"Me costó aprender que el arte mejora a la gente"
El ex ministro Carlos Solchaga fue el encargado de presentar a Renzo Piano en el congreso Arquitectura: más por menos, que se celebra hasta mañana en el Baluarte de Pamplona. Le puso dos peros a la carrera del Pritzker italiano: sus obras en Berlín (en la Postdamer Platz) y Lyon, "tal vez desafíos demasiado grandes, pero Renzo sigue trabajando". El autor del Pompidou, fiel a su fama de proyectista elegante, no le puso ningún pero al político.
Pregunta. Este congreso quiere ofrecer más por menos. ¿Por qué no lo hicieron antes?
Respuesta. Es oportuno ahora, pero debería darse por hecho. Es una necesidad y una obligación. La buena arquitectura siempre da mucho. Va en el estómago de algunos arquitectos. Pero hoy es un grito de alarma: la Tierra no puede continuar así.
El congreso Arquitectura: más por menos se celebra en Pamplona
"Los arquitectos debemos ser constructores, sociólogos y poetas"
P. Muchos de los arquitectos del congreso han formado parte de ese mundo creador de una arquitectura espectacular. ¿Cómo van a liderar lo contrario?
R. Uno aprende al hacer. Debo ser honesto: cuando construimos el Pompidou sabíamos mucho de revueltas estudiantiles, pero no habíamos construido ningún edificio que hubiera durado más de seis meses. Mi única idea era aligerar la arquitectura, restar. Pero que tuviera 33 años cuando firmé el Pompidou no quiere decir que fuera insensible. No creo que Jacques Herzog, por ejemplo, sea un cínico. Yo soy genovés. Y el lema de mi ciudad es que allí todo se reutiliza. Nada se tira.
P. Los museos han sido protagonistas del espectáculo arquitectónico de la última década. Y buena parte de su obra son museos.
R. Estoy convencido de que un buen edificio es como un fertilizante para la ciudad: la mejora. Y un museo parte de esa premisa que a mí me costó aprender: que el arte mejora a la gente.
P. ¿Cómo nos mejora?
R. Permite entrar en un mundo de pocas certezas.
P. La arquitectura más espectacular parece tener pocas dudas.
R. Muchos edificios olvidan su papel social, y eso es traicionar parte de la complejidad de la arquitectura. Pero no quisiera ser moralista. La diferencia no está entre el arte y la arquitectura y los artistas y los arquitectos. La diferencia está entre lo bueno y lo malo. No hay más.
P. Es de los pocos arquitectos globales que no construye en China. ¿Motivos éticos?
R. No he construido en muchos otros sitios. China es un gran país. He tenido ofertas para construir, pero me gusta llegar hasta el final. No soy tan bueno como para vender el diseño de un edificio y luego desentenderme de su construcción.
P. Otros arquitectos lo hacen.
R. Fui muy amigo de Aldo Rossi. Él me repetía que no debía preocuparme por la construcción, que era algo banal. Él creía en las ideas y en el simbolismo, yo soy hijo de constructor y siempre he creído en la construcción.
P. En su trayectoria conviven la experimentación del Museo Klee o el Pompidou con el encaje urbano de Postdamer o del edificio del New York Times en Manhattan. ¿La arquitectura necesita esos dos lados?
R. La arquitectura es a la vez el arte de hacer edificios sólidos y permanentes para la gente y el arte de soñar con mejores ciudades. Las ciudades y los edificios deben entender a la gente, si no son fallidos. Pero hay más. Yo aprendí tarde que el objetivo de la arquitectura es el arte.
P. ¿Cómo lo aprendió?
R. La belleza me intimida y la rechazaba. Me parecía una concesión, algo formal, elitista. Y era por una cuestión de educación, claro. Cuando de niño iba a las obras con mi padre me parecía que la arquitectura era construcción. Así de simple y sin dudar. Luego, cuando estudié, pensé que era política, un arte social. De nuevo, lo creí sin dudar. Hoy dudo de todo, pero creo que la parte artística es fundamental porque el arte mejora al ser humano. Un lugar pensado para la gente hace mejor a la gente. Eso obliga a que los arquitectos nos desdoblemos. Debemos ser constructores, sociólogos y poetas.
P. ¿Consiguen ser poetas?
R. Sin sensibilidad y sin poesía no hay arquitectura. Hoy hay estudiantes de 18 años que ya creen saber lo que es la arquitectura. Eso da miedo.
P. Los jóvenes no quieren más espectáculo. Vuelven a querer salvar al mundo.
R. Eso es exactamente lo que debes desear con 18 años. El arte de hacer edificios como esculturas está desapareciendo. Pero volverá. La arquitectura es una línea recta y la moda es una mala hierba.
Diálogo de 'pritzkers'
Reunión de premios Pritzker en Pamplona. Y de jurados del Pritzker. Alejandro Aravena y Carlos Jiménez acompañaron ayer a Jacques Herzog, Renzo Piano y Glenn Murcutt en el congreso organizado por la Fundación Arquitectura y Sociedad que preside Carlos Solchaga. En el diálogo de pritzkers ganó el australiano Murcutt. "¿Cuánta gente trabaja para ti, Jacques?", "400". "¿Renzo?", "140". "Yo estoy solo. Y vengo a decirles a los jóvenes que se puede ser arquitecto de otra manera. Hace 40 años me vaticinaron que no sobreviviría sin crecer. Hoy puedo decirles que hay futuro más allá de los grandes proyectos".
Entre discusiones sobre si es más importante la belleza o la sostenibilidad, algunos de los reunidos hasta el viernes tienen mucho que decir. Nadie habla tanto de números como el chileno Aravena, el pariente pobre del grupo y uno de los más brillantes. Su estudio, Elemental, recibió el encargo de reconstruir la ciudad de Constitución. En un día llevaron el agua rodando, en neumáticos. En una semana levantaron viviendas de emergencia de construcción incremental. En 90 días han redibujado la ciudad a prueba de tsunamis: se acabó la costa para el sol. Plantando un bosque capaz de disipar la energía de un maremoto y sembrando el sotobosque de suelos rugosos, la ciudad está todo lo preparada que se puede estar frente a un tsunami.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.