José Tomás, un redentor inventado
La gesta de José Tomás en la Monumental de Barcelona parece que ha entronizado a este torero como el más grande defensor de la libertad de la fiesta, como el redentor y mesías prometido, como el monarca legendario que sustenta hoy la reivindicación de este espectáculo ancestral.
Pues, muy bien. Puestos a exagerar, exageremos: ¡Tomás, eres el más grande..., más que Manolete, Joselito y Belmonte juntos...! ¡La fiesta eres tú!
¡Qué exageración! ¿verdad? Pues, eso.
Por razones del destino, todo lo que rodea a este torero sufre la enfermedad de la exageración desmedida. Es grande, sin duda; de lo contrario no despertaría emociones a su alrededor; le adorna una deslumbrante personalidad; es un torrente mediático impulsado por el misterio enigmático de un ser humano huidizo, escondido de todo y de todos; y, sobre todo, le desborda el morbo del sentido dramático de su toreo, que le obliga a jugarse la vida muchas tardes desde el precipicio mismo donde puede perderla. José Tomás es un torero largo, profundo y artista, pero su imagen más repetida huele demasiado a voltereta y sabe a manchas sangrientas en su vestido y en su piel.
Calmada la euforia, es bueno que la realidad se abra paso ante tanto fanatismo
Quizá por todo ello le sigue una legión de forofos que creen ver en él a un dios revivido del toreo, a un revolucionario, el alfa y el omega de esta controvertida fiesta. Quizá por todo ello sea fácil entender la desmesurada fiesta que se vivió el domingo en Barcelona, donde 19.000 almas elevaron más allá de los altares a su ídolo, no vieron o no quisieron ver sus debilidades y le colocaron el cetro de rey del toreo.
Calmada la euforia, es bueno que la realidad se abra paso ante tanto fanatismo. Apagadas las atronadoras ovaciones, es mejor recuperar la sensatez y no vivir en la falsa creencia de que Tomás acabó con el cuadro en Barcelona y queda erigido desde entonces como el deseado redentor.
José Tomás ha hecho de Barcelona su plaza talismán como Sevilla lo fue para Curro o las Ventas para Antonio Bienvenida. Porque allí se siente querido, porque le da suerte en la particular versión supersticiosa de los toreros, y porque se ha convertido en el lugar de peregrinación del tomasismo. De ahí a que Tomás lidere la reivindicación de la fiesta en Cataluña va un trecho largo. A Cataluña la tienen que reivindicar los aficionados catalanes. Pero, ¿hay afición en Cataluña? ¿Se hubiera llenado el domingo la Monumental si no hubieran llegado miles de tomasistas de todos los puntos de España y Francia? No se pretende justificar la permanente ofensiva política que sufre la fiesta en esta comunidad, pero tampoco es válida la obsesión de algunos por convertir a Tomás en un líder político enfundado en traje de luces.
Tomás es sólo un gran torero; y, además, un torero que no dice ni mu. ¿Pero se puede ser un líder desde el silencio? Claro que sí; haciendo justamente lo contrario de lo que hace Tomás. Anunciándose en las plazas más importantes, en las ferias más exigentes y sometiéndose al veredicto de las escasas aficiones doctas que aún quedan en este país.
Pero José Tomás, que ha encontrado en su apoderado, el músico catalán Salvador Boix, el mejor representante para vender su imagen prefiere cosos de escasa responsabilidad en los que abundan los toros chicos y los billetes grandes. Un líder, un redentor, debe reivindicar la fiesta en Sevilla, Madrid, Bilbao, y también en Barcelona, ante toros encastados, fieros y poderosos, y no en plazas de segunda, respetables todas ellas, ante ganaderías elegidas con excesivo mimo y compañeros con escaso fuste para la competencia.
Excusas las ha habido siempre para no acudir a las ferias de Sevilla y Madrid, por ejemplo. Pero si se quiere torear, se torea, y ni la ganadería de Núñez del Cuvillo -razón por la que no acudió a la Maestranza-, ni los 420.000 euros que pidió para anunciarse en las Ventas son razones insalvables para quien pretendiera ser el rey de los toreros. Pero no es menos cierto que en esas plazas tiene poco que ganar -no parece posible que puedan pagarle más de lo que ya cobra-, y mucho que perder -un fracaso podría notarlo en su cuenta corriente-.
A José Tomás le sobran condiciones para ser un líder. Pero ésa parece más una preocupación de sus partidarios que del torero. De momento, es sólo un gran torero, más moderno y mucho más acomodaticio de lo que piensan sus forofos admiradores, que, como uno más de sus ditirambos, han llegado al paroxismo de inventarse un redentor que sólo existe en su imaginación.
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