La falsificación de la falsedad
La autenticidad, lo original, la confianza o la certidumbre, son meteoritos conceptuales propios de otro momento. Así, de la misma manera que el entendimiento del mundo y de sus leyes sufrió un vuelco a principios del siglo XX (Años de vértigo. Philipp Bloom) los pilares económicos y éticos del siglo XXI giran alrededor de otra órbita desplazada del eje en que se fundó el orden productivo anterior. Este postulado, que no trata de ser positivo ni negativo, tiene que ver con la diferente ponderación de lo bueno y de lo malo, de la prosperidad y la escasez, o, en definitiva, con el talante de un nuevo sistema general puesto que el precedente se encuentra hecho pedazos y Dios sabe hasta qué punto nos tritura.
La 'autentificación' de obras de arte puede sacar de la ruina a un sinfín de instituciones y empresas
Clave central de nuestra época es la exasperada demanda de verdad, efecto de su creciente escasez. Se trate de los reality shows o los wikileaks, el Youtube, la tele-basura o Facebook, la verdad se cotiza mucho en un tiempo caracterizado por la falsificación y la piratería globales.
En la posguerra española, cuando era tan raro beber café de verdad, los bares anunciaban en sus pizarras que allí se servía "café-café. O incluso "café-café-café", ante el escepticismo de la clientela que una y otra vez bebía infinitas versiones de malta o achicoria Todo el mundo conocía esta añagaza pero la ansiedad de café verdadero aceptaba piadosa su mentira.
Ahora las cosas no son tan ingenuas y la verdad, tan difícil de encontrar, ha convertido en gigantescos oráculos los informes de agencias como Moody's o S&P y casas de subasta como Sotheby's y Christie's. No es exactamente lo mismo que el truco del "café-café" pero las páginas de Un tiburón de doce millones de dólares (Don Thompson) o Siete días en el mundo del arte (Sarah Thornton) ofrecen sobrada información para hacerse cargo del tamaño del tomate.
Una noticia del periódico de ayer, referida al arte, realza el sí y el no de esta fluctuante época. Un retrato de Felipe IV almacenado durante 37 años en el Metropolitan Museum perteneciente al taller de Velázquez pero no atribuido a él, recibe ahora el marchamo de "auténtico".
La certificación de su verdad-verdad procede del conservador Keith Christiansen y del restaurador Michael Gallagher, dos afamadísimos expertos internacionales. Porque, desde luego, ¿cómo podrían poseer la facultad de crear tanto valor si no fueran superhéroes?
El Metropolitan que, como todos los museos occidentales, y especialmente si dependen de patrocinadores privados, sufre una grave disminución de recursos, ha recibido esta "autentificación" como un regalo de Pascuas. Y todavía le quedan un par de lienzos velazqueños más, aparte de otras incontables obras, susceptibles de una "recalificación" oportuna.
No hay que irse, además, muy lejos. De la misma manera que la recalificación de solares enriqueció a ayuntamientos y a promotores, la autentificación de obras de arte puede sacar de la ruina a un sinfín de instituciones y de empresas. Porque, a fin de cuentas ¿qué más da un valor si el arte nadie sabe lo que vale y no siempre vale igual? Efectivamente, se han anotado todos los detalles del delicado proceso que llevó a la "autentificación" pero uno llama especialmente la atención. Se trata de haber hallado, casualmente, un recibo firmado por Velázquez al entregar su obra.
Es decir: así como los rolex falsos se venden en los mercadillos de Bangkok no sólo con una fiel apariencia de verdad sino con su libro de garantía, sellado y firmado, museos en graves dificultades podrían ahorrarse el largo quehacer de falsear un cuadro a cambio de falsificar un sencillo albarán.
Este documento sintetiza, pues, la autenticidad-auténtica, tal como un informe de Moody's o Christie's crea o destruye valor. Será, necesario que estas casas de subastas, las agencias, los Bancos centrales, los especialistas, hayan alcanzado una alta credibilidad histórica a través de muchos años. Pero de años anteriores. No necesariamente de esta cosecha mendaz, estafadora y clave del siglo XXI.
Babelia
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