Tras las huellas de Mahler
Austria y la República Checa recuperan la memoria del músico y director de orquesta en el 150º aniversario de su nacimiento
El inacabable y variado rosario conmemorativo del 150º aniversario del nacimiento de Gustav Mahler (Kaliste, actual República Checa, 1860 -Viena, 1911) arrancó a comienzos de este año pero se extenderá hasta mediados del 2011, cuando la efeméride a celebrar sea ya otra: el centenario de su muerte. Todo empezó en primavera, con la presentación en el Museo del Teatro de Viena de una exposición sobre la relación del músico con la escena. A ella se añadió una serie con todas sus sinfonías, dirigidas por Bertrand de Billy en la prestigiosa sala Musikverein y en el Konzerthau, mientras que en el Theater an der Wien se podía ver un ballet de Anne Terese de Keersmacker y Jerome Bel con música del compositor. En verano, y ya de forma más dispersa, la presencia de Mahler se percibe en varios rincones centroeuropeos que marcaron la vida de este transgresor de fronteras musicales.
En Viena, la obra de teatro 'Alma' repasa la vida de la esposa del compositor
En primavera se ha presentado en la capital austriaca una serie con todas las sinfonías de Mahler
Kaliste, la ciudad de Bohemia donde nació el genio, hoy territorio de la República Checa, ha festejado su nacimiento con un concierto al aire libre de lieder cantados por el barítono Thomas Hampson. En el Estado federado austriaco de Carintia tendrá lugar, del 9 al 18 de julio, el festival Mahler Contemporary, recordando uno de los lemas de Gustav Mahler: "la tradición es la transmisión del fuego y no la adoración de las cenizas". La idea es evocar la expresión del músico no sólo a través de sus composiciones clásicas, sino confrontándolo con el jazz y otras interpretaciones que van desde el cine a la danza contemporánea hasta instalaciones multimedia y simposios.
También se pueden ver exposiciones en la abadía de Viktring y en la cabaña en Maiernigg, donde el músico solía retirarse a componer. Otro de los lugares que frecuentaba Mahler era Toblach, localidad alpina del Alto Adigio o Tirol del Sur, hoy perteneciente a Italia. Toblach acogerá, del 10 de julio al 8 de agosto, las Semanas de Mahler con una gran variedad de conciertos y conferencias. Y Hamburgo, donde Mahler compuso su Segunda Sinfonía, le dedica al compositor austriaco un festival con su obra completa del 14 al 26 de julio.
En Viena se puede ver hasta el 25 de julio una reposición de la obra de teatro Alma, de Paulus Manker, sobre la apasionada trayectoria de la atractiva vienesa que fue esposa y musa del compositor y de otros genios de la época. Alma Mahler es interpretada simultáneamente por varias actrices, cada una en una edad diferente, y el público puede elegir a cual de ellas perseguir por los aposentos de una mansión. En otoño el Centro Schönberg de Viena convoca un un simposio sobre los grandes talentos que transformaron la música del siglo XX: Zemlinsky, Schönberg y naturalmente Mahler.
El judío que ganó con su música al olvido
La obsesión de Gustav Mahler por convertir cada concierto en una liturgia a la que se asiste en silencio, le procuró enemigos en los palcos del Teatro de la Ópera vienés. Para la sociedad austriaca ir al teatro era en la época más una excusa para ver a los conocidos y hablar, que para presenciar el concierto.
Mahler solía decir: "Soy tres veces extranjero: un bohemio entre austríacos; un austríaco entre alemanes, y un judío ante el mundo". Tuvo que soportar las críticas de una alta sociedad vienesa que nunca aceptó su pasado -cuando entró a dirigir la Filarmónica de Viena, una de las condiciones que le pusieron fue la de abrazar la fe católica, algo que para el músico fue "un cambio de vestido", según el testimonio de uno de sus conocidos-, y acabó dimitiendo en 1907 para emigrar a Nueva York. En Viena dejó la que fue considerada la mejor orquesta del mundo gracias a su firme dirección y a su estudio riguroso de las partituras para ajustarse lo más fielmente posible a las intenciones del autor.
Nunca olvidó Viena, y a pesar del dolor que le transmitía -en ella vio morir a todos sus hijos, lo que le inspiró para componer las Kindertotenlieder (Canciones a los niños muertos)- quiso acabar sus días en la capital austriaca. Ni siquiera Hitler, que quitó su nombre de la calle vienesa que le dedicaron para rotularla con el nombre de una ópera de Wagner, Los maestros cantores, consiguió enturbiar su memoria. Hitler, a pesar de que no fue contemporáneo de ninguno de los dos compositores, influyó en la imagen posterior de ambos músicos. Colmó de honores al compositor alemán y utilizó su obra como música propagandística de sus conquistas, mientras que hacía todo lo posible por relegar a Mahler -al que odiaba por ser judío- al olvido. Una paradoja, ya que fue el propio Mahler el que se olvidó del antisemitismo que se traduce de los textos de Wagner, para empaparse de su música. Su obra musical a partir de la Tercera Sinfonía está inspirada por el lirismo cromático de la wagneriana Tristán e Isolda.
El cine también se encargó de perpetuar su legado: es el adagietto de su Quinta Sinfonía la que protagoniza el final de Muerte en Venecia, de Lucchino Visconti. 150 años después de su nacimiento y casi un siglo después de su muerte, Mahler sigue siendo uno de los músicos más interpretados del mundo.
Babelia
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