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Tribuna:
Tribuna
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En torno a "Gárgoris y Habidis": si la envidia fuera tiña

EscritorMuy señores míos:

Sirvan estas líneas para agradecerles la publicidad de mi libro Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España, gratuitamente incluida el sábado 12 más 1 de octubre en la sección Tribuna libre del periódico EL PAIS. De paso, y con su venia, me gustaría aprovechar la ocasión para corregir algunos de los errores que involuntariamente se deslizaron en la susodicha cuña publicitaria. Y vaya por delante que no me propongo discutir, y no discutiré, ni aquí ni en ningún otro lugar, las apreciaciones relativas al contenido de mi obra. ¡Aviados estaríamos los escritores si tuviéramos que responder de nuestro puño y letra a todos los personajillos hambrientos de celebridad! Quédense las réplicas para quienes viven de los libros ajenos.

No soy empleado de Televisión Española, sino colaborador de la misma. Mis poderes en el ámbito de ese organismo suman exactamente la cifra de cero. El pasado mes de abril se prohibió, y prohibida sigue, la emisión de un debate organizado en torno a mi libro por el programa cultural Encuentros con las letras. Intervenían en él, además del que suscribe y de Carlos Vélez, director del espacio en cuestión, mis compinches fascistas Juan Cueto, Fernando Arrabal y Fernando Savater. Ni solicitamos ni se nos concedió entonces turno alguno de réplica a lo que implícita y explícitamente entrañaba dicha prohibición. El hecho ni siquiera ha sido mencionado por el señor Benet en su reciente interpelación ante el Senado a propósito de la censura televisiva. Sabido es, por otra parte, que las leyes vigentes no contemplan la obligatoriedad de los turnos de réplica en lo tocante a la televisión, quizá por considerarlos técnicamente inviables. ¿Culpa del Congreso? No lo sé. Pero en ningún caso mía ni de los responsables del programa Café de redacción.

Hace dos o tres años dediqué a una novela (o bodrio) titulada La novia judía eso que en el argot de los crítisos se llama «un palo», por estimar que la obra se lo merecía y que a ello me obligaba la índole de mi trabajo en Encuentros con las letras (en otra ocasión, que nunca hay cal sin arena, informé favorablemente sobre la edición de las poesías del gran Juan Eduardo Cirlot preparada por el autor de dicha novela). Posteriormente, y en el transcurso de una charla sostenida con el escritor Juan Benet dentro del mismo programa, no pude por menos de descargar otro «hachazo» sobre cierta estúpida crítica publicada en el diario Informaciones y relativa a la obra En el estado, de la que era -y es- autor el citado Benet. Ambas joyas literarias -La novia judía y el disparate stalinista del Informaciones- llevaban la misma firma.

Los dos últimos párrafos demuestran, a mi entender, que en la cuña a la que esta carta hace referencia existen indicios racionales de culpabilidad en lo concerniente a por lo menos dos delitos tipificados en el código de las buenas costumbres: el chantaje -lloriquear por los despachos de un periódico en nombre de la libertad de expresión, a la que nadie esta vez ha faltado, para montarse un tingladillo de publicidad cara a la concesión del Premio Planeta- y la venganza (que lo es por partida doble, ya que Gonzalo Torrente Ballester, prologuista de mi libro, constituye desde hace tiempo uno de los blancos preferidos por los irracionales odios literarios de quien firmó el libelo). Por cierto: no deja de ser curioso que éste apareciese dos días antes de la concesión del Planeta. ¿Azar o cálculo? (se sobreentiende que por parte del copy que redactó la cuña).

En vista de todo ello, y de lo que doy por sabido, me sorprende que este periódico se haya prestado a un juego tan burdo, especialmente si consideramos que el autor de la cuña suele colaborar en publicaciones de menor tirada y nunca, que yo sepa, o por lo menos no de modo habitual, lo había hecho en EL PAIS.

¡Grave falta de estética la cometida por ustedes al admitir en sus páginas un pliego de injurias sin el menor alcance crítico, que en cualquier otro país le hubiera valido a su autor la fulminante expulsión del gremio profesional en el que milita!

No menos sorprendente es el titular adjudicado al spot y que, como sin duda recuerdan, rezaba: Polémica en torno a «Gárgoris y Habidis». Respuesta a Sánchez Dragó. Ni polémica, señores míos, ni respuesta. Lo primero, porque no puede haberla sin la intervención de dos personas como mínimo, y lo segundo, porque mal puede responderme un individuo con quien jamás he tratado de estos temas. Verdad es que me referí de pasada a él durante una entrevista por televisión, pero lo hice contestando a una pregunta en la que explícitamente se le citaba (y si le llamé «mazacote», cosa de la que me arrepiento, fue por culpa de la casta, que tira lo suyo. En cualquier caso, no ha lugar a ofensa, puesto que no quise insultar ni tan siquiera apodar. Se trataba, sencillamente, de un juicio literario).

Tengo por norma no intervenir en polémicas. Me parecen inútiles para la cultura, aburridas para quien no pertenece al milieu y desagradables, además de nocivas, para los que participan en ellas. Decía Kipling:,«Si soportáis que la verdad que hablasteis la truequen en embuste gentes necias ... » Y Hemingway: «No tratéis de explicaros.» Y Truman Capote: «Nunca hay que rebajarse contestándole a un crítico. Nunca.» Los tres nombres figuran en la lista de mis maestros.

Mi libro, bueno o malo que sea, responde cumplidamente a cualquier pregunta que sobre él se formule. Valga la perogrullada: lo que dije en sus páginas es justamente lo que quise decir. De otra forma no lo hubiera publicado.

Además: ¿Cómo esgrimir razones ante la sinrazón de los insultos?

No soy antisemita (aunque sí antisionista). Para demostrarlo me remito a una intervención mía -titulada Andalusíes y sefarditas: españoles- dentro del programa En cuentros con las letras. Se emitió hace un par de años y figura en los archivos de televisión. Me remito igualmente a las entrevistas celebradas con Emilio García Gómez y con Juan G. Atienza, y a la que dentro de unos días sostendré con Jacob Hassán. En varias ocasiones he intentado traer a Encuentros al actual presidente de Israel, que es sefardita y sefarditista, sin que mis superiores me lo permitieran (llegué, incluso, a solicitar permiso para ello en la Dirección General de Relaciones Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores). Uno de los motivos que oficialmente se adujeron para prohibir el debate sobre Gárgoris y Habidis fue la petición, formulada por Arrabal en el curso del mismo, de que España reconociera diplomáticamente al Estado de Israel. Savater, Cueto y yo nos sumamos inmediatamente a dicha petición.

Parece ser, sin embargo, que algunas páginas de Gárgorís y Habidis han dado lugar a malentendidos en lo tocante a este tema. Me propongo volver sobre la «cuestión judía» en el quinto volumen de mi obra, que aparecerá dentro de unos meses. Sigan, hasta entonces, las espadas en alto.

No creo que en la España de hoy entrañe riesgo alguno la condición de comunista. Lo peligroso es ser anticomunista.

No siento la menor simpatía por Hitler (¡faltaría más!), aunque desde luego admiro a Madame Blavatsky, a Asín Palacios, a Shakespeare, a Spengler (mucho), a Miguel Angel y al gran escritor anarquista Ernesto Giménez-Caballero, con cuyas ideas no siempre comulgo. Respetable es su opinión, como todas las opiniones, de que le supero en fascismo. Y aunque no la comparto, le agradezco la intención elogiosa que le movió a formularla.

¿Qué sentido tiene, por otra parte, el calificativo de fascista aplicado al terreno de la crítica literaria? Hora es ya de arrinconar este barbarismo que hoy, por puro desgaste, nada significa fuera del contexto político e histórico en el que nació.

Lo que sí tiene gracia, y me la hace, son las intimidaciones de carácter físico a las que recurre el autor de la cuña después de colgarme el sambenito de «facha». ¿Me enviará a un grupo de malsines con la sacrosanta misión de apuñalarme al doblar una esquina? ¿O acaso se esconde un Hércules -el de mi obra- tras su torpe aliño indumentario? Tiemblo después de haber reído.

En cuanto a las acusaciones de ignorante y analfabeto (paso por alto la de «machista metafísico», sorprendente a decir poco), que juzgue el lector.

No voy a probar ni a comprobar si quien con tanta saña me odia fue o no fue falangista (lo que, en cualquier caso, no me parece un insulto). Eso se dice de él, insistentemente, en el mundillo de las letras. Si lo considera una calumnia, que se querelle contra sus calumniadores. La cuestión me trae al fresco.

Algunas personas y grupos intentan convertir mi libro positivamente o a contrariis, en bandera política. No lo entiendo. O O sí lo entiendo, pero no quiero entenderlo. Gárgoris y Habidis, para bien o para mal, sólo quiere ser literatura.

Amigos de EL PAIS: lo que antecede es mi única y última palabra (escrita) en torno a este asunto. No permitiré que nadie se haga famoso chupándome rueda. Al escritor, como a los demás hombres, se le conoce por sus obras. El resto, efectivamente, es mangancia.

Y en cualquier caso, como diría De Quincey, los caballeros sólo dialogamos con caballeros.

Afectuosamente.

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