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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

'Risorgimento' musical en Roma

Muti propone una vuelta a las raíces del melodrama verdiano con 'Nabucco'

En Italia están celebrando estos días el 150º aniversario de la unificación del país. La ópera no podía dejar pasar con indiferencia esta circunstancia, dada la importancia y popularidad de los coros de Verdi en la exaltación de un espíritu colectivo ligado a los ideales del Risorgimento. Los tiempos han cambiado y las preocupaciones en el sector lírico están hoy centradas en unos recortes económicos sangrantes en Italia, que ponen en grave peligro una actividad asentada con el paso del tiempo en la vida cotidiana del país. Riccardo Muti lo vio así y, al igual que hiciera en la reinauguración del teatro San Carlo de Nápoles la temporada anterior, se dirigió al público para denunciar la grave situación, invitando al respetable a cantar un bis del coro Va pensiero como muestra de un reencuentro con las raíces del melodrama verdiano. No en vano este coro era -y es- algo así como el himno de las señas de identidad y aspiraciones de una Italia unida. La gente cantó con las tripas. Los gritos se sucedieron, desde los de agradecimiento al maestro, hasta las exclamaciones más fervorosas de amor a Italia o admiración por Verdi. En las dos primeras funciones con público la representación de Nabucco ha obtenido un éxito clamoroso. Ayer fue la privada en homenaje al presidente de la República, Giorgio Napolitano.

Riccardo Muti está en estado de gracia y consigue transfigurar a la orquesta del teatro. La interpretación musical es electrizante de principio a fin. Se siente a Verdi con una cercanía asombrosa. Como si fuese contemporáneo. En realidad lo es. Entre otras razones, porque supo sintetizar con su música unas aspiraciones y deseos de un pueblo que no han variado tanto. Leo Nucci, una voz carismática en este repertorio, puso en todo momento los acentos que más convenían al personaje que da título a la obra. El coro se mostró excelente a las órdenes de Roberto Gabbiani y, en fin, Dmitry Beloselskiy, Csilla Boross, Anna Malavasi o Antonio Poli dieron lo mejor en una noche mágica, se mire por donde se mire. La dirección escénica de Jean-Paul Scarpitta fue sencilla y elegante. Sin excesiva fantasía, funcionó.

La ópera italiana se reencontró, gracias a este Nabucco, con ella misma. Verdi, otra vez, salió reivindicado. Y con él todo lo que se entiende por espíritu italiano en estado puro. Un espíritu que Muti representa como nadie. Por pasión y humanismo. Es curioso. Desde que abandonó la dirección de La Scala el director ha ganado en proximidad y calor. Los dos incidentes contra su salud, durante los primeros bloques de conciertos al frente de la Sinfónica de Chicago, parecen superados. Ha grabado con la orquesta y coros de Chicago su primer disco, un Réquiem de Verdi, que está arrasando y acaparando premios -un par de Grammy entre ellos- en Estados Unidos.

Una escena de <i>Nabucco</i> en el Teatro de la Ópera de Roma.
Una escena de Nabucco en el Teatro de la Ópera de Roma.

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