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Crítica:CINE /
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Porque la vi matar

"La muerte es lo más grande. Por eso la guardan para el final", declara un broker neoyorquino impecable, elegante y asesino que tiene los rasgos del ubicuo e infatigable Ron Silver. "Me gusta aplastar las cabezas contra el muro", sentencia, un poco en broma, un mucho en serio, una inexperta Jamie Lee Curtis, agente de policía que aguanta el tipo de uniforme azul. Silver y Curtis son dos polos unidos entre sí por la seducción y el asesinato.Ambos tienen conflictos latentes sin resolver: Curtis desearía ajustarle las cuentas a un padre violento y vengativo, y vive en una soledad afectiva sólo esporádicamente cubierta con afectos engañosos; en cuanto a Silver, poco o nada se sabe de él, salvo que le acosan extrañas voces que le instigan al crimen.

Acero azul (Blue steel)

Directora: Kathryn Bigelow. Guión: K. Bigelow y Eric Red. Fotografía: Amir Mokri. Música: Brad Fiedel. Producción: Edward Pressman y Oliver Stone, para Vestron Pictures. Estados Unidos, 1989. Intérpretes: Jamie Lee Curtis, Ron Silver, Clancy Brown, Elizabeth Peña, Louise Fletcher. Estreno en Madrid en los cines Aluche y Coliseum.

El problema surgirá cuando el primero vea a la segunda matar a un delincuente y tenga una especie de revelación: se enamorará de ella porque reconocerá ni más ni menos que su alma gemela.

Ambigüedad

Acero azul es un inquietante y, a la postre, discretamente interesante thriller urbano que juega con desigual habilidad sus no muy abundantes opciones. En todo caso se apunta, con algunas salvedades, a la senda abierta contemporáneamente por películas como En la cuerda floja, en la cual el obseso policía Clint Eastwood se reconocía progresivaniente en los delincuentes a los que perseguía, hasta hacer suyas las pulsiones mortales de éstos.En cambio, Kathryn Bigelow, la directora, rechaza identificar sin vacilaciones a su protagonista con la imagen especular que el asesino pretende imponer a ésta. Su apuesta consiste en jugar a la ambigüedad calculada; a que nunca, se sepa, en el fondo, si Curtis se lo cree o no, si ella identifica en sus reacciones la culpa que su contrincante le arroja.

Así las cosas, Bigelow despliega su película con habilidad, por lo menos durante su primera mitad, aquella en la que describe la relación entre los contrarios y el mundo personal chato, vacío decididamente poco excitante de la novata policía. Vértice y base de la pirámide social quedan retratados a partir dedos personajes emblemáticos que, no obstante, no se comportan como tales: mientras el guión se detiene en descripciones para hacer plausible el personaje de Curtis, Silver se le opone casi como un arquetipo del mal, la locura irrefrenable, la obsesión por el crimen que no necesita explicación, sino sólo enfrentamiento y muerte.

La segunda parte, en cambio, tiene un interés menos evidente aun cuando a ella corresponde todo el largo proceso de acoso y enfrentamiento, paradójicamente, no de la policía al asesino, sino de éste y ella, y aunque contenga la larga secuencia del estallido final de la violencia. Y aquí las cosas ya no se mantienen tan presentables porque, por un error de cálculo considerablemente común en el cine de nuestros días, se termina imponiendo el mantenimiento del suspense a toda costa, incluso hasta hacer peligrar la verosimilitud. La historia escapa por momentos al necesario control de la directora, que, no obstante, recupera las riendas poco antes del final y, evita lo irreparable. Y en todo caso hay que apuntar en su buen gusto el hecho de que, a pesar de la temática del filme y a pesar igualmente de que en ocasiones la muestra, no se deja llevar por la compulsión habitual de la puesta en escena de la violencia, argumento primero y último de la mayor parte de los filmes contemporáneos que se apuntan a este mismo filón.

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