Refritos de la narración
Desde hace ya varios años, los autores latinoamericanos son siempre quienes ganan los mejores premios de narrativa en castellano. Y no sólo los que se conceden en su tierra sino que prácticamente son los vencedores destacados y hasta exclusivos de los primeros certámenes españoles.
¿Otro boom iberoamericano? Más exacto sería pensar en un colapso de la narrativa española que manotea aquí y allá sin hallar temas o que, en su desesperación, bucea en tiempos pretéritos para sacar a flote supuestos tesoros sin conocer.
De hecho, los libros de literatura española a la cabecera de las listas de ventas son, cada vez más, recreaciones históricas de otras décadas u otros siglos, refritos históricos condimentados con nuevas ironías, traiciones, adulterios o crímenes a granel. A falta de cosecha o perspicacia para referirse a la actualidad los narradores cosen telas antiguas, las colorean y las tienden como objetos reciclados, versiones de visiones, a la característica manera del vintage.
Los novelistas han hallado en la retro-ficción el modo de suplir su déficit de aliento o de diseño
De hecho, si en la moda del vintage han encontrado las mujeres una forma elegante de vestir un presente ajado, los novelistas han hallado en esta retro-ficción la manera de suplir su déficit de aliento o de diseño. Sin que, por otra parte, esta estrategia les vaya del todo mal.
Los lectores más fieles, asiduos y mansos se encuentran hoy en mujeres cuyas edades rondan los cincuenta años y cuyo género favorito, según declaran, es la novela histórica. No debe ser, por tanto, mera casualidad que las novelistas y los novelistas españoles en torno a esa edad se acoplen en la misma clase de productos que, desfalleciendo las historias y decayendo la escritura, es, acaso, casi todo lo que hay.
Hace más de cien años la literatura era, sin embargo, el patrón de todas las cosas. La música, la pintura o la danza se comportaban a imagen y semejanza de lo literario y se componían como secuencias narrativas según su patrón.
Si en el siglo XIX el libro constituía, por antonomasia, el lugar del saber, la narración venía a ser el primer modo de conocimiento, la sede de la emoción romántica y el pasaporte del progreso.
¿Qué sucede, sin embargo, ahora? A los latinoamericanos, como a los de otros continentes menos desarrollados materialmente, menos ordenados en las convenciones de la vida urbana, todavía les queda mucho por contar, sea en las páginas o en las pantallas.
Pero, ¿Occidente? Si cada vez aparecen más series televisivas referidas a décadas atrás, si las películas no hacen más que rebobinar revivals, las novelas, por su lado, se estrellan contra sus propios límites: o se concentran en tópicos históricos o se suicidan en el triste dogal de la literatura de la literatura. Esto, sin contar, los casos de novelas sin mayor fin que crear sudokus o sucesivos Macguffins, señuelos falsos al estilo de la serie Perdidos (EL PAÍS, 27-3-2010) y que no llevan a nada ni a nadie: sólo tratan de viajar por el mismo laberinto donde la narración se extravía y la literatura -o lo que sea- desaparece sin honor.
Perdidos los autores, envejecidos y cansados los lectores, ahora llega incluso a suceder que los libros se promocionan en la red mediante el llamado "book clip", un trailer de la obra escrita al estilo del trailer del cine o del telefilme.
¿Resultado? Que el "book clip" pasa a convertirse en un género propio dentro de YouTube. Y así como existen festivales y premios para trailers de películas o spots de televisión pronto habrá concursos de "book clips". Es decir, en la historia será de este modo creciente no el valor de una narración sino el de una impresión, de la misma manera que no es la narración sino "el suceso" lo que distingue al arte abstracto y la música atonal.
Lo último que queda, ya carcomida, pero sin clara sustitución es la literatura del siglo XIX. ¿A cambio de nada? A cambio, precisamente, de su doloso oportunismo, su amargo onanismo o su trágico recurso de recocer por las esquinas hechos y personajes nacidos mayoritariamente en la época de María Castaña.
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