Solomon Burke, un gigante de la música 'soul'
Se ha ido un auténtico gigante de la música popular. Socarrón y exquisito, vocalista mayúsculo, ha sido uno de artistas más grandes de la música norteamericana
Se ha ido un auténtico gigante de la música popular. Socarrón y exquisito, Solomon Burke ha sido uno de artistas más grandes de la música norteamericana de todos los tiempos, vocalista mayúsculo, verdadero pionero de los ritmos negros y fiel representante de la edad dorada del soul con sus interpretaciones estilosas, apasionadas y vitalistas, la mayoría obras imperecederas para despertar emociones incontroladas. Pese a un cancionero de leyenda, este predicador de su propia iglesia ha sido uno de los músicos más olvidados de la historia, falto del reconocimiento que tuvieron otros coetáneos como Sam Cooke, Otis Redding, James Brown o Wilson Pickett, y al que solo en la última década se le volvió a situar al nivel de maestría que le correspondía, gracias a los tributos de gente del calibre de Bob Dylan, Van Morrison, Tom Waits, Elvis Costello, Brian Wilson o Nick Lowe.
Nacido en Filadelfia en 1940 (aunque algunas biografías apuntan que nació cuatro años antes), Burke era el pequeño de siete hermanos y el único que no conoció a su padre biológico, al que sustituyó un desplumador de pollos que trabajaba en un mercado judío. Sin embargo, fue su abuela Elanor quien se hizo verdadero cargo de su nieto y guió su existencia con enseñanzas y profecías pertenecientes de la United House of Prayer For All People, una organización evangélica fundada a principios del siglo XX. Elanor y su marido terminaron fundando su propia congregación y pusieron a su nieto como sacerdote. Estaba predestinado a ser un líder espiritual. A la edad de siete años, Burke ofrecía sermones en la iglesia y era conocido por todos como the wonder boy preacher (el maravilloso niño predicador). Poco después, dirigió el coro de gospel y con 12 años tenía un programa musical de radio que llamaba el Templo de Solomon, donde presentaba canciones espirituales y tradicionales.
Tras la muerte de su abuela en 1954, Burke quedó destrozado y, bañado en lágrimas, tocó en directo en un programa local para rendir tributo a su mentora. Bess Berman, un hábil cazatalentos, quedó prendado de la profundidad vocal del muchacho y lo fichó para Apollo Records, cuna de los ritmos vertebrados a partir del R&B. Allí, el joven predicador consiguió sus primeros éxitos como Christmas Presents From Heaven, una canción que había escrito para su abuela justo antes de morir, y You Can Run But You Can't Hide, que le obligó a compartir ganancias y marcharse de gira con el boxeador Joe Louis, quien había registrado la frase que daba al título al tema ("Puedes correr pero no puedes esconderte").
Durante unos años, tras cambiar de discográfica y fracasar, Burke vivió verdaderas penurias. Sin ingresos, vagabundeó por las calles y durmió en coches abandonados, pero en 1959 se le abrieron las puertas del cielo. Atlantic Records, el sello de Ahmet Ertegun y Jerry Wexler, se cruzó en su camino. Atlantic se había quedado huérfana de vocalistas tras la salida de sus dos grandes estrellas, Ray Charles y Bobby Darin. Después de una prueba en las oficinas de la calle 56 de Nueva York, Burke fichó por la más grande e influyente compañía de música independiente del siglo XX. En Atlantic, el cantante definió por completo su estilo y se adentró de lleno en la música secular, haciendo la transición del gospel al soul con un registro magnífico. En 1961, triunfó en las listas de R&B y cruzó hasta las de pop blancas con Just Out Of Reach (Of My Two Open Arms). Con un patrón cercano al country & western, repleta de intensidad, esta canción y la deliciosa Cry to me obligaron a Ray Charles a tomar nota y se apresuró a sacar su trascendental y exitoso Modern Sounds In Country And Western Music con ABC/Paramount. Pero, Burke, el niño predicador, había creado el estilo. Con su virtud de recitador, hizo de puente entre el gospel ortodoxo y el soul más excitante, concediendo a la música negra cierta condición socarrona y una gracia maravillosa para saltar de géneros, con licencias rock como ese clímax genial de "cracka, cracka, cracka" en Cry To Me o los brillantes berreos espirituales de Everybody Needs Somebody To Love. Al otro lado del Atlántico causó furor y los Rolling Stones versionaron sus canciones mientras su influencia vocal se dejaba ver a todas luces en Mick Jagger.
Desde entonces se le conoció como el Rey del Rock'n'Soul. Partiendo de su vozarrón y con un estilo genuino, Burke se hizo una referencia vital de la música negra en los sesenta. Inspirado por Nina Simone y tras conocer en persona a Martin Luther King, sacó el álbum I Have A Dream, puso en marcha el supergrupo de conciencia de raza Soul Clan, junto con Wilson Pickett, Don Covay, Ben E. King, Otis Redding y Joe Tex, y grabó en el mítico sello Chess con Jerry Swamp Dogg. Sin embargo, con la explosión del funk y sus variantes de discoteca, la cara de la música de raíces negras cambió por completo y esos tiempos ya no le correspondían. A finales de los setenta, Burke se refugió en su amplia familia y en sus funciones de sacerdote al tiempo que se movía por los pequeños circuitos del blues. Y, a partir de ahí, se convirtió en el gran olvidado. Un hecho lo ilustraba todo: en la película Granujas a todo ritmo (The Blues Brothers, de John Landis), en la que se homenajeaba a los grandes del R&B como Aretha Franklin, James Brown, Ray Charles o Cab Calloway, se le dejó en el ostracismo (ni siquiera aparece en los créditos) a pesar de ser el autor del tema principal, Everybody Needs Somebody To Love. Los productores pensaban que el Rey del Rock'n'Soul estaba muerto.
Burke hubiese acabado como un fantasma de los años dorados si no hubiese reaparecido en 2002, de la mano del gran Joe Henry, con el magistral Don't Give Up On Me, álbum cargado de composiciones prestadas, a modo de homenaje, por Bob Dylan, Van Morrison o Tom Waits, entre otros. Crítica y público se rindieron ante este predicador de más de 200 kilos de peso. Había resucitado con el esplendor de los viejos tiempos. Empezó a girar por Europa y en España se hicieron familiares sus entrevistas y visitas. Sus conciertos eran un espectáculo sin igual, pura celebración del ritmo. Sentado en su trono y con media familia en la banda, Burke recitaba con gracia mientras regalaba rosas rojas versionando a Sam Cooke o se dejaba besar la calva por sus seguidores y mandaba bailar a todo el público con su Everybody Needs Somebody To Love. Estaba más vivo que nunca con discos más que notables como Make Do with What You Got, Nashville y Like A Fire. Este mismo año había publicado Nothing's Impossible, otra muestra más de su ejemplar estilo.
Solomon Burke deja una una prole de 21 hijos, 69 nietos y 20 bisnietos. También una iglesia erigida en torno a su enorme figura. Pero, sobre todo, Solomon Burke deja un vacío irremplazable en el corazón de miles de fieles a la mejor música negra de todos los tiempos. Su cancionero está en la cumbre junto al de los grandes maestros. Su vozarrón guardaba el secreto del mejor arte: la capacidad de transformar a las personas, de llegar a lo más profundo del ser humano y hacerle sentir que se encontraba viviendo un momento único, mágico, y absolutamente real.
Babelia
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