La excitación japonesa de Picasso
La obra 'sexual' del artista y su colección de estampas orientales, en paralelo
Que a Picasso le gustaba el sexo más que la miel al oso es cosa sabida. Toda su obra rezuma erotismo y así ha quedado claro en las diversas exposiciones sobre el tema que se han venido haciendo estos años. Lo que no era tan conocido es que atesoraba una excelente colección de estampas eróticas japonesas y que éstas, además, le influyeron en algunas de sus series de grabados. Pues, aunque no hay una estricta correspondencia formal, sí que pueden apreciarse curiosas coincidencias de composición en la manera de acoplarse de los amantes o en el interés por forzar la postura de manera que se aprecien los órganos genitales con pelos (nunca mejor dicho) y señales. Un poco a la manera de los shunga japoneses, una versión erótica de los ukiyo-e, de utilidad meridiana, en la que la delicadeza del dibujo no impide mostrar los coitos con todo detalle.
Por primera vez se exhiben grabados nipones de su colección privada
La coincidencia de composición de algunas imágenes resulta sorprendente
En este sentido, puede considerarse todo un acontecimiento la exposición que ayer se inauguró en el Museo Picasso de Barcelona. Por primera vez se exhiben 19 de los 61 grabados japoneses que atesoraba el propio Picasso, y que ahora guardan sus familiares. Además, el montaje aventura esta hipótesis de las coincidencias a partir de una exhaustiva investigación surgida, curiosamente, de una intuición.
Según explicó ayer el director del Museo Picasso, Josep Serra, todo comenzó con una visita a una exposición en el Barbican de Londres sobre arte y erotismo a la que el museo había dejado algunos grabados. "Aunque muy alejados entre sí, había también estampas eróticas japonesas y a la salida pensé que había algo familiar entre ellas y las de Picasso", comentaba ayer. "A la vuelta a Barcelona comenzamos a buscar y encontramos un pie de página en el catálogo de la exposición que habíamos presentado sobre la colección particular del artista en la que se decía que también había atesorado 61 grabados japoneses, la mayoría eróticos. Hablamos con los herederos, conseguimos que nos dejaran los grabados, que se exponen así por primera vez, y en la investigación que han realizado Malén Gual y Ricard Bru, los comisarios de la exposición, se han encontrando nuevas coincidencias de las que hasta ahora nada sabíamos".
Fue así como lo que tenía que ser una pequeña exposición de gabinete fue creciendo hasta acabar convirtiéndose en toda una delicatessen para amantes del artista y, también, del erotismo. "Para adelantarme a cualquier comentario pienso que el erotismo de los shunga es una lección de cómo se tiene que entender y vivir la sexualidad de manera sana y divertida", añadió Serra, que indicó que a la puerta de la muestra sólo habrá un letrero advirtiendo que incluye imágenes con sexo explícito.
Imágenes secretas, que así se titula la exposición, se organiza en dos grandes apartados. El primero se centra en el japonesismo que, un poco ya desfasado, vivió Picasso en su juventud. Había tenido mayor impacto en la generación anterior, pero aún así, aunque fuera indirectamente, no fue ajeno a este gusto por la línea estilizada y los colores planos que tanto fascinaron a los postimpresionistas. Con todo, en este apartado lo más curioso y también más potenciado tiene que ver con la influencia que tuvo entre los artistas europeos un famoso grabado de Katsushika Hokusai en el que una mujer tiene relaciones eróticas con un enorme pulpo. Buceadora y pulpo (1814) tuvo múltiples versiones de la mano de Rodin, Rops, Victor Hugo y, naturalmente, el mismo Picasso, del que se exhibe el dibujo Mujer y pulpo (1903), obra de la que, hasta ahora, sólo se conocía su reproducción en blanco y negro.
El segundo apartado se concentra en la colección de estampas de Picasso, por otra parte de gran calidad, que se contraponen a sus propios grabados, especialmente a la serie Rafael y La Fornarina, de 1968. Aquí es donde las coincidencias compositivas parecen más bien influencia.
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