El grado cero de la imaginación
Hace ahora justo un año, un producto made in USA, aunque financiado con dinero chino de Hong Kong e inspirado en personajes de tebeo, Las tortugas ninja, ponía súbitamente de moda a los simpáticos quelonios y, en una operación de mercadotecnia a gran escala, hacía de cuatro animalejos animados un verdadero boom del comercio masivo de todo tipo de chucherías y programas de televisión, por no mencionar ya el propio éxito de las criaturas en las pantallas de medio mundo. Y en un cine como el americano, éxito popular significa casi automáticamente secuela: de ahí que estemos ya ante la segunda parte, escatológicamente bautizada El secreto de los mocos verdes, gentileza de unos guionistas que, por lo menos en la versión doblada que se ve en Espafia, siguen usando a diestra y siniestra expresiones como "de puta madre" y socorridos gags a partir de eructos pestilentes, por ejemplo.
Tortugas Ninja II - El secreto de los mocos verdes
Director: Michael Pressman. Guión: Todd Langen, basado en los personajes creados por Kevin Eastman y Peter Laird. Fotografía: Shelly Johnson. Música: John Du Prez. Producción: Thomas Gray, Kim Dawson y David Chan para Golden Harverst, EE UU, 1991. Intérpretes: Paige Turco, David Warner, Kevin Clash. Estreno en Madrid: Arlequín, Carlos III, Colombia Multicines, Las Rozas Multicines, Madrid, Minicines Olympo, Multicines Pozuelo, Multicines Royal, Palafox, Multicines Parquesur, Vaguada, Cristal.
20 millones de dólares
Pero es una ley no escrita, aunque ampliamente cumplida, que secuelas es sinónimo de degradación temática, escuela para realizadores primerizos y /o devaluados, cementerio de viejos elefantes en paro. Lo que en este caso no significa, por otro lado, inversión menor: los 20 millones de dólares que costó esta segunda parte son más que los 15 de la primera y ya muy discreta -al menos desde el punto de vista de producción- película madre.Y como el éxito está asegurado a partir de los resortes usados en aquélla, pues adelante, y que no nos pase nada: otra vez el malo malísimo, que logró sobrevivir a su anunciada muerte en el final del primer filme -y que sobrevivirá al óbito no menos proclamado, que no visto, en esta segunda parte-; otra vez las pizzas, tan omnipresentes que se diría que el gremio de pizzeros ha invertido sus ahorrillos en la película; otra vez recursos de citación de otros filines, aunque en proporción tal vez algo menor -bromas a costa de Karate Kid, Robocop, Schwarzenegger; incluso un plano absurdo en el cual David Warner, quién lo diría, muestra a la cámara un vaso sólo para que se vea en él una calcomanía de Bart Simpson-; otra vez un argumento sorprendente por su escasa imaginación; otra vez, para acabar, un filme que no llega a los 80 minutos, lo cual, según se mire, es de agradecer.
Peor que el primer filme
Y una vez más, la sospecha de que para el cine americano actual hacer películas para niños significa, lisa y llanamente, producir para débiles mentales. Porque si ya la primera parte hacía gala de una insólita pobreza argumental y limitaba su gancho a los efectos generados por la violencia desplegada por los quelonios -una creación del difunto Jim Henson, a quien se dedica el filme-, esta segunda parte sólo sirve para hacer buena -y ya es decir- a su predecesora.A base de insuflar elementos cada vez más puerilmente de tebeo, entre los que destaca la aparición de dos monstruos sencillamente risibles, y de degradar cualquier otra posibilidad de lectura paralela -que en la primera parte se podía encontrar en una aviesa denuncia de lo japonés como invasor y ocupante del mercado americano-, se deja a niños y adultos ante la cruda, desnuda verdad de una película nacida sólo de la rapacidad devoradora de unos inversores cada vez más obsesionados por las recaudaciones fulminantes. Es decir, por producir chicle visual de ver y tirar. ¡Menudos espectadores saldrán de tamañas experiencias infantiles!
Babelia
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