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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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La vida sexual del 'dj'

Diego A. Manrique

Cuando necesito sonreír, abro el ordenador y visito No breasts no requests: retrocedo a mis tiempos de pinchadiscos, con sus apuros y (también) sus delicias. Me explico. Se trata de un blog esencialmente fotográfico, iniciado por Mick Fiction, un dj californiano. La premisa es sencilla: los pinchadiscos cuelgan fotos de avisos llamativos hallados en discotecas o notas impertinentes enviadas por el respetable.

Estas últimas son la pesadilla de cualquier dj. Verbales o escritas, las peticiones parten de un error fundamental del cliente más egoísta : simplemente por entrar en un local se considera con derecho a exigir la canción, la música que le apetece.

En realidad, la inmensa mayoría de los noctámbulos sabe que pedir música es de mala educación, un insulto a alguien que está esforzándose por construir una sesión personal. Como advertía aquel rótulo que colocaba DJ Floro: "Un disc jockey no es un jukebox".

El pincha suele ser borde, fruto del rencor de trabajar mientras los demás se divierten

Con todo, algunos creen tener bula para incordiar al dj. Lo automático es responder "no lo tengo", pero me ha ocurrido que inmediatamente saquen el disco del bolso. Mucho cuidado: hay parejas que han ensayado una coreografía que logra vaciar la pista con su exhibicionismo (y esperan ser premiados con aplausos).

El dj tiene escasa paciencia para esos asaltos. Generalmente, es un tipo borde, combinación de arrogancia ("Conozco más música que todos vosotros juntos") y del rencor acumulado por alguien que trabaja para que los demás se diviertan. Los hay amables, que incorporan las sugerencias que encajan en su diseño sonoro. Si son residentes de un local, conocen las debilidades de los habituales y recurren a determinados clásicos: un entusiasta o grupo de entusiastas "hacen pista" y atraen al personal más renuente.

El dj puede rechazar de plano los pedidos o, más diplomático, se dará por enterado... y continuará poniendo lo que tenía previsto. Puede que la solicitante -suelen ser ellas, advierto- insista. Según aumenta la ingesta de alcohol, su tono se hace más agresivo... o insinuante: servilletas con corazoncitos y besos impresos.

De mis años en las trincheras guardo un muestrario de argumentos desarrollados para engatusar al dj:

(1) "Mi amiga se casa / se divorcia la próxima semana y querría bailar algo de Bruce Springsteen".

(2) "Hoy es el cumpleaños de mi amiga y su canción favorita es Corazón partío".

(3) "Mi amiga está triste y le vendría bien escuchar a Shakira".

(4) "Necesito algo de Eminem para que el rapero ese se ponga a bailar y yo pueda acercarme".

(5) "Esta noche termina el Ramadán y necesitamos algo de Khaled".

Yo era muy crédulo. No hace falta decir que casi todas esas excusas son mentiras: en las batallas de la noche, todo está permitido. Incluso se intenta sobornar al dj con dinero (opción favorita de clientes masculinos con gusto por alardear), sustancias ("No, gracias") o la promesa de favores sexuales: "Si me la pones, te espero luego".

Pies de plomo en la zona del flirteo. Habla la experiencia: luego resulta que la seductora ha venido acompañada por novio/marido y ni se plantea pasar a mayores; tal vez se empeñó en demostrar ante su grupito que puede manipular a cualquier disc jockey.

Y puede, desde luego. Circulan muchas leyendas urbanas sobre encuentros en la tercera fase en cabinas de dj, en plena sesión. No se lo crean. Abunda más el emparejamiento imposible, a altas horas de la noche. Para hacerse una idea, recuerden aquel subgénero cinematográfico de las "pesadillas del pardillo" que floreció en los años ochenta (Algo salvaje, After hours). Imaginen aventuras similares pero con el estorbo de una maleta cargada de discos. Escalofríos me da solo recordarlo.

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