"El Tea Party, un invento de una clase media acomodada, no durará"
Es sábado por la mañana y apenas hay movimiento de gente en la Séptima Avenida de Brooklyn, en cuyas inmediaciones se encuentra la casa de piedra ocre donde vive Paul Auster. Desde lo alto de la breve escalinata que da a la puerta de entrada, se distinguen los distintos espacios de la primera planta, hasta llegar al jardín, del que llega la luz sucia y desvaída que flota sobre toda la ciudad. Al otro lado de la doble puerta de cristal se recorta la silueta del escritor, inclinado sobre un objeto que estudia con singular intensidad. Tarda unos segundos en reaccionar cuando oye el timbre. "Acabo de recibir una verdadera maravilla", dice, mostrándome una elegante caja que contiene las obras completas de Samuel Beckett, editadas por él. Los lomos de los libros yuxtapuestos reproducen el rostro enérgicamente cincelado del autor irlandés, uno de los ídolos de Paul Auster desde sus años adolescentes. "Recién salidas de la imprenta. Me las ha traído un mensajero no hace ni cinco minutos". Está vestido de cualquier manera, sin afeitar y con el pelo desaliñado. Encima de la mesa del salón se acumulan libros, papeles y una correspondencia ordenada con extraordinaria meticulosidad. Su mujer, Siri, se acerca un momento a saludar. "Es un poco temprano para él dice. No se siente muy bien".
"Sigo sin entender por qué escandalizó una relación sexual con una chica de 17"
"Susan Sontag, la gran intelectual norteamericana, se casó a esa edad"
"Muchos de mis personajes son seres que lo han perdido todo"
"El republicanismo se ha desplazado sin disimulo hacia la extrema derecha"
El escritor tiene la voz tomada y los ojos enrojecidos y vidriosos. Respira con cierta fatiga. El viernes se vio obligado a cancelar su viaje a España, donde iba a presentar su última novela, Sunset Park, la número 16 en su historial. A pesar de encontrarse enfermo accedió a esta entrevista. "Tendría que haber salido de viaje hoy [por ayer], pero no he podido. La que sí se va a Madrid el lunes es mi hija Sophie. La han invitado a una fiesta". La primera pregunta es sobre su territorio sagrado, Brooklyn, al que regresa con particular emoción en esta novela.
"El de Sunset Park es un Brooklyn muy distinto. Es un barrio que no tiene nada de chic, no hay gente de dinero ni turistas. Allí está el cementerio de Greenwood, un lugar fascinante. Su extensión es más de la mitad que Central Park, y es muy anterior a él. Se trazó en 1838. En aquella época la gente venía de excursión desde Manhattan, porque era el parque más bonito de todo Nueva York, un remanso de la naturaleza en medio del espacio urbano. Al principio el cementerio ocupaba apenas un rincón, pero creció desaforadamente hasta convertirse en una verdadera ciudad de los muertos, con más de 600.000 tumbas. Luego está el puerto abandonado, desde el que hay una vista espectacular de Manhattan, y todo un paisaje espectral de fábricas, almacenes y naves industriales. Paseando por allí me tropecé con una casa de madera abandonada que tenía las ventanas y las puertas selladas. Y de esa imagen de desolación surgió la novela. Veía que expulsaban a un hombre que se quedaba sin saber adonde ir".
En Sunset Park hay un hospital para objetos rotos, un personaje que repara máquinas de escribir y teléfonos de disco, además del que colecciona fotos de lugares desaparecidos. El despojamiento es uno de los ejes que mueven el engranaje de la narración. Menos representativa de los juegos metaliterarios que caracterizan a muchas de sus novelas, Sunset Park es una historia organizada alrededor de los distintos personajes que convergen en la casa abandonada, punto de encuentro de todas sus historias pasadas. Hay múltiples relaciones emocionales, pero entre todas ellas, una se quedó particularmente trabada entre los críticos que reseñaron el libro en EE UU. Paul Auster manifiesta su extrañeza al respecto:
"Sigo sin entender por qué les escandalizó que el protagonista, Miles, tuviera una relación sexual con una chica de 17 años. En las entrevistas que concedí cuando salió el libro en inglés, me preguntaban de manera obsesiva sobre ello. Mi personaje es una hispana, Pilar Sánchez, sumamente inteligente y sensible, y mucho más madura que el protagonista masculino. No entiendo bien la reacción que ha despertado el tratamiento narrativo de esa historia de amor. Susan Sontag, la gran intelectual norteamericana, tenía 17 años cuando se casó con Philip Rieff. A los 19 años tuvo un hijo. A mí me parece que a los 17 años una mujer puede ser una persona perfectamente madura y formada. La historia está llena de casos de mujeres que a los 17 eran madres y esposas. Me parece algo perfectamente normal y natural. No entiendo que nadie se escandalice o se fije en una cosa así".
El abandono de los juegos metaliterarios ha hecho decir a algunos críticos que Paul Auster parecía más interesado en profundizar en los sentimientos que en prestar atención a virtuosismos estilísticos. El autor no está de acuerdo: "No tiene nada que ver. Las estructuras complejas no están reñidas con la emoción. Lo que sí es nuevo en esta novela, que en efecto es más lineal, es que está narrada en el tiempo presente de manera continua, y eso es porque apenas hay distancia entre los hechos de la novela y la realidad norteamericana. La novela tiene lugar en el momento en que estalla la crisis inmobiliaria que ha afectado a toda la sociedad, por eso muchos de mis personajes son seres que lo han perdido todo, materialmente, y también han tenido pérdidas emocionales".
La alusión a las circunstancias políticas me hace preguntarle por un artículo que escribió cuando George W. Bush fue reelegido. En él, Auster argumentaba que Nueva York no lo había votado, y reclamaba el derecho a declararla ciudad-estado independiente. ¿Cómo ve el presente?
"Estamos viviendo una época muy oscura. Ha habido una radicalización del republicanismo, desplazado hacia la extrema derecha sin disimulo. En ello hay maniobras que no tienen nada de democrático. El Senado no obedece a una distribución que refleje la realidad demográfica. No puede ser que un estado como Wisconsin, con medio millón de habitantes, tenga el mismo número de senadores que California, que tiene 35 millones. Y California es liberal. Votó por Obama. No obstante, quiero creer que estamos atravesando un bache. Mi impresión es que el Tea Party, un invento de una clase media acomodada, no durará. Creo que Obama volverá a ser reelegido.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.