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Reportaje:

Saramago, memoria en lava volcánica

La Fundación César Manrique evoca en una muestra la vida y la obra del escritor

Juan Cruz

Cuando se enfrentó al enorme panel de todos sus libros traducidos, en la exposición que le dedica la Fundación César Manrique, José Saramago dijo: "Es el mejor cuadro que yo podría presentar en una exposición sobre mi vida". Parece un cuadro, y es un cuadro; está hecho de un esfuerzo que le sorprendió al propio autor, cuando vio toda junta su vida y su obra: "Cuánto he trabajado. Y, además, sin saber para qué lo estaba haciendo".

La exposición está llena de inéditos: poemas, dibujos, novelas, teatro...
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"Y yo sin darme cuenta..."

Allí está, en la Sala José Saramago de la Fundación César Manrique de Lanzarote, la producción literaria de este hijo y nieto de campesinos que en 1998 ganó el Premio Nobel de Literatura y que el pasado 16 de noviembre celebró sus 85 años. Es sólo una parte de una inmensa exposición que ha preparado, con Pilar del Río, la mujer del escritor, Fernando Gómez Aguilera, director de la Fundación.

La exposición "ha roto las costuras" de lo que es una muestra sobre un escritor, dijo de ella el diseñador Alberto Corazón, y eso se ve desde que uno la pisa: más que una exposición, Fernando Gómez Aguilera y sus colaboradores han hecho un edificio, el edificio Saramago. Aparte de los inéditos que Pilar del Río puso a disposición de la muestra, y que estaban guardados en arcones que el propio Saramago había olvidado, la exposición contiene acciones audiovisuales, intervenciones artísticas ajenas, correspondencia privadísima, agendas personales del autor, películas, imágenes de hace cien años, de los orígenes humildísimos del autor de Levantado del suelo, confesiones de éste..., hasta el día en que la historia de los Nobel lo hizo bailar con su mujer ante los reyes de Suecia.

"¡Ponerse a organizar 60 años de escritura!": a Saramago le sorprendió la exposición "mucho más que mi vida": "De mi vida sabía, la he vivido yo, pero yo no hubiera sabido organizarla retrospectivamente". No hizo memorias, "y nunca las haré", asegura, pero ahí se ha encontrado con trozos "emocionantísimos" de su vida, como las fotos de sus abuelos, y los artículos que él escribió sobre ellos.

Las imágenes de cine que se rescatan aquí muestran Azinhaga, donde nació Saramago, donde vivió su infancia, como un trasunto de lo que luego sería, en otro lugar de Portugal, el escenario de Levantado del suelo. Era, dice Saramago, "la época del realismo socialista"; él se fue a Lavre, y durante dos meses habló con los campesinos, les hizo contar su vida "de atrás para adelante y de delante para atrás", y volvió a Lisboa con un material del que arrancó su novela social más importante; después, en torno a 1978, este escritor tardío (eso decían hasta ahora las biografías; esta exposición ha venido a demostrar que escribió sin parar, pero a él se le olvidó que lo había hecho) se dispuso a buscar otra forma de escribir.

Empeñado en hallar su propio estilo, lo que hoy sería el estilo Saramago, reunió una serie de cuentos, Casi un objeto, en los que ya está la impronta que luego conduce su literatura, una combinación de música y palabras en las que suena un estilo que, por otra parte, sostiene, "yo no buscaba exactamente, me fue viniendo".

La exposición está llena de inéditos; Saramago es un hombre metódico, guardó todo en cajones, pero lo ocultó de tal manera que sólo una exposición tan minuciosa como ésta puede revelar la dimensión de su esfuerzo invisible. Hay obras de teatro completas, novelas enteras o fragmentadas, poemas que desechó en su momento y que jamás serán publicados de nuevo, o eso es lo que piensa ahora.

Para empezar un libro, Saramago actúa como un monje: hace fichas, anuncia sus esfuerzos en sus agendas (y en esta muestra toda esa intimidad literaria está representada), y anota cómo le fue viniendo el amor por Pilar, a quien encontró un día de primavera de 1986, en Lisboa, cuando ella le fue a entrevistar con un ejemplar de Memorial del convento bajo el brazo.

Todo lo que empezó a escribir está registrado como si fuera a la vez un autor y un entomólogo: en cuadernos negros... Ahí se desvela, mejor incluso que en entrevistas y en libros, que es un hombre retraído, poco sociable en los saraos... Fue, dice Gómez Aguilera, "una anomalía literaria que le sucedió a Portugal", porque se codeó poco con sus colegas; acaso ese hecho y su encontronazo con el poder político portugués, que impidió que su libro El Evangelio según Jesucristo concurriera a un premio europeo, desencadenaron cierto desencanto y, finalmente, su decisión de venir a vivir a Lanzarote. Lo hizo en 1993, y allí sigue, respirando un aire "que nadie me quitará nunca".

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