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Reportaje:

El ojo que te ve

Olafur Eliason cierra en el escaparate de Vuitton la fusión arte-moda

Durante muchos años, el pintor Gustavo Torner, autor del acondicionamiento interior del Prado, fue el encargado del escaparatismo en Loewe. En las fechas de Navidad, su obra constituía un motivo más para arracimarse ante las vitrinas y contemplar el escenario de alta representación que había concebido el artista.

Este año Louis Vuitton en su establecimiento de Madrid -y en los 375 de todo el mundo- culmina el proceso de fusión escénica entre el diseñador y el artista, entre el estilo de la moda y la presente modalidad del arte. Olafur Eliasson, danés, de 39 años, con piezas en el MOMA o en el Guggenheim, creador del sol cegador que iluminó aparatosamente el vestíbulo de la Tate Modern en 2003, ha compuesto una versión de aquel ojo radiante titulada Eye see you que atrae la vista del cliente tanto como la ciega, que actúa como un resplandor y concluye acaso como un cepo dorado.

La unión de moda y artistas, de tiendas y arquitectos puebla la actualidad comercial, siendo el marketing la actividad más creativa de nuestro tiempo. Tadeo Ando ha construido la supertienda para Armani en Milán, Rem Koolhaas o Herzog y Meuron los fastuosos establecimientos de Prada en Nueva York y Tokio, respectivamente. Javier Mariscal es el responsable del interiorismo del hotel Domine en Bilbao, el arquitecto John Pawson firmó las tiendas de Calvin Klein en Seúl o Nueva York pero también el monasterio checo de Novy Dvur. No hará falta enumerar las nuevas bodegas de Moneo, de Ghery o de Calatrava en La Rioja y las innumerables contribuciones de artistas o dramaturgos, Bob Wilson entre ellos, al embellecimiento general de la existencia. Esta estetización general del mundo ha llegado incluso al interior de la Orden Tercera en Asís (Italia) que renovó su porte en 2002 siguiendo los patrones de Elisabetta Bianchetti, una suerte de Agatha Ruiz de la Prada en versión destroyer.

Si el ciudadano en el viejo capitalismo de producción era -sobre todo- un consumidor de productos ligados a una dimensión utilitaria y el ciudadano en el capitalismo de consumo fue -sobre todo- un consumidor de signos, el actual ciudadano del capitalismo de ficción es -sobre todo- un consumidor de formas. Ante esta demanda creciente, el artista se trasmuta en un productor más al lado de los demás obreros de la estética y se enlaza suavemente con ellos. Estampados de Armani de un lado y cuadros de Sicilia, ¿dónde termina en verdad el pañuelo y empieza el diseño del lienzo?

Baudelaire llamaba al arte "los domingos de la vida", pero hoy, como proclaman las tiendas, todos los días son prácticamente iguales, todos los horarios son posibles, 24 horas sobre 24, siete días a la semana. El arte, como deseaban las vanguardias, se halla por todas partes y ninguna. Si la totalidad se halla estetizada, desde los museos a los hospitales, desde el alumbrado eléctrico a los futbolistas, desde los autobuses a las cárceles o los sex shops, cómo separar fragmentos en la emoción continua.

El mundo de la arquitectura, el escaparatismo, la televisión, la publicidad o las webs han recubierto la existencia de una styling skin, una piel esencial porque la piel ha pasado de ser algún envoltorio circunstancial a una realidad llegada para quedarse.

La cosmética es su paradigma. Nunca antes alcanzó mayor valor la piel de los objetos y los cuerpos. Pitágoras empleó la palabra kosmos (mundo, orden) para referirse a nuestro mundo y deseando introducir aquí la perfección del orden astral que desde tiempos inmemoriales mostraba una absoluta armonía de retorno eterno. Este orden deseable se lograría a través de la política y tratando de reproducir el admirable modelo astral.

Igualmente, la cosmética, presente en tiempos de Pitágoras, se ocupaba de reordenar el rostro femenino para otorgarle la apariencia de un modelo ideal, el preferido por el hombre / patrón.

La cosmética buscaba y busca naturalizar la apariencia deseable a través del artificio tal como los objetos se diseñan intencionadamente para conquistar al consumidor, fomentar sus emociones, su deleite, su voluptuosidad, sus fantasías.

Nada hay ya inocente en el objeto. Somos atraídos por él gracias a su astucia afilada para la maniobra de atracción. Fotografiamos este o aquel objeto creyendo que los captamos cuando anticipadamente el objeto hizo de nuestro objetivo su presa.

Los enseres, los edificios, los bolsos, los aparatos, se comportan ante nosotros como la modelo que posa para la revista ilustrada. Su imagen se convierte en el punto de nuestra contemplación, pero es ella, al cabo, quien nos juzga y nos observa con la avezada profesionalización de su sesgo y su pupila.

El Eye see you (El ojo te ve) de Olafur Eliasson en Louis Vuitton culmina el circuito completo de la mirada que nace y se recicla en el objeto, que incide vivamente en él y regresa convertida en deseo puro.

Objeto y sujeto se reclaman en un cortejo reproducido hasta el infinito en el nuevo espacio especular que crea la completa estetización del mundo, el reino casi absoluto de la aesthesia y su imperial dominio de la "sensación".

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