Pequeños equívocos
Bien lo sabe el sufrido espectador: hay muchas formas de debutar en cine. Van desde aquella que proclama impúdicamente el derecho al desgarro en una apuesta que si las fuerzas, los dineros y el talento van menguados, acaba en el más completo de los ridículos, hasta la otra más rara del encargo del productor, con guión cerrado y elenco decidido, en la cual el director novel con vocación encontrará el primer camino para revelarse.Rosa Vergés, barcelonesa, de 35 años, ha optado con sapiencia por dejar de lado ambas opciones. O, a decir verdad, ha tenido la fortuna y el talento de buscarse una productora como Rosa Romero, que sintoniza en su misma frecuencia, para poner en pie un producto a medio camino entre los dos extremos: una película con ambiciones de gran público, pero sin renunciar en ningún momento al discurso personal. Y el resultado, por fin, está a la altura de las promesas.
Boom, boom
Directora: Rosa Vergés. Guión: Jordi Beltran y R. Vergés. Producción España-Bélgica, 1990. Intérpretes: Viktor Lazlo, Sergi Mateu, Fernando Guillén Cuervo, Pepa López, Bernadette Lafont. Estreno en Madrid: cines Azul, Vaguada, Proyecciones y Parquesur.
Comedia inteligente
Boom, boom, onomatopeya del corazón desbocado, de lo que sucede cuando el amor llega así, de esa manera, es una comedia de enredos eficaz e inteligente, que apela al calderoniano uso del equívoco como metáfora del funcionamiento del mundo. Cuatro personajes, dos hombres y dos mujeres, se encuentran y desencuentran en una ciudad, en este caso Barcelona -que podría ser cualquier otra-. Odian desaforadamente, viven con desesperación su desengaño amoroso, afirman rotundamente el desprecio que les provoca el sexo contrario, pero en el fondo ansían con no menos rotundidad caer irremisiblemente en brazos de otro/otra.Se debaten inútilmente entre falsas expectativas, citas fallidas yambigüedades de diverso calibre, pero en todo momento son lo que son: criaturas en manos de sus hacedores. Vergés y su coguionista, Jordi Beltran, orquestan cada uno de sus movimientos como en un ballet mecánico.
Conscientes de que sólo es posible mantener el interés por la vía de hacer partícipe del juego al espectador, cuidan la construcción de los diálogos -soberbios, medidos- sin por ello desdeñar la alusión más o menos cómplice: Tristán / Isolda y los filtros amorosos; Cenicienta y su zapatito / guante; la construcción visual del encuadre sobre la base de la inclusión de planos reveladoramente cortos, feliz herencia de la comedia clásica, con Lubitsch al frente.
Vergés, con un desparpajo que bordea la insolencia , ha ideado una puesta en escena siempre funciona¡, en la que el dominio de la elipsis y el uso imaginativo del raccord entre planos se unen a una espléndida fotografía de Josep Maria Civit, a una banda sonora que da siempre el contrapunto irónico y a una dirección de actores funcional y de gran aplomo.
Aunque todos están muy en su lugar, especialmente Gonyalons y Guillén Cuervo, hay que llamar la atención sobre esa robaplanos genial que ha resultado ser Pepa López, el descubrimiento más sorprendente de una película que, como las cajas chinas, ha revelado paso a paso la existencia de varias esperanzadoras promesas. Sólo resta esperar que tengan la continuidad que merecen.
Babelia
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