Exportar o morir
Mejoran algo las exportaciones. Un salvavidas al que agarrarse. Por varias razones. Porque dada la atonía de la demanda interna (consumo e inversión), constituyen la única locomotora posible del crecimiento. Porque su incremento es indispensable para mitigar uno de los mayores desequilibrios crónicos de la economía española, el de la balanza exterior, que todavía exhibe un alto déficit (alrededor del 4% del PIB ahora, pero llegó al entorno del 10%). Y porque pueden ser signo y acicate de una mayor capacidad de competencia (competitividad) de las empresas: el conjunto de las 40.000 empresas españolas que exportan regularmente son hasta un 77% más productivas que las no internacionalizadas (José A. Herce y otros, Internacionalización, empleo y modernización de la economía española, ICEX).
Las ventas españolas al exterior se dirigen mucho más a los países emergentes
Las exportaciones de bienes crecieron al 16% en el segundo trimestre, en buena parte gracias a la recuperación alemana. Habían caído un 23% en 2009. Han recuperado "los niveles previos a la crisis", en resumen del presidente de la Cámara de Barcelona, Miquel Valls, referido a su ámbito territorial. Lo interesante es que empiezan tenuemente a variar su destino. Las ventas a los países asiáticos emergentes aumentaron un 34% interanual, y superaron el 72% en el caso de Brasil, ritmos mucho más espectaculares que los registrados en los intercambios con la eurozona, el cogollo de nuestros principales clientes, que absorben más de la mitad de nuestras ventas exteriores. Claro está que su punto de partida era nimio (las ventas españolas a China e India solo alcanzaron el 2,4% de su total el año pasado), y queda casi todo por hacer. Pero es clave el nuevo sesgo, porque los emergentes seguirán creciendo en el futuro inmediato a más del doble de velocidad que los países desarrollados.
Pero no todo el monte es orégano. Esos avances positivos son compatibles con un retroceso, el hecho de que en el primer semestre España haya perdido un 7% de su cuota en el comercio mundial (que baja del 1,79% al 1,67%), según la OMC: justamente cuando este se recupera. Esta pérdida de peso relativo no es exclusiva de España, sino de toda Europa. Alemania perdió el año pasado el cetro de la exportación mundial, en favor de China, y ahora el segundo puesto, que cede a Estados Unidos, acusando el estancamiento de sus socios/clientes prioritarios europeos. Pero mal de muchos no es consuelo de listos, sobre todo cuando se exhiben más flancos vulnerables que los demás, como el aún relativamente escaso contenido tecnológico de la producción doméstica.
La emergencia de los emergentes, su resistencia a la crisis, la indemnidad de sus sistemas bancarios y su superior crecimiento marcan un antes y un después en la historia reciente. Aceleran una "enorme transferencia de poder, como nunca se había visto en tan poco tiempo", describía Javier Solana en unas recientes jornadas de Esade. Una transferencia doble: del mundo desarrollado al mundo en desarrollo, hacia el eje asiático; y en el interior de los Estados occidentales, hacia las sociedades civiles. Tanto en el nivel político como en el económico.
En cualquier caso, la batalla comercial mundial tiene un perno decisivo, la industria. De modo que si el salvavidas es la exportación, la materia de la que está construido es principalmente la industria: bienes, sobre todo manufacturas. El sector industrial vive como pocos la creciente globalización. Cada vez más, dentro de él, nuestro mundo es el mundo.
Algunos lo han entendido así. El presidente francés, Nicolas Sarkozy, en una suerte de neocolbertismo fabril, planteó la pasada primavera un ambicioso plan estratégico para incrementar la producción industrial, mediante un amplio conjunto de medidas, incluidas algunas polémicas por proteccionistas o muy intervencionistas. En todo caso, apostó fuerte.
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