Historias de tiempos amargos
Como muy bien demostró Basilio Martín Patino en ese esencial documento sobre la posguerra española que es Canciones para después de una guerra, no se puede entender un trozo de la historia popular de este país sin recurrir a las fonotecas.Hay allí tesoros guardados que hablan de una memoria de vencedores, pero también de otra de vencidos y de supervivientes, memoria del hombre y de la evasión, de historias amorosas asumidas y vividas vicariamente por un país exhausto y hambriento.
Una de las caras de esa industria artesanal del entretenimiento colectivo que fue la llamada canción española la proporcionó el cine de los cuarenta, con sus folclóricas, sus tonadillas y sus bailes.
La otra, tal vez no paradójicamente, intenta darla ahora Jaime Chávarri con su película, que él mismo define como de encargo, esfuerzo loable por contar un fragmento de historia, los años que van de 1939 a 1945, a partir de anécdotas cotidianas de gente del espectáculo.
Las cosas del querer
Director: Jaime Chávarri. Guión: L.Ibarzábal, F. Colomo y J. Chávarri, según idea de Ibarzábal y Antonio Larreta. Fotografía: Hans Burmann. Música: Gregorio García Segura. España, 1989. Intérpretes: Angela Molina, Ángel de Andrés López, Antonio Banderas, María Barranco, Amparo Baró. Estreno en Madrid: Capitol, Carlton, Minicine (sala 3).
Cruce genérico
Las cosas del querer es lo que en buena ley se podría definir como un cruce genérico. Tras su fachada de película estrictamente musical esconde un arranque de comedia que a medida que avanza en su desarrollo se viste con los negros ropajes del drama.Pero nunca olvida del todo ni lo que quiere contar (una historia de amor imposible, un triángulo de amores desairados, una realidad dura para quien resulta diferente a la convención, en este caso un cantante homosexual), ni cómo ha elegido hacerlo, a través de un producto musical en cuya construcción colaboran todos los protagonistas, que se doblan a sí mismos en las canciones que interpretan.
El resultado es una película fresca a cuya espontaneidad ayuda no poco el hecho de que sus intérpretes no sean equiparables a los que popularizaron las canciones aquí evocadas -no estamos ante un musical de Hollywood, bien entendido, ni ésa es la pretensión-, con algunos momentos brillantes (como el número que se marca el propio Chávarri, con impagable bigotillo y banjo en mano cantando La casita de papel), que ayuda a dar otra imagen de un tiempo de supervivencia con personajes emparentados con los de Las bicicletas son para el verano, aquel otro encargo que Chávarri supo llevar a buen puerto.
La única objeción sería que se puede hacer a una película que en líneas generales se plantea desde la modestia, y al margen de un aspecto aparentemente trivial, pero que actúa claramente en su contra -el desfase entre imagen y sonido en las secuencias con play back-, es que, en su afán por no caer en ninguna demagogia, termina por decantarse hacia lo musical en detrimento de la construcción de los personajes.
Éstos, criaturas a menudo poseídas por pasiones considerables, no logran despegar del esbozo, y ni siquiera la estructura en flash back ayuda a crear una tensión dramática que responda a ese nombre.
Babelia
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