaces a los demás que se dejan pervertir. Es asombrosa la simplificación en la descalificación de unos saberes con larga historia. Rara forma, la de este rudo país, para atajar los males del sistema educativo con diagnósticos como éstos.
Nos sentimos aludidos, pero nos duele más la decepción que provocan las formas injustas de estigmatización y la tergiversación de la realidad. Pero podemos entenderles porque su posición ha sido estudiada por la investigación educativa. Es cierto que hay malos pedagogos, como debe haber malos psicólogos, economistas, filósofos y hasta algún mal profesor en bachillerato.
Estamos también de acuerdo, parcialmente, con alguna de sus críticas a la pedagogía, pues nosotros también las hemos hecho. Hemos defendido la importancia del buen dominio de la materia para ser docente y hemos criticado el menosprecio de los contenidos para suplirlos por los procesos o por las competencias. No obstante, creemos que algunos contenidos vigentes no representan, siquiera, lo valioso de la tradición cultural de las especialidades y asignaturas bajo cuyo rótulo se cobijan los contenidos que se enseñan. Y sobre todo, estimamos que si los contenidos relevantes no son adquiridos de manera que construyan y mejoren la comprensión del mundo y el situarse ante él, de poco sirven. Ésta sí que es una causa del fracaso escolar y del aburrimiento que lo precede.
Hemos abogado por el incremento del nivel de formación básica de los docentes. No impartimos cursos en el antiguo CAP. No estamos de acuerdo ni hemos tenido nada que ver con el diseño del posgrado que lo sustituye. Algunas autoridades, lejos de dejarse abducir, se han sentido molestas por nuestras críticas. Tampoco confiamos en que cualquier teoría sobre la educación mejore necesariamente las prácticas. Sabedores de los límites para cambiar la realidad y a los propios anti, nos conformamos con que las ideas que cultivamos les sirvan para inquietarles su pensamiento. Maticen sus argumentos y las ideas considerando estas dudas:
¿Tanta capacidad destructiva tiene el pensamiento sobre la educación? Nos presumen con tal poder que podríamos haber tenido la tentación de usar el peligroso instrumento contra sus trincheras. ¿Cómo entender desde la anti-pedagogía el que organismos como la UNESCO, la UE, la OCDE o el Banco Mundial hablen de formación pedagógica del profesorado? En la sociedad del conocimiento, el papel del docente no puede reducirse a la mera explicación de contenidos y evaluación de resultados. Los recursos tecnológicos pueden hacerlo. Los docentes tienen que enseñar a amar el conocimiento para que los alumnos y alumnas deseen seguir aprendiendo. Confiar sólo en el autodidactismo no es suficiente, ni se adquiere por ensayo y error.
Si ustedes, los anti, tienen razón, tomen conciencia de estar menospreciando lo que hicieron -y, en algunos casos sólo pensaron- figuras históricas desde Platón. Kant habría caído en la bajeza de escribir y hablar sobre pedagogía, como lo hicieron otros muchos nombres reconocidos. A la mente de manera desordenada nos viene al recuerdo Dewey, Ortega, Luzuriaga, Freinet, Freire, Montessori, Piaget, Giner de los Ríos, Delors, Bourdieu, Mayor Zaragoza, Bernstein. Bruner, Marta Mata, Vigotski... Alguno, como Ferrer i Guardia, fue fusilado por su pedagogía, por salirse de la docencia de las materias. No sabemos si alguien de los citados fue profesor de bachillerato para poder opinar con legitimidad sobre asuntos pedagógicos.
¿No creen que adueñarse de los éxitos y desentenderse de los fracasos es una arrogancia? ¿No creen que el bajo nivel de los alumnos es una realidad demasiado compleja como para achacarla a un colectivo que no impartimos las clases de las materias? Al fin y al cabo, la Lengua, el Inglés o la Geografía las imparten otros. ¿Qué obnubila a las editoriales que publican libros y revistas sobre educación o sobre pedagogía? O ¿por qué en Harvard o en Moscú mantienen estudios de pedagogía? ¿Hasta ahí llega nuestra capacidad de abducción?
Ciertamente, nadie puede enseñar lo que no sabe, ni hacerlo bien sin tener un buen dominio de los contenidos y, sobre todo, sin amor por el saber. Pero piensen que tenemos la deformación de creer que la educación es algo más que enseñar la materia. Les apoyamos para que ustedes sean más consultados, pues así sabremos de sus argumentos. Pero déjennos hacer pedagogía, pues antes de "pervertirnos" fuimos profesores y profesoras de primaria, secundaria, directores de centro... Además, si se acepta su idea de que sólo tienen legitimidad para opinar y sugerir acerca de la educación quienes están en la actividad de enseñar en su nivel y especialidad, puede ocurrir que alguien les diga que ustedes no pueden opinar sobre la educación porque algunos anti no ejercen de educadores. En consecuencia, les sugerimos que busquen a otro chivo expiatorio, pues somos sabedores de que nuestro saber es débil, como lo es nuestro poder. Pero nos interesa.
Firman el artículo los profesores de la Universidad de Valencia José Gimeno, Francisco Beltrán y Jaume Martínez; Ángel I. Pérez y Nieves Blanco (Málaga); Miguel Ángel Jurjo (A Coruña); Félix Angulo (Cádiz); Francisco Imbernón (Barcelona), Juan Manuel Álvarez (Complutense); Juan Bautista Martínez (Granada) y María Clemente (Salamanca).
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