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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Columna
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La belleza del caos

El Premio Turner de pintura, el más "sensacionalista" de todo el mundo, se fallará en Londres el próximo 6 de diciembre. Son cuatro los finalistas y entre ellos se encuentra, por primera vez, una española, Ángela de la Cruz (La Coruña, 1965), con residencia en Reino Unido, como exigen las bases, y, en su caso, sin galería que la represente. El premio está dotado con 47.000 euros: 29.400 para el ganador y el resto para repartir entre los tres finalistas.

Son finalistas en esta 26ª edición, además de Ángela de la Cruz, la escocesa Susan Philipsz, el dúo londinense Otolith Group y el inglés Dexter Dalwood (Bristol, 1960). Todos deben ser menores de 50 años y, en consecuencia, Dalwood ha concurrido por los pelos. Pero no solo, desde luego, por su relativa pelambrera sino porque de los cuatro, en mi opinión, viene a ser el más atractivo de todos ellos y la supergalería Gagosian está conmigo.

Dexter Dalwood compone cuadros a partir de 'collages' de revistas ilustradas y libros de arte

Dándose alguna prisa, todavía puede visitarse su obra en el CAC (Centro de Arte Contemporáneo) de Málaga donde se hallan expuestas, hasta el 28 de noviembre, 44 piezas de la última década.

¿Y por qué me parece el finalista más interesante? En primer lugar porque pinta y elude los apoyos técnicos usualmente justificados mediante una charlatanería que vale lo mismo para cualquier otro discurso de marketing viral.

Ciertamente, los artistas plásticos suelen quedarse mudos ante la exposición de su poética, pero puede decirse que gracias a Dios. El pintor que se enreda con peroratas sobre el sentido de su trabajo es casi seguro que aburra al receptor, emborrone su obra y, queriendo hacerla importante, la menoscabe. Guardar silencio y ceder la palabra a los críticos es una conducta tan cabal como caudal y tan prudente como productiva. Sin negar sus riesgos.

A Dexter Dalwood, que abandonó la música hace mucho y ya le han ametrallado a entrevistas, apenas se le saca nada interesante que publicar. Compone los cuadros a partir de collages obtenidos de revistas ilustradas y libros de arte, mezcla fotografías de lugares míticos con sedes de asesinatos, paisajes montañosos con la Torre Eiffel. El collage es el punto que emplea como una muestra para trasladarla después al lienzo.

Pero, entonces, ¿un pintor que pinta? Cierto, pinta y pinta al óleo por extraño que resulte hoy, pero, encima, es finalista del hasta ahora enloquecido Turner Prize.

Sería una relativa osadía afirmar que las obras de Dalwood recuerdan a las de Abraham Lacalle (Almería, 1962) o a las de Navarro Baldeweg (Santander, 1939) quien, significativamente, tituló su última muestra en la Malborough (16 septiembre-16 octubre. 2010) Pintar, pintar. Pero, además, hay un factor especialmente importante que hace de Dexter Dalwood el indicio, más que firme, de un punto de inflexión. O eso desearía creer.

Se trata de que sus pinturas recuperan el collage no ya de un modo conmemorativo sino periodístico. Collages urdidos no como artefactos para jugar sino como ingenios para informar. Puesto que nada sería más propio de esta época que utilizar la mixtura, el desorden y el cut-up. O bien, nada es hoy más nutritivo que tragarse el caos.

Engullirlo, además, sin asco ni una mala digestión. Precisamente, William Burroughs (Saint Louis, 1914-1997), ilustre precursor de tantas cosas, fue maestro del cut-up en escritos tan expresivos como El almuerzo desnudo, cuyo alimento a la literatura le sentó tan bien.

Ahora todos, bloguistas y novelistas, ensayistas y poetas, pintores y realizadores son contemporáneos en tanto se expresan a través del cut-up. No hay mejor modo para recrear esta coyuntura descoyuntada que por la fractura, el fragmento o el collage. Es decir, recurriendo a los muchos artilugios del corte y pega estético, político, lingüístico, amoroso o intelectual.

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