Nocilla para todos los gustos
Una generación de jóvenes autores busca renovar las letras españolas - Fernández Mallo publica la segunda parte del proyecto que atrae las miradas sobre este grupo
En algún lugar del junio pasado, Agustín Fernández Mallo y otros "nuevos narradores" andaban en un congreso en Sevilla dando vueltas y vueltas sobre ejes como el "relevo generacional" o las "nuevas tecnologías aplicadas a la literatura", cuando un periodista se levantó de su silla y dijo: "Ya, ya..., podéis divagar todo lo que queráis, pero llegará alguien como yo, os pondrá una etiqueta y os tendréis que joder".
Dos semanas después se cumplió la profecía.
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El apelativo "generación Nocilla", pese a sus ecos de magdalena proustiana, se debía, en realidad, a la canción de Siniestro Total que inspiró a Fernández Mallo (A Coruña, 1967), novelista, poeta y dueño del recuerdo con que arranca este texto, a escribir Nocilla dream, primera parte de una trilogía bautizada, ya lo habrán adivinado, proyecto Nocilla. Lo que sucedió después (y venía sucediendo, en realidad) es lo que el propio protagonista de la historia llama "un caso curioso, más que un fenómeno" de la reciente narrativa española. Esto es, vender 11.000 ejemplares de una novela publicada en una editorial minúscula (Candaya) y que, construida a base de fragmentos, fogonazos, huía de planteamientos narrativos tradicionales.
El libro, de paso, sirvió involuntariamente de etiqueta a una agrupación de narradores en busca de espacio y diferenciación, nacidos entre 1960 y 1976, y que incluyen con más o menos consentimiento nombres como los de Jorge Carrión, Vicente Luis Mora, Eloy Fernández Porta o Juan Francisco Ferré.
Aparte de estos logros, la seducción de Nocilla dream, calidad literaria sumada al recurso a ciertas referencias generacionales que suscitan familiaridad en unos e incomprensión de otros, es la que trajo a Fernández Mallo el fin de semana pasado a Madrid como el flamante nuevo fichaje de Alfaguara. Venía de Palma de Mallorca. Allí, en la vida extraliteraria, tan sólo es un físico que trabaja como funcionario "50 horas semanales con sus guardias" en diseñar "tratamientos de radioterapia para curar el cáncer", según explicaba en un hotel de diseño del centro donde la cera de las velas tiene la fea costumbre de oler a frutos del bosque.
Nocilla experience, escrita antes de que todo esto sucediese (la tercera de la serie, Nocilla lab, también está terminada), representa el salto de Agustín Fernández Mallo a una gran editorial. Lo que equivale a decir: "Como cuando Los Planetas [abanderados de la independencia musical española] ficharon en los noventa por RCA". Y si se entiende esta referencia indudablenente generacional, sin necesidad de corchetes, entonces el trabajo está casi hecho.
"Yo no le habría puesto el nombre de Nocilla al grupo", explica Fernández Mallo. "Compartimos gustos más o menos comunes porque vivimos en el mismo mundo. Llámalo generación, o mejor, llámalo una red, un grupo más o menos horizontal", explica Fernández Mallo.
Su segundo asalto a las letras españolas tiene el mismo repertorio de golpes del primero. Nocilla experience participa de lo que cierta crítica denominó "literatura zapping". Personajes que vienen, van y no entienden de nudos y desenlaces. Apropiaciones de textos ajenos en nombre del "noble arte del reciclaje". Lugares nunca visitados ("no me gusta viajar si no es con un propósito") que sirven como metáforas emocionales. Historias que se sabe cómo empiezan pero no cuándo terminan. "No arrastro un trauma freudiano con los finales, no", aclara. "Se me ha acusado de fácil por dejar las historias abiertas. Es un recurso que uso como un halo poético. Tu novela es experimental, me dicen. Es lo que me sale. Lo experimental sería hacer un novelón. Quizá eso me venga de la poesía. Hay un hilo que viene de mi condición primera de poeta. Y perdona la pedantería".
De la citada condición llega una prueba a las librerías estos días. Se trata de Carne de píxel (DVD), un poemario que le valió el Premio Ciudad de Burgos. Con él, vuelve el Fernández Mallo que hizo ruido en los cenáculos poéticos a principios de siglo con su "poesía postpoética" y la apología de la ciencia, de la que proviene, como material para el lirismo. Y con él, mantiene un pie en la poesía, bien fuera de la novela, como "el espectador de una película ajena" que siempre estuviese preparado para la huida. Por esa misma razón vive en Mallorca, alejado del ruido editorial, o mantiene su trabajo en el hospital. "Creo que en mí sería perjudicial. Me va la vida del no escritor. Ir al trabajo, hacer la compra, ver la tele... Y en todo ese proceso, en todo ese tubo, hay un flujo en el que se aparece algo y lo escribo".
Será que, decía Ángel González, conviene tomar distancia para evitar que le coja a uno el toro. "Sin duda. Mira lo que ha pasado. Menos mal que tengo 40 años. Si te pasa a los 20, vas y te crees Lou Reed".
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