La torería y el pundonor
Ni Juan Mora ni Javier Conde ni Curro Díaz son toreros vulgares; en mayor o menor medida, los tres están tocados por algún tipo de aroma, de gracia y compostura que los hace diferentes. No son toreros del montón, aunque no han gozado, ni parece que gozarán, de las mieles de la cumbre. Quizá, esa condición innata les salvó ayer de la quema de una nueva corrida basura, con toros de procedencia Domecq que aportaron una gota más a la desesperación reinante; mansones, descastados, noqueados, sosos... En fin, lo normal para el toro de hoy.
Pero el festejo lo salvó -lo del salvar es un decir, pero cuando la decadencia es tan profunda baja por la pendiente el nivel de la mínima exigencia- la torería de los integrantes del cartel.
El Vellosino/Mora, Conde, Díaz
Toros de El Vellosino, bien presentados, mansos, sosos, descastados y noblotes.
Juan Mora: cinco pinchazos, dos descabellos _aviso_ y dos descabellos (silencio); estocada, tres descabellos y el toro se echa (silencio).
Javier Conde: pinchazo, media atravesada _aviso_ y tres descabellos (bronca); pinchazo, casi entera _aviso_ (pitos).
Curro Díaz: pinchazo y estocada (ovación); pinchazo y hondo y estocada (silencio).
Plaza de las Ventas. 1 de junio. Segunda corrida de la Feria del Aniversario. Casi lleno.
Es curioso el caso de Juan Mora, que reaparece en esta feria después de años recluido en su casa. Lo de la vuelta de los toreros es un misterio; unos lo hacen por dinero; otros, por nostalgia; y los más, porque sus amigos lo convencen erróneamente de que es un fenómeno de la naturaleza... Pero ninguno vuelve porque lo llamen. Mora sabrá por qué ha vuelto, pero es verdad que parece que no se ha ido. Mantiene su elegancia, su empaque, su saber estar... Y a fe que intentó demostrarlo. Se empeñó en hacerlo bonito con el capote, y en el recuerdo queda alguna verónica y una larga; y derrochó voluntad en el último tercio, aunque no pudo destacar en ninguno de sus dos toros desclasados, de corto viaje y con la cara alta.
Es el caso, también, de Curro Díaz, referente del buen gusto, que se coloca con altanería y donaire, que maneja los engaños con donosura, y que cuando le sale un capotazo o un muletazo saben a gloria bendita. Pero..., cuando le sale. Ayer pareció que..., pero no fue posible. En el primero, tras un buen par de Montoliú, comenzó con unos trincherazos y un recorte que anunciaban algo grande. Pero llegaron los pases enganchados, la mala colocación, el uso del pico, un desarme, y todo se emborronó, aunque el tendido creyó estar viendo una faena grande inexistente. Brindó a la concurrencia el segundo, y otro desarme, y más enganches y más pases despegados... Total, que el gozo en un pozo. Que Curro, una vez más, apuntó y no disparó.
Y queda el caso a estudiar de Javier Conde. No goza de simpatía en esta plaza, y será una carambola que un día le salga el toro, aceptado por los tendidos, que lo reconcilie. El problema es que Conde no necesita un toro, sino su toro, ése que él quisiera traer debajo del brazo. Mientras tanto, es preso de su inseguridad, de su impotencia, de su desconfianza, y así es imposible.
¿Qué se echó en falta ayer? Pues, el pundonor, la raza y el arrojo, condiciones de las que carecen estos toreros, y que son ingredientes imprescindibles para que el aroma se convierta en el camino del éxito.
Ayer, de verdad, el único que tuvo raza fue Pepillo hijo, picador de Conde, al que el quinto de la tarde derribó con estrépito. Tras dolerse de un brazo, se revolvió contra sí mismo, y, en décimas de segundo, trepó de nuevo al caballo y recetó al toro un puyazo de aúpa que reconvirtió el pundonor en deseo de venganza. Eso no estuvo bien y se lo recriminaron, pero da gusto ver a un torero con lo que hay que tener, -sangre en las venas, se entiende-, que se olvida del dolor de un costalazo y, por un momento, se viste de héroe.
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