Un ritmo fastuoso
Mañana, con EL PAÍS, por 9,95 euros, 'Charlot boxeador', el clásico de la comedia de Charles Chaplin
El 5 de enero de 1914 Charles Spencer Chaplin se puso por primera vez delante de una cámara. Era un desconocido cómico inglés con un talento descomunal al que había contratado Mack Sennett para su productora Keystone. Ese día comenzó Charlot periodista, el primero de los 35 filmes que protagonizó aquel año. Sólo cuatro temporadas más tarde, en la primavera de 1918, Chaplin dirige su primer largo, Vida de perro, convertido en el actor más taquillero y famoso. Entremedias, un vestuario fabricado con restos de otros rodajes -un pantalón del gran Fatty Arbuckle; el abrigo de otro cómico, Chester Conklin; un sombrero que le venía pequeño; un falso bigote, y un bastón arqueado, lo único propio-; 50 filmes protagonizados y un sueldo que pasó de 150 dólares a la semana a un millón anuales.
En 30 minutos enlaza todo tipo de chistes hasta llegar al combate final
De Chaplin se cuentan multitud de leyendas, algunas difíciles de contrastar, como que quedó tercero en un concurso de imitadores de Charlot que ganó Charlie Rivel, otras absolutamente ciertas, como que su suplente y compañero de habitación en la compañía teatral con la que llegó a Estados Unidos, era Stan Laurel (el delgado del dúo El Gordo y El Flaco), o que su bigote a finales de los años treinta era más famoso que el de Adolf Hitler, o que Charlot es un nombre español: en Estados Unidos el personaje no tenía nombre. Por encima de mitos está su capacidad para el humor.
Y un buen ejemplo es Charlot boxeador, uno de sus trabajos de 1915, año en el que también realizó El vagabundo. Con un esquema clásico de historia (un tipo corriente tumba sin querer a un boxeador y le entrenan para combatir por el campeonato del mundo, entremedias quieren amañarle el combate y se enamora de la hija de su entrenador); con gente de su confianza a su alrededor, como Edna Purviance (la actriz fue su gran pareja artística) o el resto de reparto, colaboradores habituales; dirigida y escrita por él, la película funciona por su fastuoso ritmo: casi 30 minutos sin desperdicio, en los que se enlazan todo tipo de chistes hasta llegar al combate final. Con Charlot boxeador, Chaplin marca el camino a las comedias que posteriormente se centrarán en el cuadrilátero. Obsesivo en su trabajo, repite cuantas veces sea necesario todas las tomas hasta que la compleja coreografía de los personajes encaje como una maquinaria bien engrasada. Esta perfección diferenciará a los grandes cómicos (Keaton, Lloyd, Chaplin, los Marx) del resto, que sencillamente rodaban mamporros y carreras. Chaplin refina aún más lo aprendido en sus inicios con Sennett. En sus filmes con la productora Essanay -y éste es un ejemplo- ralentiza algunas acciones para que se encadenen armoniosamente con el resto. Desgraciadamente, este cuidado no lo tenían los exhibidores, y hoy no existe una copia definitiva de Charlot boxeador, porque según qué versiones, aparecen y desaparecen personajes y carteles explicativos, cambian los nombres... Eso sí, ninguno de estos cambios puede mancillar la magia de Chaplin.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.