Regreso a 'Little Spain'
Una exposición reúne las fotos familiares de la colonia española en Nueva York - La primera ola de inmigrantes buscaba un futuro mejor en la gran ciudad
Llegaron a Nueva York en busca de un futuro mejor a finales del siglo XIX y principios del XX. El desastre del 98 y la pérdida de Cuba les empujó hacia Estados Unidos. Eran fogoneros, estibadores, sombrereros, niñeras o jornaleros, en su mayoría procedentes del norte de España. "Eran indianos en potencia", explica el catedrático de la New York University, James D. Fernández. Pero la gran mayoría no regresó a sus aldeas para construir bellas casas y plantar palmeras: la guerra y la posguerra les retuvo en la metrópolis norteamericana.
La exposición La colonia: un álbum fotográfico de los inmigrantes españoles en Nueva York 1898-1945, que abrirá el próximo día 17 en el King Juan Carlos Center de NYU, reconstruye su historia a través de 60 imágenes y material gráfico adicional -noticias de periódicos, anuncios y fichas de clubes sociales-. Esta muestra forma parte de Nueva York, un proyecto expositivo más amplio organizado por el New York Historical Society y el Museo del Barrio, sobre los orígenes latinos de la ciudad. Fernández, comisario de la muestra del King Juan Carlos Center y descendiente de españoles, calcula que en 1930 la colonia tenía entre 25.000 y 30.000 inmigrantes. Diez de aquellas familias han aportado las fotos de la exposición.
"Muchos llegaron procedentes de Cuba y Florida", explica Fernández
Todavía hoy se encuentran el café Bustelo y las conservas Goya
La mayoría de españoles vivía en cuatro barrios: Spanish Harlem, Brooklyn Heights, en la parte oeste de la calle 14 y en el Lower East Side. Precisamente en esta última zona, en las inmediaciones del puente de Manhattan creció Dolores Sánchez, hija de una pareja de gallegos que se conoció en Nueva York a principios del siglo XX y cuyas fotos familiares se incluyen en la muestra. "Había un grupo grande de españoles, sobre todo asturianos y gallegos", recuerda en conversación telefónica. "Yo coincidía con los niños en la escuela". En el año 1932, Dolores viajó por primera vez a Galicia con su madre. El advenimiento de la República animó a sus padres a regresar a la patria, pero tras seis meses allí, la madre de Dolores decidió que la situación en España era demasiado inestable y regresó a Nueva York para reunirse con su esposo.
En la boda de otro miembro de la colonia conoció Dolores al que sería su esposo, Manuel Alonso, hijo de asturianos. "Con la Gran Depresión mi padre decidió sacarnos de la ciudad e ir al campo. Nos fuimos a Walkill a una granja", recuerda Manuel. En verano alquilaban algunas de las habitaciones de la casa a paisanos que querían alejarse unos días de la ciudad y se instalaban en las llamadas villas de los catskills españoles, que a mediados de los sesenta se convirtieron en importantes centros de música latina. En invierno, Manuel y su familia se reunían con otros granjeros españoles de la zona para celebrar, por ejemplo, las matanzas de San Martín. "Mi padre nunca regresó a España, pero estaba muy orgulloso de sus orígenes y su cultura", dice Manolo. "Toda la vida leyó a los clásicos españoles". La pasión por la literatura española empezó en Florida. El padre de Manolo antes de llegar a Nueva York pasó por Cuba y por Tampa, allí, mientras liaba puros en una tabaquera escuchaba a un lector recitar las noticias de la prensa y leer a los clásicos. "Muchos inmigrantes llegaron a Nueva York procedentes de Cuba y Florida, y por eso sus registros no constan en Ellis Island", explica el catedrático Fernández.
Los españoles siempre fueron una minoría frente a otras colonias de inmigrantes europeos, como la italiana o la irlandesa, pero se organizaron de manera muy similar. La falta de asistencia sanitaria o seguro de desempleo, pronto les animó a asociarse. Clubes y organizaciones como el Centro Asturiano o La Nacional, que todavía hoy mantiene abiertas sus puertas en la calle 14, asistían a sus miembros y organizaban desde actividades sociales, como bailes y excursiones, hasta entierros. Una de las iniciativas más singulares fue el Spanish Camp de Staten Island, un lugar de veraneo que preconizaba una dieta vegetariana y principios natu-rópatas.
El esfuerzo para recaudar fondos durante la Guerra Civil fue lo que sacó a la luz a muchos de estos colectivos que acabaron uniéndose para apoyar al frente republicano. James D. Fernández empezó entonces a investigar en profundidad sobre la colonia española, de la que sus abuelos formaron parte. "Ellos se conocieron en un pic-nic del centro asturiano".
El novelista y director del Instituto Cervantes en Nueva York, Eduardo Lago, se topó con la enigmática historia de la colonia a finales de la década de los ochenta. Recabó en el bar de un español que había llegado a la ciudad en 1919. "Al principio el bar estaba junto a los muelles de Brooklyn, pero cuando la actividad comercial cesó allí, lo trasladó a Atlantic Avenue y allí nos reuníamos un grupo de artistas, músicos, escritores y pintores", recuerda. Muchas de las historias que escuchó en aquel local de boca del anciano español que lo regentaba acabaron en su novela Llámame Brooklyn, ganadora del Premio Nadal en 2006. "El pasado de la colonia se me fue revelando poco a poco, a través de encuentros con personajes que no eran famosos, pero cuya relación con la ciudad era larga e intensa", explica Lago.
En 1922 cambiaron las leyes de inmigración a Estados Unidos y el flujo migratorio cayó. Unos años después, tras la Guerra Civil, los inmigrantes que llegaron pasaron a ser exiliados, refugiados políticos. La historia de los primeros españoles neoyorquinos quedó diluida. Hoy la nueva población de españoles en Nueva York está constituida por profesionales. "Hay cerca de 14.000 registrados", escribe Fernández en las notas de la exposición. "Tienen alto nivel educativo y no hay un sentido estricto de comunidad, ya que se trata más bien de individualidades fuertes, muchas de ellas con éxito en sus áreas de trabajo, desconectadas de otros españoles", añade Lago. Los vestigios de aquel pasado apenas son reconocidos, aunque los botes de Café Bustelo y las conservas de Goya, dos empresas fundadas por españoles a principios de siglo, se encuentran en toda la ciudad.
¿Por qué se han mantenido tan ocultos los españoles? "Aunque hubo personajes fulgurantes, la colonia no tuvo mucho peso", dice Lago. "A diferencia de otras comunidades, no pensaban en quedarse para siempre, intentaban mantener un pie en España. Además, se ha escrito muy poco sobre ellos y lo que se escribe, desaparece. Es una historia fascinante y aún queda mucho por descubrir".
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.