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Reportaje:El sueño americano pierde a su voz crítica

El adiós del gran agitador

Norman Mailer, uno de los más virulentos analistas de la realidad política, social y cultural de Estados Unidos, fallece a los 84 años en Nueva York

La voz que mejor encarnó la provocación, la confrontación intelectual y la experimentación literaria y vital del siglo XX se apagó ayer en Manhattan. Norman Mailer, novelista genial y prolífico, ensayista certero, agitador social, periodista, cineasta y apasionado visionario, falleció ayer en Nueva York a los 84 años. Llevaba un mes hospitalizado por problemas pulmonares, pero la causa de su muerte fue una insuficiencia renal.

Norman Mailer dedicó toda su vida a perseguir la novela definitiva y esa búsqueda le llevó a escribir casi 40 obras entre ficción, ensayo, biografías, poesía y teatro, además de cientos de artículos. Su talento fue reconocido con casi todos los galardones literarios, incluidos dos Pulitzer por El ejército de la noche y La canción del verdugo, aunque nunca consiguió el ansiado Nobel.

Dedicó toda su vida a perseguir la novela definitiva y escribió 40 obras
Su voz sirvió de azote contra los excesos del Gobierno de EE UU
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Alabado y vilipendiado por igual, su nombre no puede separarse de las confrontaciones políticas estadounidenses de las últimas seis décadas, en las que su voz sirvió de azote contra los excesos del Gobierno en la era McCarthy y de conciencia colectiva durante la guerra de Vietnam, pero también de agitador ante movimientos como el feminista. Su brillante pluma va unida al nacimiento del llamado nuevo periodismo, la corriente que a finales de los sesenta aplicó el ardor narrativo de la novela al relato de no ficción, transformando el panorama literario estadounidense. Antes, en 1955, había sido cofundador de The Village Voice, el diario alternativo semanal que aún hoy sirve de guía del ocio en Nueva York y de foro de reflexión y crítica para la política local y nacional.

Nacido en Long Branch (Nueva Jersey) en 1923 pero criado en el barrio de Brooklyn, su madre le consideraba un niño "perfecto", un adjetivo que contribuyó a hinchar el ego desmedido del que siempre se acusó al combativo autor. Tras descubrir su pasión por la literatura siendo estudiante de ingeniería aeronáutica en Harvard, estalló la II Guerra Mundial. Sirvió en Filipinas como cocinero y apenas tuvo experiencias en el frente enemigo. Patrulló una sola vez sobre un atolón japonés, pero fue suficiente para desatar su imaginación literaria.

De sus experiencias nacería su primera novela, Los desnudos y los muertos, que en 1948 le catapultó al estrellato comercial y crítico. "Una parte de mí pensaba que posiblemente fuera el mejor libro que se había escrito desde Guerra y paz. La otra parte pensaba: 'No tengo ni idea de literatura, soy, virtualmente un impostor", confesaría años más tarde. Aquella novela sobre la guerra le situó, con apenas 25 años, en el centro de la conciencia cultural estadounidense, un lugar que se convertiría en su hábitat natural y que exploró desde todos los ángulos posibles. Con Estados Unidos como tema central de su obra, Mailer tocó la política, el poder, la moral, la religión, el arte y el sexo, convirtiéndose así en uno de los grandes cronistas del siglo XX. Sus enfrentamientos con otros escritores, como Truman Capote o Gore Vidal, son legendarios.

Su vida privada siempre atrajo tanta o más atención que su prosa. Bebedor incombustible y abierto a la experimentación con las drogas, siempre estaba dispuesto a usar los puños. Enamorado del boxeo, lo practicó dentro y fuera del ring, metiéndose a menudo en broncas callejeras. Pero su acto más violento fue el apuñalamiento casi mortal de su segunda esposa, Adele Morales, a quien clavó una navaja durante la celebración de su presentación oficial como candidato a alcalde de Nueva York en 1960. Mailer estaba muy borracho. Ella no presentó denuncia.

No fue un buen arranque para su carrera política, que se saldó con su fracaso en las urnas un año después. Intelectualmente atacó con vehemencia las teorías feministas, pero su gran debilidad fueron las mujeres, incluidas las ajenas, como confesó en la cadena de televisión PBS después de casarse seis veces: "Esperé durante meses que Arthur Miller me invitara a cenar, pero nunca lo hizo y nunca le perdonaré. Quería conocer a Marilyn Monroe para podérsela robar. Robársela a su marido. Un criminal nunca te perdonaría por evitar que cometieras el crimen que realmente anida en su corazón".

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